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Tediósfera

Una coincidencia clásica

   Virgilio

Dejo el periódico donde trabajaba por la llegada de un señor llamado DANTE Parma. Como quiero seguir escribiendo y que me paguen por hacerlo, mi amiga Ana me recomienda que vaya a ver a otro diario, cuyo subdirector -llamado HOMERO Bojórquez- me dice que no puede resolverme y que mejor hable con el director, VIRGILIO Soberanis. Ayer fui dos veces y no lo encontré, pero en la noche Ana me pide que la ayude con un trabajo sobre La República de Platón (el capítulo X), que trata sobre la expulsión de los poetas de la ciudad ideal. Ahí, en alguna parte,  Sócrates reconoce su admiración por HOMERO, pero al mismo tiempo considera a la poesía una actividad sin provecho (DANTE, el del periódico, había dicho algo similar: “la cultura no vende” y había expulsado cualquier atisbo de cultura del diario donde antes yo trabajaba). A todo esto, ¿no fue VIRGILIO el guía de DANTE en el infierno? ¿Y no fue VIRGILIO quien sufrió el menosprecio de los siglos por haberse inspirado en HOMERO, tanto que Voltaire tuvo que salir al quite: “Se afirma que HOMERO creó a VIRGILIO; si así fuese, no hay duda que ésta es su mejor obra”? Me pregunto si el destino no me estará diciendo que tengo que volver a los clásicos ya… ¡Ahora!

 

Fantasías en el aparador


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LOS EMPEÑOS DE UNA CASA

Que La Casita del Amor no tenga lugar para la pornografía es un orgullo de los dueños, Macaria y Francisco, quienes abdicaron de uno de los productos de venta y renta más segura por la comodidad de sus clientas.

“A las mujeres no les gusta sentirse comparadas con otra mujer”, me explican. Para la pareja que fundó la Casita hace 6 años un 14 de febrero, el porno es un tinglado engañoso que pone a las mujeres de verdad en desventaja.

“La gente cree que lo que sucede en una película porno es la realidad. No saben de las anestesias locales para el sexo anal y sobre todo, no saben que todo está editado”.

En un mundo sin cortes de edición, como el que nos ha tocado vivir, hay que buscar la excitación en otro lado. Macaria y Francisco ponen esas otras cosas sobre la mesa (literalmente): los juguetes sexuales y los disfraces.

La Casita del Amor ha dirigido su catálogo en las compradoras, algo inusitado en una entidad, cuya apertura sexual casi siempre se ha dado de la mano de los productos “para caballeros”. Como espectador este giro me parece una idea extraordinaria. A seis años de su primera venta, La Casita ha demostrado que las mujeres son buenas compradoras de productos sexuales, principalmente porque son buenas compradoras de todo.

“El 70% de nuestros compradores son mujeres, el 20% parejas y apenas el 10% hombres solos”, me explica Francisco en un cálculo aproximado. Eso constata lo que la mayoría sospechábamos: los hombres son cicateros para cualquier otra cosa que no sea un juego de Xbox.

Uno de sus productos más exitosos son los disfraces. No me extraña. Un disfraz sensual cumple un doble atractivo irresistible para las mujeres: es un producto sexual sin dejar de ser ropa. Gracias a marcas como Leg Avenue es posible representar el papel de hada, enfermera, militar, monja o pirata, con diseños que incluso podrían servir para una fiesta de carnaval. 

Pregunto cómo les va con la lencería. Me dicen que muy bien, incluso con la de hombres. No puedo evitar el gesto de malestar, para mí nada es más desagradable que una tanga masculina.

“Se venden, no mucho, pero se venden”, me dice Macaria; “las chicas le compran tangas a sus maridos o novios”.

“¿Qué mujer le compra eso a su pareja?”, me extraño. Una tanga de hombre es incluso desagradable sin hombre adentro. Es una de esas ropas, como los pantalones cholos, que nunca debieron existir.

 

       dildo

TOY STORY

Francisco me muestra el estante de los juguetes. Los dildos y los vibradores muestran todo eso que el hombre no puede ser o hacer. Si todos esos penes de plástico –con dos o tres cabezas- fueran de verdad seríamos una horda de fenómenos de circo.

“¿Qué es esto?, ¿el pene del hombre invisible?”, le pregunto y él me explica que los falos de plástico transparente les parecen muy estéticos a ciertas mujeres.

Veo tamaños que sólo una fábrica –no la naturaleza- puede producir. Cada uno de esos penes puede matar a alguien literalmente.

“El pene de los hombres no está hecho para el placer sino para la reproducción. Lo que hacen estos juguetes es provocar todo el placer que un ser humano no puede”, considera Francisco.

Una sexóloga me explicó hace algún tiempo que por eso los vibradores pueden llegar a ser altamente adictivos. Como en aquella frase de Sex & the City, una mujer con un juguete sexual bien podría decirles a sus amigas: “Yo por lo menos sí sé de quien provendrá mi próximo orgasmo”.

Rodeado de un ejército de penes que sobrepasan los 22 centímetros uno no puede sino sentirse intimidado. Francisco me dice que ellos venden sus productos con todas las explicaciones de por medio para que no existan decepciones posteriores. A diferencia de lo que sucede cuando las mujeres conocen a un hombre y se casan con él sin estar al tanto de la más recalcitrante de sus mañas, las compradoras de la Casita salen de la tienda con todo lo que es necesario saber sobre su vibrador.

“Un día una chica regresó a los 20 minutos de comprar un vibrador. Estaba molesta porque creía que le habíamos vendido un producto defectuoso. Cuando revisé el artículo vi que en su desesperación había puesto las pilas al revés. Desde entonces todos los productos se venden con las pilas puestas y con todas las explicaciones pertinentes”.

De ahí, Macaria cuenta algunas otras historias de gente sin nombre que ha ido a su local. Señores y señoras que parecen recién salidos de la misa, parejas que fácilmente te detendrían en la calle y te regañarían por andarte besando con tu novia. Un 30% de sus clientes son mujeres casadas, y de esas, por lo menos unas cinco han malinterpretado las cosas y han ofrecido pagar por sexo.

“Entonces les decimos que no, que ese no es el giro de este negocio”, me cuenta Francisco.

A propósito del tema, pregunto si ha habido algún cliente que le haya hecho alguna propuesta indecorosa a alguna de las dos mujeres que atienden la Casita del Amor.

“Sí, pero ninguno ha sido hombre”.

Sospecho que las mujeres se desinhiben más fácilmente porque no tienen nada qué perder, salvo un “usted disculpe, no se puede”.

 

real

 

EL CLIENTE SIEMPRE TIENE SUS RAZONES

De historia en historia, pienso en la Casita como en una suerte de confesionario, donde la gente común y corriente va a exponer en una compra alguno de sus íntimos secretos.

“La otra vez llegó un señor de un municipio. Ya sabes, gente muy humilde. Entonces estuvo viendo una y otra vez los productos. Tocaba los empaques, veía los precios, checaba el catálogo. En un determinado momento, salió a la calle, se aseguró que no venía nadie y me dijo: Quiero todo de aquí para allá. Para darme a entender que hablaba en serio sacó de su portafolio una bolsa de nylon con un fajo de billetes como los de un despachador de gasolinera. Qué te puedo decir, me hizo el día”.

“La otra vez, una pareja entró para pedirnos todo lo que tuviéramos de Jenna Jameson, la actriz porno, porque el marido era fanático de Jenna y su mujer quería hacerle un buen regalo. Ellos fueron quienes nos explicaron el mundo de productos que existían alrededor de la actriz y nosotros se los conseguimos”.

“Creo que con las muñecas inflables era más fácil”, comento. “Sólo dejas una a medio inflar y ya tienes la cara de Jenna Jameson”.

Como última historia, Macaria y Francisco me relatan el caso de un señor cuya liquidación (casi 70 mil pesos) la iba a invertir en comprar una real doll, una de esas muñecas de silicona de tamaño real y con rasgos sorprendentemente parecidos a las de una persona, y no sólo eso sino a la que es posible armar en cara y cuerpo a gusto del cliente.

“Estuvimos a punto de conseguirla, yo iba a viajar a Estados Unidos, pero tuve un problema con la visa”, me dice Francisco con la desilusión con la que un inversionista habla de una fusión inacabada.

Finalmente les pregunto si su condición de pareja con hijos les ha ayudado a las ventas.

“Por supuesto”, me dice Francisco. “No vendemos nada que no hayamos usado, para ver si es tan bueno como dice la caja”.

Doy por terminada la plática. Dejo el local como si dejara la cama (la comparación no está exenta de simbolismos): reuniendo fuerzas para descender al mundo real.

Publicado en la revista Rhema.

 

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Genios (una guía mínima)

        Writer 

Bases científicas.- La física sirve para explicar al genio y no al revés. Es decir: el problema de la genialidad se reduce, como todo el universo, a una simple fórmula de tiempo y espacio:
 

G= Ta Vcm

     R

 
Donde R es reconocimiento, Ta es Tiempo adelantado y Vcm es “Vivir en el culo del mundo”. Eso significa que la genialidad carece de reconocimiento, per se. Al ser el reconocimiento un valor cercano a cero, la multiplicación entre Tiempo adelantado y Vivir en el culo del mundo se hace enorme, casi cercana al infinito, lo que ofrece unas oportunidades bárbaras a los ensayistas (poco propensos a los reflectores), sobre todo a aquellos que viven en las provincias. Ya lo dijo el poeta: “Como todos los artistas de todas las épocas, escribo adelantado a mi tiempo”.


Etología.-
El genio es una condición inherente a cualquier autor, incluso hay quien ha afirmado que se trata de su primer síntoma. Lo esencial en el genio no son los libros; la obra, en todo caso, es un daño colateral del ejercicio solipsista del escritor. El genio se puede dar el lujo de no escribir por largas temporadas, dedicándose enteramente a “hacer biografía”, lo que en el medio artístico significa vestirse como un indocumentado, abrazar alguna que otra causa política, nunca abdicar ante la vida monótona del matrimonio y disparar hipodérmicas con veneno contra toda idea convencional que se presente. Su potencia sexual –con hombres o con mujeres, da lo mismo- ha sido declarada patrimonio natural por 9 de cada 10 parejas suyas (ocasionales, huelga decir). En fin que irradia semen y semántica todas las noches, porque nada le satisface tanto como vivir las páginas que escribirán los demás. Y lo más importante: la genialidad no se reserva el derecho de admisión. De modo que detrás de todo manco hay un Valle Inclán; de todo dandy un Wilde, de todo ciego un Borges, de todo exiliado un Sebald. Y no digamos, de un gordo un Chesterton, de un ermitaño un McCarthy,  de un borracho un Lowry.

 

Obra recuperada.- El genio desdeña por definición a sus contemporáneos (y a sus coetáneos, recordemos la ecuación). Escribe pero rara vez somete su creación al escrutinio de otros escritores. La crítica podría minar su obra mayor. ¿Qué hubiera sucedido con Fernando Pessoa asistiendo a los talleres del Fonca? Sencillamente no existiría ni siquiera el primer heterónimo. El mejor consejo que se le puede dar a un genio es escribir para el futuro. Que archive los poemas y los fragmentos reflexivos o inicie un diario. Si usted quiere desarrollar (y en el mejor de los casos, explotar) su genialidad, asegúrese de que nada se pierda, cree tres o cuatro cuentas de correo, donde sus albaceas puedan descargar su obra inconclusa. Envíese mails todos los días, con sus últimas correcciones; las fechas ayudarán a la edición crítica.

 

Piromanía.- El genio tiene que pasar por perfeccionista y no hay mayor imagen para la perfección que el fuego (como bien lo demostraron Jehová o Nabokov, unidos también por el talento para poner en aprietos a sus respectivos hijos). Pida que todos sus papeles sean incinerados, después de su muerte, pero asegúrese de que su amigo sea un tipo torpe, de preferencia pobre diablo, incapaz siquiera de tirar a la basura las reseñas ásperas sobre lo que usted ha escrito. Indispensable el sexo masculino. No confíe en las mujeres: ellas sí le harán caso. Vea lo que le pasó a Kafka con Dora Dymant.

 

Obra en marcha.- Construya capítulo a capítulo, día tras día, un libro fantasma, que sin embargo será la columna vertebral de sus Obras Completas. Las obras mayores tienen la prerrogativa de los Clásicos, que pueden o no ser leídos y en nada mermará su importancia en la literatura. En fin hable de su futuro libro en términos con los que un astrónomo describiría el Big Bang, por ejemplo. Deje rastros (un título, un personaje, una trama) en presentaciones, en entrevistas, en sus conversaciones con los amigos. El género WIP (Work in progress) marcará la literatura de este siglo.

 

Negación.- Nunca asuma el oficio. “No soy escritor”, diga una y otra vez. El genio considera al escritor una especie inferior, alguien que se esfuerza mucho pero alcanza muy poco, como esos gordos impedidos a adelgazar por causas genéticas. Usted reflexiona, sentencia, vive, es un alma atormentada. Nada de preocuparse por las banalidades de la técnica. Nadie debe confundir genialidad con destreza; al genio se le identifica más fácilmente en su prosa descuidada, pero llena de vitalismo o en esos poemas que tocan el dolor porque ignoran la métrica. Además, cada que usted diga “No soy escritor”, parecerá estar rodeado de un halo de humildad (una virtud que en estos tiempos es casi una extravagancia).

 

Demografía. La sobrepoblación de genios no debe preocuparle. Haga lo mismo que con los pobres (cuya ansia de reproducirse los emparienta con los poetas): viva como si no existiesen.  

 


Este texto ha sido, está o será publicado en la revista
Los Perros del Alba.

Cinco empleos con futuro

    consultor

1. Consultor.
Las empresas, como los matrimonios, saben que tienen problemas (sólo es cuestión de unir a dos o más personas para crear un conflicto) y nada mejor que ofertarles soluciones que les eviten el trámite tortuoso de conversar. Es como si el consultor le dijera a los dueños: Usted no tiene tiempo de ver por las contrariedades de su empresa, déjemelo a mí, ahórrese el despreciable trabajo de hablar con la gente a quien le paga precisamente para que hablar con ella.  La consultoría está de moda porque nadie sabe a ciencia cierta para qué sirve pero suena a una medida razonable.  Es el tipo de empleo que terminaron haciendo los sicólogos que acabaron una maestría pero no saben cómo devolver su beca, los poetas que no han ganado nunca ni un premio pero que escriben sin faltas ortográficas o el simple despedido que desea vengarse.  

La consultoría es un trabajo que despierta respeto porque está asociado a la idea de un recorte del personal. Cada que un extraño con apariencia de extranjero y con maletín entra a una oficina, los empleados tienden a toser de más, a  consumir menos chatarra frente a sus computadoras o a teclear con más discreción sus conversaciones por Messenger. El consultor tiene incluso un mejor trabajo que el jefe, porque experimenta el poder del despido en distintas empresas y no sólo en una. 

La función del consultor es aconsejar soluciones, pero no ejecutarlas. De modo que cualquier fracaso puede adjudicarse a una plantilla laboral ineficiente.

    jurado

 

2. Jurado de concurso. A pesar de tener un amplio mercado que satisfacer, la Universidad aún no ha fundado una facultad para el caso. Hoy día en que abundan los concursos –en las más diversas ramas artísticas, como la poesía, la declamación, la oratoria, el ensayo político, el modelaje o el baile folclórico- ningún trabajo sería tan solicitado como el de jurado, cuya mayor aptitud exige eso que hacemos todos los días: burlarnos de los demás.  Nada tan estimulante como opinar sobre las voces de una veintena de jubilados en el Cancionissste o como leer los escritos –llenos de “kes” y “la neta”- de jóvenes que un día se levantaron con la intención de dedicarle una carta a sus papás. Y que nos paguen por ello no deja de ser casi un milagro.

Volvamos los ojos a la TV. Los programas actuales de televisión han dejado de ser protagonizados por los concursantes –quienes apenas entonan, no tienen gracia alguna para bailar y son acompañados por artistas en decadencia que tampoco saben hacer alguna de esas dos cosas- y ahora es el jurado quien atrae los reflectores.

Lo bueno de ser juez es que uno no tiene uno por qué demostrar la pasión con la que recita, lo bien que dramatiza, lo profundo que escribe o si es capaz siquiera de dar el paso “cruzadito” de los salseros. La característica esencial del jurado es criticar a personas con mayores habilidades que él, aunque con mucha menor dignidad.

         periodista

3. Periodista cooptable. Se trata de una de las profesiones más estimadas por la clase política, quien no ha escatimado esfuerzos en invertir cada vez más recursos en ella bajo rubros de difícil fiscalización como el de “Servicios prestados”. Algunos lo confunden con el trabajo del publicista, pero el del periodista cooptable es un oficio con más respeto, tradición y que abarca medios diversos como la radio, la televisión, la prensa o el simple cotilleo en los cafés. ¿Cómo identificarlo? El periodista cooptable saca su foto a la cabeza de sus columnas y habla en televisión con la seguridad de quien lee todas las mañanas cinco periódicos nacionales, 10 locales  y entiende una gráfica de barras apenas la ve. Es el hombre que un día ataca a un funcionario por meter a sus tres hijos en la nómina de una delegación y un mes después destaca las virtudes del susodicho como “valores de familia”.

Uno de los beneficios del periodismo cooptable es que rara vez se ha visto amenazado por la competencia o los nuevos medios. Eso puede deberse ya sea a que los precandidatos gozan de un presupuesto ilimitado producto de una reforma electoral que nadie ha advertido, o a la facilidad con la que pueden subsidiarse revistas políticas en este país.

 
    iso9000
 
4. Certificador de calidad. Lo mismo en el mundo empresarial que en el educativo no importa tanto la calidad como el aval de la calidad. Eso ha provocado que los certificados de calidad parezcan en realidad matrículas de coche: ISO-9000, ISO9200, etcétera. No importa si usted utiliza las primeras letras de su CURP para nombrar a un nuevo certificado de calidad, el chiste es valerse de cualquier estratagema con el fin de azuzar a los altos mandos de la industria o las universidades a que suelten algo de dinero.  Los certificadores son en realidad capacitadores empresariales que un día descubrieron que podían ganar más observando los defectos de un corporativo en lugar de tratar de prevenirlos. A diferencia de los consultores, los certificadores rara vez despiertan miradas de antipatía. En realidad, son como los conductores de Travel & Adventure que invitas a tu ciudad para que hablen bien de ella en sus programas de viajes y a los que llevas a las zonas más bonitas y no  los dejas ver los cinturones de miseria. Por eso, resulta más rentable certificar la calidad de una empresa o carrera, que invertir en su calidad.


    wallstreet 

5. Socio capitalista.
Nadie como Scott Adams para explicar esta profesión: “El mejor trabajo que se me puede ocurrir es el de socio capitalista. No sólo causa una gran impresión en las fiestas, sino que se espera que fracase en un 90 por ciento de las ocasiones. (…) Para los que desconocen la ocupación del inversor capitalista, su función consiste en tomar el dinero de los ricos y dárselo a pequeñas empresas que pronto entran en bancarrota. De vez en cuando, una de esas pequeñas empresas se convierte en una mole gigantesca y los socios capitalistas se enriquecen y compran vehículos todoterreno sin motivo alguno. He omitido detalles como comer, beber y reírse de los imbéciles detrás de sus espaldas, pero creo que usted comprende por dónde van los tiros”.

Los corridos de la Redacción

Acordeon

Antonio “El jefe de jefes de redacción” y Francisco José “El príncipe encartador” son un par de cantantes norteños asentados en el Sur de la República que han revolucionado la música con sus “corridos de la prensa y del corazón”. Sus canciones, que empezaron a ser populares en las áreas de impresión de los diarios, en poco tiempo llegaron a la sección de espectáculos, convirtiéndose así en un auténtico fenómeno. El grupo -del que un periódico afirmó “Más de 200 mil oyentes no pueden estar equivocados”- ha lanzado un material recopilatorio -Amor de última hora (paren las rotativas)- que concentra lo mejor de su carrera.

Se trata de un disco maduro, que va de la nostalgia más melosa (“Un domingo sin noticias”) al vil despecho (“No quiero ningún consejo (ni siquiera editorial)”). Eso no quita que toque temas sociales, como la falta de dinero (“Descuento por falta de ortografía”) o la crítica a un mundo gobernado por la prisa (“Corro, vuelo y reporteo”). Me detendré en algunas estrofas de sus canciones para compartir con los lectores el alcance de una lírica que ha traspasado el mero día a día y se ha vuelto parte de la cultura popular de este país.

 

Ella dijo, opinó,

consideró, afirmó,

aseveró y señaló

que no me quería.  

 

En respuesta, yo le indiqué,

opiné,  expuse, dije, expresé,

informé, di a conocer,

que ella era todo en mi vida

 

(De la canción: “Y ella finalizó”)

 

En el párrafo anterior escuchamos la historia de un reportero enamorado de una chica de Comunicación Social de una dependencia, cuyo amor no puede realizarse al estar ella empeñada en que gobernador del estado va todo con letras mayúsculas. Durante el solo de acordeón, él le explica las reglas del Manual de Estilo, que le impiden tomar esas libertades, pero ella termina por dejarlo e irse con un abogado de la STPS que la asesora en su liquidación.

Pero la antología de estos dos compositores parece tocar todos los temas. En “Me gustas cuando callas”, un precandidato entona una canción de amor a un periódico y “Mi informante secreto” relata las vicisitudes de un romance que no puede decir su nombre. 

Un claro ejemplo de la versatilidad de Antonio y Francisco José es el corrido “Más abajo del organigrama” que cuenta el triste descenso a los infiernos de un redactor en jefe que termina su vida de voceador bajo un semáforo. Esta decadencia lenta y dolorosa es descrita por los cantantes sin escatimar detalles, sobre todo en lo referente a los puestos cada vez menos importantes que ocupa el protagonista. En ese mismo tono melancólico, “La primera pre-impresión jamás se olvida” narra los recuerdos de un hombre que abandona un medio de comunicación al que vio nacer y que de repente, tras 15 años de cubrir la política local, tiene que enfrentarse a que su propio diario cambie de giro para privilegiar los choques en carretera, los deportes y las mujeres recién salidas de las albercas.

Una de mis predilectas del disco es “Errata inmunda”, debido a que se ocupa de un personaje tan insignificante como el corrector de estilo. En esta canción, un corrector llora su desgracia ante un comunicado de prensa con suficientes faltas de ortografía como para hacerlo pensar que leía una noticia en otra lengua romance. Van algunos de los versos:

 

Errata inmunda
boletín rastrero
escoria de la prisa
reportaje mal hecho


Desinformado

lenguaje de gobierno
con mala ortografía
cuánto daño me has hecho


corregirte es una hazaña

palabra ponzoñosa
nota de policía

te odio y te desprecio

 

(Y ese grito del final de “¡Lo estás corrigiendo, inútil!”, realmente es una joya).

 

Otra de mis favoritas cuenta la historia de una joven reportera que sospecha de su marido y cada noche lo acosa con sus celos (“Quién, qué, cuándo, dónde y por qué”). Es una canción hecha sólo de inquietudes, provenientes de alguien que quiere llegar al fondo del asunto, aunque también, en su interior, tiene miedo de saber la verdad. Esta es la única rola del disco interpretada por una cantante invitada (Lupita D’Aristegui, brillante por cierto). Sin embargo, si he de elegir un corrido de Antonio y Francisco José para escuchar en una isla desierta tendría que ser “Este amor va de principal (por favor lo cabeceas)”, descrita por un crítico musical como “una auténtica canción desesperada que dice en sus tres minutos y medio lo que a cualquier poeta diría en 20 poemas de amor”. Esta pieza está dedicada a una directora editorial, incapaz de ver en su jefe de reporteros al amor de su vida. Él le llora, según nos dice, “en todos los estilos de texto posibles”  y al final le confiesa: “Lo que quieras saber en mil caracteres te lo digo en cinco: te amo”. Qué puedo añadir, incluso ahora que escribo pensando en la canción, también lagrimo.

De esta manera, Amor de última hora (paren las rotativas) es el soundtrack perfecto para cualquiera que haya trabajado en un medio de comunicación impreso y sepa lo que es cubrir notas en días feriados, algo que bien resume una de sus canciones: “Desde que soy periodista extraño tanto vivir”.

Amor

La educación sentimental

La educación sentimental

Resultó emblemático que los cines de mi infancia terminaran proyectando porno al final de sus días. Llámese machismo o no, la fábrica manufacturó sueños húmedos como una forma de agonía y trocó las fantasías infantiles por fantasías con restricciones en la edad. El sexo en principios de los noventa llegó a los periódicos en forma de cartelera cinematográfica. Títulos tan emblemáticos como Las Profesoras del amor convivían con Mrs Doubtfire en una misma página de espectáculos. Del lado de la realidad, en la sección de clasificados, un bar ofrecía el show de una señora cuyos hábitos higiénicos contemplaban bañarse en una copa gigante.

                  black
 

ENTRE CINEMAX Y UNA MUJER DESNUDA
 

En los noventa el porno era más complicado. En la era anterior a la Internet, el sexo llegaba a nuestras casas como película de Cinemax (quizás el mayor educador sexual de mi generación) y en menor grado, Showtime. Era la mejor televisión que ha existido: los pubertos de principios de los noventa pudieron haber visto Naranja mecánica como película porno (salían mujeres desnudas al fin de al cabo) y no enterarse sino años después de que en realidad se trataba de una obra de arte. A altas horas de la noche, Cinemax intercaló cine de increíble calidad con películas de chicas que se quitaban el bikini a la menor provocación. Esa doble enseñanza difícilmente se podría repetir con la programación actual de Film Zone o Golden Choice.

           naranja

Debido a los husos horarios, las nueve de la noche era una hora propicia para que alguna actriz acabara con los pechos al aire, mientras la trama –incomprensible de tanto cambiar de canal para disimular- acontecía a volumen bajo. Lo curioso fue lo viejo que llegaba a ser el porno con que mi generación se educó. De Black Emanuelle (uno de los múltiples sucedáneos a la cinta de Just Jaeckin) a Inhibition (con una escena de baño de esas que marcan infancias), las lecciones de anatomía vinieron con cuerpos de los setenta (como esos libros de sexualidad que aún se editan).  Por lo menos a los ojos inexpertos, Cinemax  cumplió con una primera labor de la fantasía: hablar de un mundo que no era el inmediato. Quizás por eso, por no remitir a la misma realidad de los otros programas (donde todas las actrices y cantantes parecían haber salido de Flashdance), el cine erótico de Cinemax llegó a ser de sumo entrañable.      


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EL CONTENIDO DE ESTA REVISTA PUEDE SER (IN)OFENSIVO

Uno de los mejores trabajos temporales del mundo es ser vendedor de un puesto de revistas. Puedes darte una idea de qué consume la gente, de por dónde aletea su fantasía de lector (los superhéroes, las chambeadoras o los chismes sobre famosos). A principios de los noventa, en un mismo estanquillo (en la esquina donde actualmente se encuentra el Monte de Piedad) convivían los libros de la colección RBA (joyas como El tambor de hojalata, 1984 o Los amores difíciles) y las revistas Private.  Ambos inaccesibles si tenías 13 años, pero igualmente tentadores si comenzabas a ser lector a la par de adolescente. Eso sólo lograba que rondaras alrededor del puesto como tiburón en torno a un bañista desangrado.

La gran literatura y el porno despertaban la misma fascinación desde sus empaques de nylon imposibles de romper. Y sobre la cubierta estaba siempre esa etiqueta que te recordaba tus dos desgracias: ser menor de edad y, peor que eso, ser pobre.
Estaba en secundaria cuando un amigo revisó bajo su colchón sólo para encontrar una revista Playboy con portada de Paco Stanley y Elizabeth Aguilar. Diecisiete años después dicha imagen no es sólo una reliquia sino una aberración, pero en ese entonces fue el primer acercamiento a un mito. Playboy era la revista para adultos por excelencia, capaz de llevar pictoriales de Pamela Anderson y Jenny McCarthy, pero en ese momento a la mano sólo teníamos al conductor de Pácatelas! y a la primera playmate nacional. No fue un buen inicio. Ese primer número de Playboy, abierto y gratuito (cortesía del hermano mayor de mi amigo que lo había olvidado) era un producto ingrato: demasiadas letras y una sesión fotográfica que fue mejor olvidar. Sólo para redimir al imperio de Hugh Hefner, meses después hicimos una vaquita para comprar el más reciente número de Playboy de ese momento. Por lo menos no llevaba a comediante alguno en portada, pero la extrema higiene de los donantes nos obligó a descuartizar la publicación. Eran tan poco el material para repartir que a mí me tocó llevarme una entrevista con Alex Lora.

Para el bajo presupuesto, siempre estuvieron a la mano Pimienta, Fotopimienta y Erótico (La guía del amor exótico), un trío de revistas cuya edición siempre fue un misterio. Se pirateaban fotografías de otras publicaciones y reciclaban historias y “estudios sobre sexualidad” de los setenta (hablaban de Linda Lovelance como si acabara de llegar al estrellato). Para un lector adolescente, fue un extraordinario tránsito de la imagen al relato, pues muchos de sus cuentos no sólo estaban bien escritos sino que eran insuperables al momento de describir las maniobras que tres o más cuerpos desnudos o escasamente vestidos pueden efectuar a lo largo de cinco páginas. Aún se editan, con lo cual queda comprobado una vez más el predominio de las letras sobre las armas.

               lynn

AJUSTE LA IMAGEN (HASTA VER UN ROSTRO COMPUNGIDO)

En primer año de secundaria, las videocaseteras ofrecían la oportunidad de que no todo el porno aconteciera a deshoras (era pertinente que tus padres trabajaran de día y que tus maestros te retiraran temprano). Al mismo tiempo nos dieron nuestras primeras lecciones de electrónica cada que la película se atascaba o las imágenes eran tan borrosas como el Playboy Channel sin codificar (en estos casos nunca faltaba el amigo que recomendaba “limpiar” los cabezales de la video poniendo alcohol o perfume en el casete de los 15 años de tu hermana).

Lo mejor de esta época eran los videoclubes, que ofertaban en una sola área restringida o en una carpeta sobre el mostrador todo un catálogo de imágenes prohibidas. Dicen quienes saben que Video Rolly tenía un acervo tan espectacular que incluso contenía auténticas rarezas como la versión –decir porno es demasiado suave para el caso, los alemanes y los brasileños son los campeones de las categorías aparte- de ET. De Video Cobra recuerdo especialmente una: Cojan al Bárbaro, los primeros dibujos animados eróticos de los que tuve noticia.

Incluso cuando estudiaba en la primaria “Héctor Pérez Martínez” (finales de los ochenta, principios de los noventa), la papelería donde todo mundo acudía por un lápiz, dulces o en su defecto un álbum de figuritas, también funcionaba como videoclub, yo intuyo que erótico, porque nunca vi una película que no tuviera a por lo menos una actriz apellidada Lynn en su reparto. Con una pared tapizada de mujeres que te miraban de modo morboso era difícil concentrarse en las estampitas de Thundercats que pedías al dueño de la tienda. Siempre terminabas llevándote sobres equivocados del álbum Tú y yo
               tuyyo

¿Me podría repetir la pregunta?

¿Me podría repetir la pregunta?

No importa cuántas restricciones pongan los institutos electorales en el país para contener a los adelantados, siempre habrá maneras de burlar la ley, hacer campaña antes de tiempo, promoverse a ras de suelo sin recurrir a las propagandas evidentes, salir en los medios, poner el nombre sobre la mesa.  
Para no ir muy lejos, e
ste jueves tocó a mi puerta una señora que sudaba como si estuviera en la última etapa de un pentatlón; me preguntó si podía hacerme algunas preguntas para una encuesta. Por supuesto accedí.

“¿Cuál cree usted que sea el mayor problema en el estado?”, me dijo.
Contesté cualquier cosa y hasta ahí todo parecía una serie de preguntas inocentes, planteadas para constatar los lugares comunes de la ciudadanía. La ilusión de que el asunto era serio acabó demasiado pronto.
La señora me mostró la foto de un diputado local, una foto de estudio, la imagen de un hombre que pretende darnos a entender que mira muy lejos, quizás un poco más allá del objetivo de la cámara.

“¿Conoce usted a esta persona?”.
Por supuesto, pensé, todavía hace unos minutos, mientras revisaba el periódico, acababa de leer una declaración suya y sus ojos mostraban ese gesto de quien necesita un par de gafas urgentemente.
“Sí, se trata de Robespierre Santoyo”.
Es evidente que no estoy usando el nombre verdadero del legislador para no herir susceptibilidades. Sin embargo, he de apuntar que este nombre es real, pues lo saqué de la sección de policía del diario. (Un consejo: si te llamas Robespierre conviene tener un perfil bajo, por favor, no choques y no intentes robar nunca nada).

La señora palomeó un apartado de su hoja como diciendo: ya tenemos un voto más asegurado. Su papada temblaba de felicidad.

“La Legislatura a la que pertenece el licenciado Santoyo ha sacado leyes como las de Transporte y… y Via-li-dad, donde buscado se… donde se ha buscado el bene-beneficio ciudadano. ¿Cree usted que las… las leyes de Vialidad-Transporte servirán para mejor via…, para mejo-¡rar! la vialidad y el transporte?”

En un principio pensé que la empresa encuestadora, a fin de pagar los más bajos salarios, había contratado a cualquiera que se ofreciera a recorrer a pie una colonia aún así no supiera leer una frase entera en voz alta. Luego caí en cuenta de que en realidad era una estrategia política: cuando uno no entiende nada, por lo general responde que sí a cualquier pregunta:

“Sin lugar a dudas”, dije sólo para ver la alegría inundar el rostro de mi interlocutora. Ella siguió hablando con los mismos tropiezos que tienen los artistas extranjeros que quieren aprender albures en español.

Dándole un poco de lógica a sus palabras, la segunda pregunta podría plantearse de esta manera: “En la legislatura a la que pertenece Robespierre Santoyo se aprobó una ley que protege a las mujeres del maltrato y que castiga con mayor fuerza a quien a golpee o ejerza la violencia ya sea física, psicológica o económica…”

“Y la pregunta es…”, interrumpí.

“La pregunta es: ¿sabía usted eso?”.

Mi rostro de desilusión antecedió mi respuesta: “Ahora ya lo sé”.

Ella apuntó en el recuadro: Sí.

Lo que pasaba en ese momento por mi mente era otra pregunta: ¿qué tipo de encuesta era ésa? Busqué en la camisa y gorra de la mujer un logotipo, una razón social que me diera una pista del responsable de ese horror. Hallé ambos, pero no me interesa especificarlos ahora, pues la mayoría de esas firmas tiene nombres olvidables con palabras como “Soluciones”, “Integral” o “Multialgo”. Lo que no entendía era el sentido de todo ese cuestionario: ¿me estaba preguntando o me estaba informando? Cualquiera que haya sido la intención, parecía estar fallando, a menos que el propósito haya sido despertar lástima hacia el diputado. Es decir, ahora sólo podía pensar en Robespierre Santoyo como a un pobre tipo estafado por una supuesta empresa de opinión.

La señora no dejaba de hablar. La tercera pregunta englobaba el número de leyes propuestas por el diputado Santoyo, sin especificar cuáles habían sido aprobadas o no. Todas tenían nombres enfocados hacia a algún sector social: los niños sin hogar, las personas con discapacidad, las mujeres trabajadoras. Alguna que otra hacía referencia a cosas tan simples como dejar de llamar a los ancianos “viejos recalcitrantes” y empezar a decirles “representantes de la tercera edad”, pero en sus nombres rimbombantes esas iniciativas parecían estar salvando a centenas de ancianos, mujeres y niños del desamparo.

Así siguió la encuesta, inquiriéndome si consideraba que tal o cual acción del diputado Santoyo beneficiaría a tales o cuales personas. A todo respondía que sí, que tenía la impresión de que Santoyo podría haberse incluso inmolado a sí mismo si eso garantizaba la salvación de delfines en Ciudad del Carmen y que no sólo me parecía el hombre ideal de su partido para candidato a gobernador sino el hombre al que hubiera escogido como padre, en caso de que uno pudiera participar en ese tipo de elecciones. 

La mujer palomeaba su hoja a punto del éxtasis.

La última cuestión era saber –después de todo ese primer informe de logros legislativos que me había proporcionado- qué opinión tenía yo del diputado ateniéndome a alguna de estas tres opciones:

a) Trabajador, comprometido, luchador social.

b) Incorruptible, solidario, estadista.

c) Magnánimo.

Dije que la primera opción me parecía bien.  

La señora me preguntó mi edad y el número de mi casa y se marchó. Sólo una hora después, cuando quise salir a comprar, caí en cuenta de que había dejado “por descuido” una foto del tal Robespierre debajo de la puerta. Como poseído por el espíritu de una turba, fui a la guillotina de papel que tengo en el cuarto y la hice tiritas.