El arte de ser precandidato
Por muchos años, en Campeche, las precampañas han sido la auténtica elección y las votaciones sólo han servido para corroborar la fuerza del partido en el poder. A lo largo de los sexenios, obtener una candidatura priista era obtener el cargo; por ello, la lucha verdadera se daba al interior. Ahora, las diferencias entre el PAN y el PRI han disminuido lo suficiente como para que las candidaturas de ambos partidos se peleen con ánimo de guerra civil.
¿Qué ha pasado? Que las precampañas se han encarecido a extremos ridículos, como si en esa lucha intestina se debatiera el futuro de la democracia. En estos tiempos hablar de los precandidatos es como hablar de los presocráticos: son tipos oscuros, autores de declaraciones perdidas y a los cuales tendemos a confundir unos con otros. ¿Quiénes son, qué quieren de nosotros, por qué nos acosan?
Observemos el panorama con detenimiento: raramente, un precandidato sale de la nada. Pensemos en la política como en la fila para ir a ver el estreno de una cinta taquillera. Es una combinación de paciencia y artimaña. Entre quienes forman la fila se han establecido reglas tácitas para avanzar, pero nadie se opondría a transgredir ese acuerdo si la circunstancia lo amerita. Por ejemplo, si la empresa ofrece boletos gratis a quienes pasen algún reto extraordinario. Imaginen eso y estarán viendo cómo funciona la administración pública.
De ese modo, en la política todo mundo quiere llamar la atención de quien regala los boletos. Todos quieren hacerse notar o construyen la maquinaria de chantaje que les asegure la entrada a la función exclusiva. ¿Cómo lo hacen? Haciendo como que trabajan. Es el mismo mecanismo de un empleo altamente competitivo: alguien se ofrece a hacer una tarea extra, se muestra ocupado cuando llega el jefe, hace pensar a los demás que es indispensable. De ese modo, quien aspira a una candidatura quiere a todas horas asegurarse el protagonismo. La candidatura no se logra con quien sea más capaz para un cargo, sino quien puede contribuir con más votos para un partido. Lo que significa que si de todas maneras resulta perdedor, conserva para su grupo ciertas prerrogativas.
Inmiscuidos como estamos en un universo excesivamente publicitario, se cree que “figurar” es sinónimo de “tener adeptos” y, como la candidatura surge esencialmente del rating, todas las aspiraciones se debaten entre personajes públicos. Cada que un gobernador o un presidente llaman a la cordura y a “esperar los tiempos” ya es demasiado tarde. Es como quien explica a su familia las medidas de seguridad ante huracanes cuando ya el vendaval se está llevando su techo de aluminio. A unos meses de terminada una elección intermedia, ya existe gente publicitando sus aptitudes, recalcando su desempeño como funcionario, como si la eficiencia en un cargo garantizara el éxito en una investidura superior.
¿Qué hacen los aspirantes a una candidatura para llamar la atención? Cosas bastante específicas, a saber:
a) No borrar sus bardas de la elección anterior. No importa que haya prometido ante el instituto electoral o ante su distrito blanquear su horrorosa publicidad de las paredes. El aspirante a la candidatura sabe que miles de personas seguirán viendo su nombre ahí, en grande, como si la elección nunca hubiera sucedido. Por ese motivo, el nombre ocupa quince veces el tamaño del cargo. A fin de cuentas, para no violar ninguna ley electoral se puede poner la leyenda “Gracias por tu confianza”, a fin de reconocer en algo a los ingenuos votantes.
b) Felicitar a todo mundo. Sólo disponiendo del erario puede uno demostrar la cortesía de un inglés. Cuando se tiene un cargo público pero ya se piensa en el próximo, sale el Gran Felicitador que todos llevamos dentro. El Día de las Madres, el Día de la Libertad de Expresión o el Día del Niño merecen al menos una plana del periódico. Y al final, una conmovedora declaración de pertenencia: “Atentamente. TU diputado, fulano de tal”.
c) Fragmentar actividades. La simplificación es enemiga de la burocracia; eso lo sabe cualquiera que haya querido tramitar su cédula profesional. Así funcionan las dependencias, lo que podría hacerse en tres pasos se hace en seis; lo que podría presentarse en dos eventos se presenta en cinco. El propósito es salir todo el tiempo en los medios. Algo que los titulares de las instituciones ejecutan muy bien.
d) Declarar. En estos tiempos parecería que la función del político es dar su opinión, en el entendido de que su auténtico radio de acción son las grabadoras de los reporteros. ¿Qué hacer cuando un grupo sabotea los ductos de Pemex? Nada tan fácil como condenar la acción. ¿Matan a alguien? Se pide enérgicamente al Gobierno esclarecer los hechos. ¿Sube el índice de drogadicción? Se exige un combate frontal contra el narcotráfico. La obviedad es el territorio común de quien aspira a una candidatura.
e) Los programas institucionales. Tengo la impresión de que las dependencias no promueven sus programas para darle oportunidad al delegado de salir en radio o televisión. Una vez que el aspirante a una candidatura explica todo lo que su dependencia es capaz de hacer, invita al público a aproximarse a la Secretaría que encabeza. Es una forma de decir: “Dejad que los votantes se acerquen a mí”.
No quisiera terminar este texto sin un último consejo: Desconfíen siempre del funcionario que llama por su nombre a quien lo entrevista. Eso significa que se está promoviendo para algo.
3 comentarios
karatepig -
lástima que la politica sea arrastrada a la categoría de carrerita de juniors, estudian, estudian, se portan bien, no quieren trabajar, peo bueno, tienen mucho tiempo, una bonita imagen, hablan dos tres idiomas e incluso se atreven a pisar barrios a los que nunca llegarían en autobus urbano...
pd.- por cierto que hernandez, en su columna Astillero ha tocado ultimamente el tema del candidato de la familia de Mourigno,avalado por el dedazo de calderon
Rodrigo Solís -
chicokc -
Saludos!