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Tediósfera

Mudanzas

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Hoy voy a cambiar
revisar bien las entradas
y sacar mis sentimientos
y resentimientos todos
hacer limpieza al armario
borrar enlaces de antaño
y angustias que hubo en mi mente
para no sufrir por cosas tan pequeñitas*
dejar de ser Blogia...
para ser Wordpress.


TEDIÓSFERA SE MUDA A LA SIGUIENTE DIRECCIÓN

http://tediosfera.wordpress.com

 

*(Como que la página estuviera caída siempre entre 1 y 6 de la tarde)

Invitación (por si les gusta el látex)

Invitación (por si les gusta el látex)

Conocí a Nadia Villafuerte gracias a un hombre barbado, de pelo largo, frecuentemente retratado con ropa blanca y que era seguido por miles de personas. Sí: Marco Antonio Solís “el Buki”. Uno de los personajes de Nadia lo veía como una especie de Cristo; yo apenas como el Cortázar que aparecía en mis sueños. De esa confusión nació nuestra amistad. Ahora ella llega a Campeche, gracias a otro equívoco:

 

NADIA: (Inaudible por el celular) ¿Te gusta el látex, cielo?

YO: (Pausa dubitativa) Mmm. Sí.

NADIA: (El ruido de fondo ha terminado) ¡Perfecto! Qué bueno que aceptas. Llego el 5 de febrero. Te mando a tu correo la portada del libro.

YO: Eh, ¿libro?

 

Para mitigar la vergüenza llamé a Flor de Anda:

 

YO: (Inaudible por el celular) ¿Te gusta el látex, cielo?

FLOR: Ah, el libro de Nadia. ¿Qué, lo van a presentar?

YO: (Pausa pensativa). Mmm. Sí.

 

Así es como se armó la presentación que se efectuará ESTE JUEVES 5 DE FEBRERO a las 7 de la noche, en el auditorio “Hernán Loría” del Instituto de Cultura de Campeche. NO FALTEN.

 

¿TE GUSTA EL LÁTEX, CIELO?

De Nadia Villafuerte.

 

Presentan: Flor de Anda, Eduardo Huchín y la autora.

 

 

                       

 

Toloc: Por el lado oscuro del camino

Si alguien en nuestro árido territorio artístico ha definido la subversión como norma de comportamiento dentro y fuera de los escenarios es sin duda el grupo Toloc. Subversión no sólo contra los naturales blancos de la protesta (el sistema, los buenos modales y todas esas instancias que comúnmente se denominan “lo establecido”) sino incluso contra aquellos grupos que se llaman a sí mismos “contestatarios”.  Ni darketos ni eskatos ni punketos, Toloc se forma en 1998, con tres integrantes que fueron capaces, como los antiguos, de borrar todo vínculo con su pasado y nacer de nuevo bajo los nombres de Kurt Kobén, Mosh Cohuó y Lazlo Canek. Metal épico en el más sublime de los términos: la historia reinventada a través de la epopeya.

 

“Es verdad que de músicos, poetas y locos todos tenemos un poco. Por fortuna, hay algunos que sólo eso sabemos hacer”.

En los tiempos en que los grupos de rock sacaban sus nombres del libro de etimologías grecolatinas, Toloc debuta con Montecristo Superstar, el mítico demo de 1998 que llevaba ya la marca personal del grupo: el bajo cabalgante. En las postrimerías de un siglo caracterizado por la intolerancia hacia lo diferente, el disco pasó inadvertido para la mayoría de los conocedores, que no supieron apreciar sus innovaciones estilísticas, sobre todo en materia de letras:

 

Ya se marchó, no volverá.

Gonzalo Guerrero

no vuelve la vista atrás.

            (“Gonzalo Guerrero”)

 

Su original visión de la conquista y el mestizaje, aunada a la voz aguda de sacerdote poseído por Hunab Ku del vocalista, fue rotundamente ignorada. Sin embargo, la confianza absoluta en su talento colectivo hizo de Toloc un grupo persistente. No conformes con su revolucionaria forma de ver la música e inspirados por la atmósfera apocalíptica de ese año, lanzan hacia 1999 El número de la bestia (que subió del mar), un disco que después los eruditos compararían con el Revolver de los Beatles. En dicho material, Toloc hacía una revisión minuciosa de su cotidianidad, de una manera tan lograda que la ciudad adquiriría, en esos diez tracks, una abierta condición de paraíso perdido. En diciembre, precisamente cuando todo mundo celebraba la inscripción de Campeche como “Patrimonio Cultural de la Humanidad”, Toloc cantó la que se convertiría después en un himno de los jóvenes campechanos de fin de milenio: “Another brick in the Solitude bastion” (mejor conocida como “Otro ladrillo más en el baluarte de la soledad”), que por cierto inspiraría un célebre graffiti (“Patrimonio y mortaja de la UNESCO bajan”) atribuido al propio Kobén.

Es en otra de sus canciones: “Under the Dogs’ Bridge” (Bajo el Puente de los Perros) que Toloc anuncia su deprimente relación no sólo con la religión católica sino con todas las religiones: “El primer cristiano que asesiné de hecho no lo era: practicaba el jainismo”, dice uno de sus más controvertidos fragmentos. Los aires violentos que se respiraban en sus letras desataron encarnizadas protestas por parte de algunos grupos católicos (comandados por el padre Seleno) y también por parte de una diputada local. El escándalo se convirtió en su mejor publicidad. Y fue definitivamente por la puerta de la polémica que sus álbumes empezaron a ser vistos con seriedad por el público especializado.

 

“La música sirve para vivir de la misma manera que el sexo sirve para vivir (aunque de repente, sirva para reproducirnos).” 

 

Para el año 2000, Toloc eran la mayor sensación que habían tenido los círculos rockeros en el estado. Cientos de amantes del metal les seguían a todos sus conciertos y más de uno imitaba ese característico movimiento de los toloques, que se había convertido en el santo y seña de sus admiradores. Incluso, se rumoró en algunas publicaciones, que Kurt Kobén se había operado los huesos del esternón y del cuello para poder hacer ese constante cabeceo hacia delante y hacia atrás. Para entonces, los integrantes de Toloc ya habían adquirido el tono amarillento de sus cabelleras (a base de un tratamiento de rayos ultravioleta que habían tomado en un barco camaronero) y se vestían con sus clásicos huipiles que no ocultaban sus también clásicos pantalones de mezclilla.

Es a mitad de ese año, que Toloc admite la necesidad de mejorar la calidad de sus grabaciones. La idea se vuelve tan obsesiva que Kurt Kobén concibe, mientras pinta los protectores de una residencia colonial, crear su propia casa disquera: la Thiner Digital Records. Huelga decir que ese afán de perfección tuvo adeptos y detractores. Cuando algunas de las oscuras hordas de fieles metaleros rechazan al grupo por considerarlos comerciales, Toloc ofrece un concierto en los pasajes subterráneos de Puerta de Tierra para demostrar que hacían música “underground” en el más amplio de los sentidos.

Sin embargo, pese a manifestar con frecuencia lo contrario, Kurt Kobén fue adquiriendo credenciales de figura pública (proceso del cual Genaro Manzanilla hace una notable descripción en Nadie sale divo de aquí): aparecía en casi todas las revistas, incluso en aquellas que comúnmente dedicaban sus planas a tráileres accidentados. El 31 de diciembre una nota circula por toda la prensa: Kurt Kobén es arrestado por conducir a exceso de velocidad y en estado inconveniente, no tener tarjeta de circulación, manejar con un permiso vencido y llevar en el asiento trasero a tres chicas menores de edad que además olían a resistol. De ese incómodo incidente surgió “Guama Police (arrest this man)”, la canción más representativa del 2001 y que fue cantada por cientos de internos del penal donde se hicieron las grabaciones.

Para su tercer material, Bahía de la Mala Pelea, Toloc experimenta con instrumentos autóctonos e invitan a participar en su disco a algunos músicos tradicionales que habían conocido en sus giras al interior del estado. “Villamadero Insurgente” es la conjunción maestra de una letra subversiva y la pesantez del epic metal con la nada despreciable experimentación de un solo de Tunkul de 22 minutos, ejecutado por el sexagenario Jacinto Pat. En “Regina (She will back)” (¿la recuerdan?, aquella que comienza con “a la voz de puto el que no suba al arca”), el momento culminante en que la predicadora anuncia la última tormenta es verdaderamente sublimado por la participación de Víctor Mejía, el virtuoso del Palo de Lluvia, que ejecuta, según los conocedores, una melodía sólo comparable a la que pudo haber interpretado Dios durante el diluvio universal.


“Nada tan irresistible como la resistencia”

Para finales del 2001, Toloc graba lo que no puede considerarse simplemente una canción sino LA canción. Me refiero a “Simpathy for the kissín”, contenida en su disco Bix a be’el, Luzbel y entre cuyas estrofas se encuentra una de las grandes máximas de quienes, como ellos, se rehusaron a seguir estilos convencionales de vida: “Hay quienes por querer ser rectos terminan siendo ojetes.”

La reveladora aparición de este disco, descubrió al público más joven (prácticamente puberto) que el metal aún estaba vivo —por lo menos que no olía tan mal— y que las inocentes formas de subversión que los adolescentes practicaban en ese entonces eran sólo una moda, igual a la del pop que tanto decían detestar. Para Kobén y sus seguidores, la única y auténtica manera de ir contra la moda era ser abiertamente anacrónicos; en esa zona que se extiende entre repudiar el presente y reinventar el pasado. Pronto, los punks advierten la alusión y pintan los suficientes graffitis como para llevar el incidente a una ruptura definitiva. Cuando en una entrevista para Necrofilia Zine, Kobén señala: “Todo eso que ellos llaman resistencia tiene mucho de resignación”, la guerra ya está declarada desde ambas orillas.

Alentados quizás por las duras críticas a sus formas de contracultura, algunos admiradores del punk, promueven el disco-tributo God save the Halach uinic, donde de manera velada acusan a Toloc de haberse convertido en un producto. God save the Halach uinic es nada menos que las canciones clásicas de Toloc remezcladas por personalidades de la música electrónica, como Peter Pan, Mickey Mouse, Banana Power y principalmente Matato’s. Toloc en respuesta a ese disco, que tuvo la mala suerte de escucharse hasta en las discotecas de los municipios, lanza la recopilación definitiva de su música: AnTOLOCgy, con la que cierran la más grande aventura épica que ha conocido jamás la música campechana.

 

“Es mejor consumirse que consumarse”

El 13 de diciembre de 2003, deprimido quizás por la muerte de su novia, Kurt Kobén se suicida disparándose en la garganta con un arpón para matar cazones. Apenas en marzo de ese año, durante el equinoccio de primavera, habían grabado en las alturas de Chichén Itzá lo que iba a ser su legado musical: La peste negra y la olla de oro al final del arcoiris, un material en vivo, que también dejaba ver el reciente gnosticismo de Kobén. Después de ese apoteósico concierto, Toloc se dedicó a tocar sólo en sitios arqueológicos. Es precisamente durante el festival Apocalip-Tikal, que ellos encabezaban, cuando su novia se avienta al vacío bajo una supuesta sobredosis de copal. Suceso éste del que Kurt nunca pudo recuperarse.

El suicidio de Kobén despertó un ciego desprecio hacia el metal épico que representaba. Otra desafortunada confusión entre ídolo, ideología y arte. Las consecuencias reales de dicho acto repercutieron en los otros integrantes de Toloc mucho más que en los fans de su música: Mosh Cohuó y Lazlo Canek nunca lograron revivir las atmósferas heroicas de las letras de Kurt. Canek mejor se dedicó a la guerrilla rural y Cohuó formó un conjunto tropical llamado The Bellavista Social Club.

La música desde entonces adolece de superficialidad. Como ha sustentado el conocedor Joao García: “Ningún bajeo ha podido, como el de Toloc, recordarme a las Valkirias”.  Y también es innegable lo que el crítico Miguel García (sin parentesco con el anterior) ha dicho al respecto: “En definitiva, Toloc fue un grupo adelantado a su tiempo”.

Porno for maitros

Porno for maitros

Una infancia que no haya sido marcada por historietas pornográficas no fue infancia. ¡Así soy...! ¿Y qué?, El Sensacional de maestros, sus chalanas y demás chambitas, Sensacional de Barrios y los Sensacionales de Traileros, de Mercados o de Chafiretes fueron la bibliografía mínima de crecer en México durante los ochenta. Eran pequeñas publicaciones de 13 por 14 cms., dirigidas a adultos que ganaban poco. Sus historias estaban llenas de albures, mujeres turgentes y aventuras que resaltaban lo mejor de la “pija-dura del proletariado”. Sus virtudes eran la infidelidad, la precocidad sexual y el centrimetraje de los pechos femeninos.

Al ser el equivalente impreso de las sexicomedias mexicanas, los Sensacionales abusaban de los dobles sentidos, pero también mantenían el pudor de sus protagonistas con vestidos entallados que marcaran los pezones, pero no los mostraran. Con el tiempo, el mercado (o algo que pudiera llamarse el Sensacional de la crisis de mercado) llevó a los editores a mostrar más pechos al aire, a exhibir la región púbica de sus chicas y ya de plano hasta penes erectos.

Entonces las historietas marcaron la distancia entre la risa y la libido. Se volvieron serias como si la imagen explícita no pudiera ser compatible con los chistes (quizás era que las insinuaciones impúdicas de la primera época necesitaban un poco de la censura, porque eran una forma de sortear la censura).

Los Sensacionales dieron paso a publicaciones llamadas Calor entre las Piernas, El Club de las divorciadas, Ellas son las Sexoservidoras S.A., Eróticos Anónimos, Sensacional de Cariñosas presenta Inocencia Sexual, El Libro Prohibido Presenta Pecados Carnales, Las Maestras del Colchón, Mujeres Inmorales con Ansias de Amar, Pícaras, Infieles y Ponedoras o Sábanas Mojadas.

Quizás no hayas sabido de todas ellas durante tu infancia, pero cada vez que ibas al kiosco por el Hombre Araña o Karmatrón y los transformables era imposible no ver sus portadas y sobre todo sus títulos, como una abierta invitación a anticipar la adolescencia a golpe de lecturas impropias.

 

 

Yo tengo presente algunos de esos títulos, la mayoría rimados. Quizás era que para los escritores, la rima le daba carácter literario a los albures; pero dentro de todo había un motivo acertado: las volvía memorables.

 

“Mientras en su casa había quemazón, ella se bajaba el cal... or”

“Gata coqueta, pásame la croqueta”

“Quisiera ser bebé para quedarme dormido en tu pechera”

“Agáchate más y con la pista darás”

“Tanta maciza comió, que en bautizo acabó”

“Escoge papacito ¿Mango, melón o sandía?”

“Nomás le vieron el Pitágoras y ya querían echársela al Platón”

“Elver Gon…zález, ¡presente, maestra!”

“Éntrele con fe a la inflada, que al cabo para eso llegó su cuñada”

“En Acapulquito buscaba el cuerpo del delito”


Un buen ejercicio para talleres de escritores: leer esos títulos e intentar un relato con ellos.

 

 

Contra las cuerdas

    

 

La opinión generalizada que he leído sobre The Wrestler es que la interpretación de Mickey Rourke no sólo representa una de las actuaciones mayores del año pasado sino que termina siendo la película. Un guión en apariencia plano, apenas un par de frases memorables, la historia de una hija que no termina de encajar del todo. Con esas deficiencias, parecía que Rourke salva el filme del mismo modo que el personaje de “El Carnero” Robison ha salvado a Rourke (lo ha puesto bajo los reflectores de un modo que no hizo ni siquiera Sin City).

Pero yo no voy a hablar de Mickey Rourke. Es decir, no voy a destacar ninguna virtud de los actores de la cinta. Nada de elogiar la mirada de Rourke, la mirada de Tomei, de cómo dan perfecta sustancia a personajes que tienen prohibido envejecer, llámese luchador, llámese striper. De sus certeros puñetazos al abdomen del espectador y de cómo la sangre de Rourke hace algo más que salpicarnos. Dejemos eso para otra función, posiblemente para otros comentaristas.

Quiero hablar del Darren Aronofsky.

Este señor ha hecho algo eso que pocos directores talentosos están dispuestos a hacer: pasar inadvertidos. ¿Que la película es simple? La vida lo es (lean sus propios diarios personales y si no tienen, consideren eso una confirmación en sí). El auténtico milagro de The Wrestler está en los detalles, en el minucioso marcaje personal al que está sometido “El Carnero” Robison. ¿Por qué detenerse más en el cuerpo del luchador que en el de su contraparte,  la striper cuarentona Pam-Cassidy? ¿Qué dibuja mejor el fracaso de Randy ante el mundo: su cuerpo agotado tras el combate o las dificultades que tiene para quitarse el pantalón antes de broncearse?

The Wrestler es un meticuloso seguimiento de una vida marcada por las deudas, la soledad, la memoria (¿cuándo en la pizarra de corcho de nuestra vida ocuparon más espacio los recortes que los post its, cuando hubo más nostalgia que planes?). “Un luchador en el ocaso de su carrera” resulta quizás la frase más simple para describir esta película. The Wrestler es un retrato a detalle de un cuerpo, entendido como el mapa pormenorizado de lo que hemos sido. Sobre cómo sobrevivir a él y cómo demolerlo a base de ilusiones.

Aronofsky sabe que un close up sobre la nalga desnuda del luchador -en el preciso instante en que una aguja la penetra- dice tanto como la frase final. Sabe que nada pinta con mayor precisión el desamparo que un guerrero intentando bañarse con una gasa en el pecho. ¿Por qué? Porque no hay épica en eso. Porque no hay heroísmo en luchar contra el propio cuerpo, ni victoria suficiente en seguir las instrucciones del médico. 

La verdadera tragedia de “El Carnero” no está en si puede seguir luchando o no, sino en la incapacidad de huir por completo de la cotidianidad, del tránsito sin sobresaltos de los años, se diría que de la vida sin adrenalina. En el fondo duele más verlo atender un supermercado que recibiendo patadas arriba de un ring. Y aunque no pueda ya, “El Carnero” insiste en luchar, porque para el éxtasis de vivir –no confundir con la vida, por favor- no existe rehabilitación posible.

¿Una cinta con demasiados minutos en los vestidores? De eso está hecha nuestra biografía. De pasillos, corredores, de un tránsito que no acaba. De arenas pequeñas y un público que enardecería lo mismo por nosotros que por cualquiera. De gente que nos reconforta, de muñecos en el tablero del carro, de cogidas eventuales, decepciones eventuales, la terquedad de buscar el amor ya sea en una bailarina o en nuestros hijos.  De abrazos que son llaves, de palmadas que pueden ser lo mismo de agresión, de trámite o de aliento.

El dolor de “El Carnero” es el mismo que el de todos nosotros: no proviene de los golpes, proviene de un mundo que ha dejado de corear tu nombre.

 

Mi candidato

Mi candidato

Ya saben por quién votar este julio. El mejor, el más perro, el que nada 10 kilómetros de a perrito, el auténtico ladrón, el favorito del diario Perribuna, el que lidera las encuestas, el terror de la ultraderecha del CAN (Contra el Apareamiento Natural), el hijo de perra, el temor del PeRReo-D, el que no pertenece al grupo del Dobernador, el de “las patas limpias”, el mandatario del empleo (va a ser el primero en tener uno apenas gane), el rayo de sol de la esperanza, el candidato de los pobres perros, el que promete tener pata firme contra la delincuencia.

Este 5 de julio: VOTA DON PERRO.

Para más información, visita su página oficial:

www.votenperros.org.mlx 

(la terminación “org.mlx” es por organizaciones malixes)

 

El arte de ser precandidato

El arte de ser precandidato

Por muchos años, en Campeche, las precampañas han sido la auténtica elección y las votaciones sólo han servido para corroborar la fuerza del partido en el poder. A lo largo de los sexenios, obtener una candidatura priista era obtener el cargo; por ello, la lucha verdadera se daba al interior. Ahora, las diferencias entre el PAN y el PRI han disminuido lo suficiente como para que las candidaturas de ambos partidos se peleen con ánimo de guerra civil.

¿Qué ha pasado? Que las precampañas se han encarecido a extremos ridículos, como si en esa lucha intestina se debatiera el futuro de la democracia. En estos tiempos hablar de los precandidatos es como hablar de los presocráticos: son tipos oscuros, autores de declaraciones perdidas y a los cuales tendemos a confundir unos con otros. ¿Quiénes son, qué quieren de nosotros, por qué nos acosan?

Observemos el panorama con detenimiento: raramente, un precandidato sale de la nada. Pensemos en la política como en la fila para ir a ver el estreno de una cinta taquillera. Es una combinación de paciencia y artimaña. Entre quienes forman la fila se han establecido reglas tácitas para avanzar, pero nadie se opondría a transgredir ese acuerdo si la circunstancia lo amerita. Por ejemplo, si la empresa ofrece boletos gratis a quienes pasen algún reto extraordinario. Imaginen eso y estarán viendo cómo funciona la administración pública.

De ese modo, en la política todo mundo quiere llamar la atención de quien regala los boletos. Todos quieren hacerse notar o construyen la maquinaria de chantaje que les asegure la entrada a la función exclusiva. ¿Cómo lo hacen? Haciendo como que trabajan. Es el mismo mecanismo de un empleo altamente competitivo: alguien se ofrece a hacer una tarea extra, se muestra ocupado cuando llega el jefe, hace pensar a los demás que es indispensable. De ese modo, quien aspira a una candidatura quiere a todas horas asegurarse el protagonismo. La candidatura no se logra con quien sea más capaz para un cargo, sino quien puede contribuir con más votos para un partido. Lo que significa que si de todas maneras resulta perdedor, conserva para su grupo ciertas prerrogativas.

Inmiscuidos como estamos en un universo excesivamente publicitario, se cree que “figurar” es sinónimo de “tener adeptos” y, como la candidatura surge esencialmente del rating, todas las aspiraciones se debaten entre personajes públicos. Cada que un gobernador o un presidente llaman a la cordura y a “esperar los tiempos” ya es demasiado tarde. Es como quien explica a su familia las medidas de seguridad ante huracanes cuando ya el vendaval se está llevando su techo de aluminio. A unos meses de terminada una elección intermedia, ya existe gente publicitando sus aptitudes, recalcando su desempeño como funcionario, como si la eficiencia en un cargo garantizara el éxito en una investidura superior.

 

¿Qué hacen los aspirantes a una candidatura para llamar la atención? Cosas bastante específicas, a saber:

a) No borrar sus bardas de la elección anterior. No importa que haya prometido ante el instituto electoral o ante su distrito blanquear su horrorosa publicidad de las paredes. El aspirante a la candidatura sabe que miles de personas seguirán viendo su nombre ahí, en grande, como si la elección nunca hubiera sucedido. Por ese motivo, el nombre ocupa quince veces el tamaño del cargo.  A fin de cuentas, para no violar ninguna ley electoral se puede poner la leyenda “Gracias por tu confianza”, a fin de reconocer en algo a los ingenuos votantes.

b) Felicitar a todo mundo. Sólo disponiendo del erario puede uno demostrar la cortesía de un inglés. Cuando se tiene un cargo público pero ya se piensa en el próximo, sale el Gran Felicitador que todos llevamos dentro. El Día de las Madres, el Día de la Libertad de Expresión o el Día del Niño merecen al menos una plana del periódico. Y al final, una conmovedora declaración de pertenencia: “Atentamente. TU diputado, fulano de tal”.

c) Fragmentar actividades. La simplificación es enemiga de la burocracia; eso lo sabe cualquiera que haya querido tramitar su cédula profesional. Así funcionan las dependencias, lo que podría hacerse en tres pasos se hace en seis; lo que podría presentarse en dos eventos se presenta en cinco. El propósito es salir todo el tiempo en los medios. Algo que los titulares de las instituciones ejecutan muy bien. 

d) Declarar. En estos tiempos parecería que la función del político es dar su opinión, en el entendido de que su auténtico radio de acción son las grabadoras de los reporteros. ¿Qué hacer cuando un grupo sabotea los ductos de Pemex? Nada tan fácil como condenar la acción. ¿Matan a alguien? Se pide enérgicamente al Gobierno esclarecer los hechos. ¿Sube el índice de drogadicción? Se exige un combate frontal contra el narcotráfico. La obviedad es el territorio común de quien aspira a una candidatura.

e) Los programas institucionales. Tengo la impresión de que las dependencias no promueven sus programas para darle oportunidad al delegado de salir en radio o televisión. Una vez que el aspirante a una candidatura explica todo lo que su dependencia es capaz de hacer, invita al público a aproximarse a la Secretaría que encabeza. Es una forma de decir: “Dejad que los votantes se acerquen a mí”.

No quisiera terminar este texto sin un último consejo: Desconfíen siempre del funcionario que llama por su nombre a quien lo entrevista. Eso significa que se está promoviendo para algo.

 

Los pecados de la carne

             

En nuestros días, ir con un doctor para saber si nuestro peso es conveniente es como ir al confesionario a preguntar si somos pecadores: sólo vamos a que nos reprendan por nuestras “prácticas inapropiadas” de cada noche.

“¡¿Eso cenas?! ¡Dios, permíteme tomarme un calmante para asimilar ese menú!”, me dijo el doctor Rivera, quien colgaba sobre su pecho un símbolo de Escolapio. 

“¿Es demasiado?”, pregunté.

“Si tu plan de vida es sólo llegar a los 40 años probablemente no”, me explicó el galeno. “Ahora, si has llegado a imaginarte viejo, firmando libros, yo te recomiendo…”.

“¿Qué cosa?”

“Que ya no te lo imagines, porque no va a suceder”.

Tragué saliva. Esencialmente, porque ya tenía hambre otra vez.

“¿Hay algo que yo pueda hacer por la salvación de mi cuerpo, doctor?”, le inquirí, con ese rostro de preocupación que a veces me sale.

“Sí, siempre y cuando seas capaz de aceptar la Buenas Dietas en tu corazón. Debes pedir como Salomón ‘un estómago obediente’ para seguir los mandamientos de la Alimentación Sana”.

“¿No es muy doloroso eso?”

“Sí, esencialmente exige renunciar a ciertos placeres; pero nada que no pueda obtenerse con un poco de templanza”.

Arrepentido por mi vida anterior, acepté los consejos del doctor Rivera, quien me hizo una lista de 10 cosas que debería yo practicar para alcanzar mi peso ideal. Al final de cada recomendación había un consejo moral como “El que ha mirado un platillo exquisito a fin de tener una degustación, ya ha cometido gula” o “A la ensalada César lo que es de la ensalada César”.

Yo me había quedado con muchas dudas; desgraciadamente el doctor tenía ya un número considerable de gente esperando en la antesala y cada minuto en ese consultorio me hacía sentir un poco más culpable. Cuando salí, los otros pacientes alzaron el rostro, como buscando que alguien los reconociera. Tuve la sensación de que la gente ve tan complicado cambiar por dentro que decide mejor cambiar por fuera; y eso les proporciona un increíble sentido de la dignidad.

Llegué a casa con el firme propósito de llevar una alimentación mejor. Apunté sobre una hoja las proporciones en que debería matar el hambre: raciones de pan, cereales y tubérculos; piezas de fruta fresca, verduras y hortalizas; raciones de queso y lácteos. Apuntaba con seguridad, como si escribiera un cuento, quizás porque una lista de alimentos saludables cumple en mi vida la misma función que los relatos de ficción.

Al poco rato, tocaron a mi puerta. Era un tipo de camisa a rayas, con lentes, un maletín en una mano y un paraguas extendido en la otra. Le abrí para preguntarle qué deseaba.

“Amigo, ¿qué tanto conoces la dieta del doctor Russell?”

“Nada, ¿quién es usted?”, dije algo contrariado.

“Lo supuse”, el tipo seguía hablando sin haber reparado en mi pregunta. “¿Sabías que en los tiempos antiguos la gente comía mejor, ingería más cosas naturales y que ahora vivimos la peor de las épocas con una juventud embrutecida por los excesos en grasas y azúcares? Para recuperar nuestros valores alimenticios, el doctor Russell fundó la revista Desayunad, donde propone seguir al pie de la letra las dietas de hace 2 mil años. ¿Has oído hablar de la Torre de Bagel? Es lo que debes comer los martes al mediodía”. 

“Disculpe, yo tengo mi propio régimen”.  

“¡Dietas espurias, seguramente!”, se exaltó el tipo, “No te dejes engañar por los falsos nutriólogos, hermano, que sólo el doctor Russell tiene la alimentación verdadera. Tome, le dejaré algunas revistas”.   

Me dio unas pequeñas publicaciones y me pidió una cooperación. Se la di con tal que desapareciera.

Cuando regresé a la cocina ya tenía un dilema de fe: ¿a quién creerle?, ¿al doctor Rivera o a la revista Desayunad? Prendí la tele para relajarme un poco, pero en su programación todo eran métodos para bajar de peso: hombres trajeados hablando del auténtico régimen, a gritos. Así crecieron mis dudas nutritivas: ¿existe una sola Dieta?, ¿por qué todo mundo asegura poseerla? Libros, folletos, programas de radio y de televisión, todo se ha vuelto trucos para bajar de peso; los dietistas pasan la mitad de su tiempo desacreditando a las otras creencias, y exaltando las virtudes de sus propios regímenes, cada vez más estrictos. ¿Qué hay detrás de esa veneración por el sacrificio?, ¿es quizás el dolor una variedad evidente del esfuerzo, “si me duele es que está funcionando”, como decía Cindy Crawford?

Pero las creencias hacen felices a las personas, pensé, se sienten bien confiando en que su alimentación es la adecuada, viven con plenitud, crían hijos felices a quienes les dicen qué comer y qué no. ¿Qué ha pasado con nosotros? Lo que antes era el sentido de la moderación ahora se ha vuelto una mezcla de estadística y química orgánica (40% de carbohidratos, 30% de proteínas y 30% de grasas no saturadas), claro, todo cubierto por la miel de la redención: no “tú puedes hacerlo”, sino “tú tienes que hacerlo”.

Tanta frustración me hizo llamar a mi psicóloga personal, quien me dijo que tratara de sentirme menos oprimido.

“¿Qué debo hacer, doctora, como afrontar esta crisis?”

“No intentes nada. El problema de las personas es que quieren ser algo distinto a lo que son. Tú sé quien eres”, me dijo ella. “Sólo reconcíliate con tu gordo interior. Sal del clóset, Eduardo. Eres un gordo de clóset”. 

Se suponía que eso me reanimaría, pero yo ya estaba más deprimido que al principio. Colgué inmediatamente el teléfono, tiré las revistas y folletos a la basura e hice eso que siempre hago cada que estoy triste: