Los pecados de la carne
En nuestros días, ir con un doctor para saber si nuestro peso es conveniente es como ir al confesionario a preguntar si somos pecadores: sólo vamos a que nos reprendan por nuestras “prácticas inapropiadas” de cada noche.
“¡¿Eso cenas?! ¡Dios, permíteme tomarme un calmante para asimilar ese menú!”, me dijo el doctor Rivera, quien colgaba sobre su pecho un símbolo de Escolapio.
“¿Es demasiado?”, pregunté.
“Si tu plan de vida es sólo llegar a los 40 años probablemente no”, me explicó el galeno. “Ahora, si has llegado a imaginarte viejo, firmando libros, yo te recomiendo…”.
“¿Qué cosa?”
“Que ya no te lo imagines, porque no va a suceder”.
Tragué saliva. Esencialmente, porque ya tenía hambre otra vez.
“¿Hay algo que yo pueda hacer por la salvación de mi cuerpo, doctor?”, le inquirí, con ese rostro de preocupación que a veces me sale.
“Sí, siempre y cuando seas capaz de aceptar la Buenas Dietas en tu corazón. Debes pedir como Salomón ‘un estómago obediente’ para seguir los mandamientos de la Alimentación Sana”.
“¿No es muy doloroso eso?”
“Sí, esencialmente exige renunciar a ciertos placeres; pero nada que no pueda obtenerse con un poco de templanza”.
Arrepentido por mi vida anterior, acepté los consejos del doctor Rivera, quien me hizo una lista de 10 cosas que debería yo practicar para alcanzar mi peso ideal. Al final de cada recomendación había un consejo moral como “El que ha mirado un platillo exquisito a fin de tener una degustación, ya ha cometido gula” o “A la ensalada César lo que es de la ensalada César”.
Yo me había quedado con muchas dudas; desgraciadamente el doctor tenía ya un número considerable de gente esperando en la antesala y cada minuto en ese consultorio me hacía sentir un poco más culpable. Cuando salí, los otros pacientes alzaron el rostro, como buscando que alguien los reconociera. Tuve la sensación de que la gente ve tan complicado cambiar por dentro que decide mejor cambiar por fuera; y eso les proporciona un increíble sentido de la dignidad.
Llegué a casa con el firme propósito de llevar una alimentación mejor. Apunté sobre una hoja las proporciones en que debería matar el hambre: raciones de pan, cereales y tubérculos; piezas de fruta fresca, verduras y hortalizas; raciones de queso y lácteos. Apuntaba con seguridad, como si escribiera un cuento, quizás porque una lista de alimentos saludables cumple en mi vida la misma función que los relatos de ficción.
Al poco rato, tocaron a mi puerta. Era un tipo de camisa a rayas, con lentes, un maletín en una mano y un paraguas extendido en la otra. Le abrí para preguntarle qué deseaba.
“Amigo, ¿qué tanto conoces la dieta del doctor Russell?”
“Nada, ¿quién es usted?”, dije algo contrariado.
“Lo supuse”, el tipo seguía hablando sin haber reparado en mi pregunta. “¿Sabías que en los tiempos antiguos la gente comía mejor, ingería más cosas naturales y que ahora vivimos la peor de las épocas con una juventud embrutecida por los excesos en grasas y azúcares? Para recuperar nuestros valores alimenticios, el doctor Russell fundó la revista Desayunad, donde propone seguir al pie de la letra las dietas de hace 2 mil años. ¿Has oído hablar de la Torre de Bagel? Es lo que debes comer los martes al mediodía”.
“Disculpe, yo tengo mi propio régimen”.
“¡Dietas espurias, seguramente!”, se exaltó el tipo, “No te dejes engañar por los falsos nutriólogos, hermano, que sólo el doctor Russell tiene la alimentación verdadera. Tome, le dejaré algunas revistas”.
Me dio unas pequeñas publicaciones y me pidió una cooperación. Se la di con tal que desapareciera.
Cuando regresé a la cocina ya tenía un dilema de fe: ¿a quién creerle?, ¿al doctor Rivera o a la revista Desayunad? Prendí la tele para relajarme un poco, pero en su programación todo eran métodos para bajar de peso: hombres trajeados hablando del auténtico régimen, a gritos. Así crecieron mis dudas nutritivas: ¿existe una sola Dieta?, ¿por qué todo mundo asegura poseerla? Libros, folletos, programas de radio y de televisión, todo se ha vuelto trucos para bajar de peso; los dietistas pasan la mitad de su tiempo desacreditando a las otras creencias, y exaltando las virtudes de sus propios regímenes, cada vez más estrictos. ¿Qué hay detrás de esa veneración por el sacrificio?, ¿es quizás el dolor una variedad evidente del esfuerzo, “si me duele es que está funcionando”, como decía Cindy Crawford?
Pero las creencias hacen felices a las personas, pensé, se sienten bien confiando en que su alimentación es la adecuada, viven con plenitud, crían hijos felices a quienes les dicen qué comer y qué no. ¿Qué ha pasado con nosotros? Lo que antes era el sentido de la moderación ahora se ha vuelto una mezcla de estadística y química orgánica (40% de carbohidratos, 30% de proteínas y 30% de grasas no saturadas), claro, todo cubierto por la miel de la redención: no “tú puedes hacerlo”, sino “tú tienes que hacerlo”.
Tanta frustración me hizo llamar a mi psicóloga personal, quien me dijo que tratara de sentirme menos oprimido.
“¿Qué debo hacer, doctora, como afrontar esta crisis?”
“No intentes nada. El problema de las personas es que quieren ser algo distinto a lo que son. Tú sé quien eres”, me dijo ella. “Sólo reconcíliate con tu gordo interior. Sal del clóset, Eduardo. Eres un gordo de clóset”.
Se suponía que eso me reanimaría, pero yo ya estaba más deprimido que al principio. Colgué inmediatamente el teléfono, tiré las revistas y folletos a la basura e hice eso que siempre hago cada que estoy triste:
6 comentarios
Gabbi -
Yary -
Eduardo Huchín -
NOTA: Pesa 2 kg del peso ideal (pero le trauma no pesar una cifra cerrada).
Rodrigo Solís -
G -
muy chingón!
chicokc -
Mejor controlarse en lo que se come.
Saludos!