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Tediósfera

Un centro histriónico vivo

Un centro histriónico vivo

“Haz de cuenta que te contratan de actor”. Yo hablaba con un tono neurótico, mientras mi interlocutor leía el menú del restaurante. “Claro, primero te prometen unos cuantos millones de pesos por salir en una película. Llegas al set y ves que la maquillista empieza a depilarte las cejas. Dices: ‘¡Señorita, qué está haciendo!’ y ella te responde: ‘Después de la filmación, va usted a quedar exactamente igual que antes, no se preocupe’. Te pintan el pelo, te quitan dos dientes. Es más hasta te ponen un cuerpo de hule para que termines siendo un tipo más obeso de lo habitual. Cuando te llaman para salir a escena, el director dice: ‘Perfecto, ahora no parece usted quien era sino al Gordo Porcel, tal y como queríamos. ¡Ni siquiera era por ti, era porque te parecías a alguien más!  ¡Eso es lo que le pasó al Centro Histórico!”.  

Arturo alzó la vista por fin. Había sido actor, guionista, reportero cultural, crítico de cine, dos veces becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes, pero ahora trabajaba de extra para El Argentino.

“¿Si comprendes mi enojo?”, proseguí aprovechando su atención. “Nos envejecen el centro y desmantelan el parque. Destruyen para construir, claro, con la promesa de dejarlo todo como antes. En fin que gastan millones precisamente para que la ciudad se parezca lo menos posible a Campeche. Y lo que es peor, a mí los inspectores del INAH casi me inmolan con un cuchillo de jade cuando quise reparar mi fachada en San Francisco, y velos ahora tan campantes mientras unos tipos desmontan las luminarias y las rejas del parque principal”.

“Ah, eres un exagerado. Deberías aprovechar la situación como yo. Este fin de semana tiré la marquesina de la casa en Santa Ana. Cuando llegaron los inspectores del Ayuntamiento les dije que era parte del set de la película del señor Sodenbergh. ‘¿Quién?’, le preguntó uno de los tipos a su compañero. ‘El del Argentino’, le explicó el otro, ‘ya sabes, Gutenberg’. ‘Ah’, respondió el primero. Acto seguido me dejaron el paz”.

“¿Pero no te indigna?”

“Naaaa. Al contrario, me agrada”.

 “Pero ha sido duro para muchos de nosotros”, me expliqué. “Todavía el viernes pasado me encontré a un niño custodio, ya sabes, de esos que conocen más historia de Campeche que tú y yo juntos. Estaba llorando por lo que le estaban haciendo a la biblioteca. Me imagino que para él era como descubrir que el caballo del Rey Mago en realidad nunca pastó en su cuarto. Recuerdo que el niño decía: ‘Papá, ¿podrá recuperarse algún día y volver a ser como antes?’ y el señor a su lado, secándole las lágrimas, le contestaba: ‘Hijo, ten fe, por eso rezamos cada mañana”.

“Vaya, qué enternecedor, pero no es para tanto. Para los que tenemos más de 20 años fue como regresar dos sexenios atrás, cuando a nadie se le había ocurrido todavía subsanar la ciudad y promoverla como Patrimonio. Fue como si los dos últimos gobernadores nunca hubieran existido, un auténtico lujo para cualquier entidad”.

“Pero la indignación no termina ahí”, precisé. “Sé de por lo menos tres pintores de fachadas que están retorciéndose de impotencia en estos momentos. Es como si Miguel Ángel estuviera viendo a unos vándalos pintándole bigotes y barba al Adán de la Capilla Sixtina, con la anuencia del Papa”. 

“¿Sabes qué sucede?”, dijo Arturo, con el tono de quien nada le sorprende. “Que no hay una estrella femenina. Si se tratara de Scarlett Johansson y no de Benicio del Toro no dirían lo mismo”.

“Bueno…”

“He hablado con decenas de amigas, que estaban igual de histéricas como tú. Una vez que llegaron los actores con pinta de cubanos todas se guardaron sus comentarios”.

“¡Qué terrible!”

“Además, pienso que hay que promover a Campeche como un buen lugar para filmar”.

“¿Tú lo crees?”

“¡Por supuesto! Verás que pronto nos llenaremos de directores, productores, guionistas y grandes estrellas. Ya tuvimos a Clint Eastwood, ¿lo recuerdas?”

“Un gran tipo. El día lo vi pasar y quise gritarle el nombre de alguno de sus personajes, pero no recordé quién era él, si el Bueno, el Malo o el Feo”.

“Un genio, ¿por qué no habrá filmado aquí las Cartas desde Iwo Jima? Pero, bueno… Y no sé si también ubiques a aquella cinta inolvidable de Carla Barahona, ¿cómo se llamaba? Ah, La Diosa del Mar, donde los protagonistas se entregaban uno al otro recostados en una red de pescar”.

“Claro. Que estrenaron hace un año, pero nunca se distribuyó”.

“¿Ves? Esta ciudad está hecha para las cámaras”.

“¿Entonces tú crees que ése es el futuro?”

“Definitivamente. Tenemos un enorme potencial en la industria y debemos promovernos en los grandes estudios. No queda de otra. Señores inversionistas, ¿quieren hacer una cinta sobre Nueva York? Tenemos la Estatua de la Libertad en Palizada. ¿Que la película se desarrolla la mitad en Manhattan y otra la mitad en Australia? Asunto arreglado: transportamos una parte del equipo a la iglesia de Lomas, reproducción casi idéntica del Teatro de la Ópera de Sidney”.

“Debo confesar que suena convincente”.

“Y lo es, mi estimado Eduardo. Y todavía falta lo mejor: el regreso de Pasión, la telenovela de Carla Estrada”.

“¡Bendita ciudad hospitalaria!”, exclamé, “¡que hoy alberga a soldados, revolucionarios y civiles y mañana a piratas, doncellas y ricos gobernantes que cobran impuestos excesivos!”.

“Todo sea por el cine y la televisión”.

“No me refería al cine y la televisión”, precisé. “Hablaba en términos generales”.

“Es verdad”, dijo él, mientras sumía de nuevo la mirada en el menú del restaurante.

2 comentarios

KurtC. -

Parece que en todos los lugares les encanta llegar a meter cuchara y trascabo para acabar los centros históricos con la excusa de que quedará como antes y por supuesto que queda como antes nunca pensábamos.

Karol -

por eso me he abstenido de ir al centro...pero no se hasta cuando resista...

por cierto, el que tambien debe estar retorciendose es el Che....