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Tediósfera

Nostalgias terminales

Anatomía de la (feliz) melancolía

Anatomía de la (feliz) melancolía

Diciembre es un extraño mes porque al tiempo que todo mundo te desea feliz navidad el fin de año nos pone melancólicos, memoriosos y en más de una ocasión hasta irritables. Dada esa extraña sensación de experimentar dos opuestos (como cuando hay frío pero también sol y uno se pone –inútilmente- al sol para contrarrestar el frío), quisiera hablar de una banda cuyo disco me llegó este 24 con precisión poética (y sin planearlo, ya saben que el correo puede lo mismo arruinar la entrega de un regalo como darle un nuevo sentido), de parte de mi amiga Elisa Corona.

En Elisa Corona Aguilar tengo a una suerte de gemela lejana, pues compartimos cuatro pasiones: el ensayo (su libro Amigo o enemigo, es una delicia, se los juro, lo recibí ayer y hoy ya lo he terminado), la literatura infantil (escribió un maravilloso texto sobre Harry Potter y Willy Wonka para la antología El hacha puesta en la raíz, cuyo boleto de entrada me costó a mí apenas dos páginas), 31 minutos y la música: Elisa es cantante y guitarrista de la banda Feliz Azul.

“El nombre”, explican en su myspace, “surgió de una pregunta simple con una respuesta complicada: si su música comienza a sonar melancólica, triste, a veces oscura, ¿cómo es que siempre están felices?” A lo que el grupo responde: “El nombre suena a una felicitación a medias, suena a carita feliz pero sin color amarillo, suena al color más trillado de los malos poemas pero con un timbre de ironía, suena como desearle a alguien ¡Feliz Melancolía!”

La banda está conformada por Maribel Rodríguez en la voz y piano, Elisa Corona, en la voz y guitarra, Pablo Portillo, en el bajo y Jorge Fernández en la batería.

¿A qué suenan? No lo sé, soy malo para dar referencias. Es como querer presentarles a un amigo diciéndoles: Vean cómo se parece a Jack Black. No obstante, la banda ha admitido: “Feliz Azul -nos han dicho- suena a Cranes, a Goldfrapp, a Fiona Apple. Pero les juramos: no fue culpa nuestra”.

Pero ¿por qué mejor no le echan una oída a “Waves in the sand”?

    

 ¿Buenos, no? Y tomando en cuenta que soy un “pirata sentimental”, me di a la tarea de subir los demás tracks al Rapidshare para que cualquiera pueda descargar la música de Feliz Azul, picando en este link:

DESCARGAR FELIZ AZUL

 Yo, ateo sentimental, en lugar de Feliz Navidad, les deseo Feliz melancolía.

 

La educación sentimental

La educación sentimental

Resultó emblemático que los cines de mi infancia terminaran proyectando porno al final de sus días. Llámese machismo o no, la fábrica manufacturó sueños húmedos como una forma de agonía y trocó las fantasías infantiles por fantasías con restricciones en la edad. El sexo en principios de los noventa llegó a los periódicos en forma de cartelera cinematográfica. Títulos tan emblemáticos como Las Profesoras del amor convivían con Mrs Doubtfire en una misma página de espectáculos. Del lado de la realidad, en la sección de clasificados, un bar ofrecía el show de una señora cuyos hábitos higiénicos contemplaban bañarse en una copa gigante.

                  black
 

ENTRE CINEMAX Y UNA MUJER DESNUDA
 

En los noventa el porno era más complicado. En la era anterior a la Internet, el sexo llegaba a nuestras casas como película de Cinemax (quizás el mayor educador sexual de mi generación) y en menor grado, Showtime. Era la mejor televisión que ha existido: los pubertos de principios de los noventa pudieron haber visto Naranja mecánica como película porno (salían mujeres desnudas al fin de al cabo) y no enterarse sino años después de que en realidad se trataba de una obra de arte. A altas horas de la noche, Cinemax intercaló cine de increíble calidad con películas de chicas que se quitaban el bikini a la menor provocación. Esa doble enseñanza difícilmente se podría repetir con la programación actual de Film Zone o Golden Choice.

           naranja

Debido a los husos horarios, las nueve de la noche era una hora propicia para que alguna actriz acabara con los pechos al aire, mientras la trama –incomprensible de tanto cambiar de canal para disimular- acontecía a volumen bajo. Lo curioso fue lo viejo que llegaba a ser el porno con que mi generación se educó. De Black Emanuelle (uno de los múltiples sucedáneos a la cinta de Just Jaeckin) a Inhibition (con una escena de baño de esas que marcan infancias), las lecciones de anatomía vinieron con cuerpos de los setenta (como esos libros de sexualidad que aún se editan).  Por lo menos a los ojos inexpertos, Cinemax  cumplió con una primera labor de la fantasía: hablar de un mundo que no era el inmediato. Quizás por eso, por no remitir a la misma realidad de los otros programas (donde todas las actrices y cantantes parecían haber salido de Flashdance), el cine erótico de Cinemax llegó a ser de sumo entrañable.      


                       play

EL CONTENIDO DE ESTA REVISTA PUEDE SER (IN)OFENSIVO

Uno de los mejores trabajos temporales del mundo es ser vendedor de un puesto de revistas. Puedes darte una idea de qué consume la gente, de por dónde aletea su fantasía de lector (los superhéroes, las chambeadoras o los chismes sobre famosos). A principios de los noventa, en un mismo estanquillo (en la esquina donde actualmente se encuentra el Monte de Piedad) convivían los libros de la colección RBA (joyas como El tambor de hojalata, 1984 o Los amores difíciles) y las revistas Private.  Ambos inaccesibles si tenías 13 años, pero igualmente tentadores si comenzabas a ser lector a la par de adolescente. Eso sólo lograba que rondaras alrededor del puesto como tiburón en torno a un bañista desangrado.

La gran literatura y el porno despertaban la misma fascinación desde sus empaques de nylon imposibles de romper. Y sobre la cubierta estaba siempre esa etiqueta que te recordaba tus dos desgracias: ser menor de edad y, peor que eso, ser pobre.
Estaba en secundaria cuando un amigo revisó bajo su colchón sólo para encontrar una revista Playboy con portada de Paco Stanley y Elizabeth Aguilar. Diecisiete años después dicha imagen no es sólo una reliquia sino una aberración, pero en ese entonces fue el primer acercamiento a un mito. Playboy era la revista para adultos por excelencia, capaz de llevar pictoriales de Pamela Anderson y Jenny McCarthy, pero en ese momento a la mano sólo teníamos al conductor de Pácatelas! y a la primera playmate nacional. No fue un buen inicio. Ese primer número de Playboy, abierto y gratuito (cortesía del hermano mayor de mi amigo que lo había olvidado) era un producto ingrato: demasiadas letras y una sesión fotográfica que fue mejor olvidar. Sólo para redimir al imperio de Hugh Hefner, meses después hicimos una vaquita para comprar el más reciente número de Playboy de ese momento. Por lo menos no llevaba a comediante alguno en portada, pero la extrema higiene de los donantes nos obligó a descuartizar la publicación. Eran tan poco el material para repartir que a mí me tocó llevarme una entrevista con Alex Lora.

Para el bajo presupuesto, siempre estuvieron a la mano Pimienta, Fotopimienta y Erótico (La guía del amor exótico), un trío de revistas cuya edición siempre fue un misterio. Se pirateaban fotografías de otras publicaciones y reciclaban historias y “estudios sobre sexualidad” de los setenta (hablaban de Linda Lovelance como si acabara de llegar al estrellato). Para un lector adolescente, fue un extraordinario tránsito de la imagen al relato, pues muchos de sus cuentos no sólo estaban bien escritos sino que eran insuperables al momento de describir las maniobras que tres o más cuerpos desnudos o escasamente vestidos pueden efectuar a lo largo de cinco páginas. Aún se editan, con lo cual queda comprobado una vez más el predominio de las letras sobre las armas.

               lynn

AJUSTE LA IMAGEN (HASTA VER UN ROSTRO COMPUNGIDO)

En primer año de secundaria, las videocaseteras ofrecían la oportunidad de que no todo el porno aconteciera a deshoras (era pertinente que tus padres trabajaran de día y que tus maestros te retiraran temprano). Al mismo tiempo nos dieron nuestras primeras lecciones de electrónica cada que la película se atascaba o las imágenes eran tan borrosas como el Playboy Channel sin codificar (en estos casos nunca faltaba el amigo que recomendaba “limpiar” los cabezales de la video poniendo alcohol o perfume en el casete de los 15 años de tu hermana).

Lo mejor de esta época eran los videoclubes, que ofertaban en una sola área restringida o en una carpeta sobre el mostrador todo un catálogo de imágenes prohibidas. Dicen quienes saben que Video Rolly tenía un acervo tan espectacular que incluso contenía auténticas rarezas como la versión –decir porno es demasiado suave para el caso, los alemanes y los brasileños son los campeones de las categorías aparte- de ET. De Video Cobra recuerdo especialmente una: Cojan al Bárbaro, los primeros dibujos animados eróticos de los que tuve noticia.

Incluso cuando estudiaba en la primaria “Héctor Pérez Martínez” (finales de los ochenta, principios de los noventa), la papelería donde todo mundo acudía por un lápiz, dulces o en su defecto un álbum de figuritas, también funcionaba como videoclub, yo intuyo que erótico, porque nunca vi una película que no tuviera a por lo menos una actriz apellidada Lynn en su reparto. Con una pared tapizada de mujeres que te miraban de modo morboso era difícil concentrarse en las estampitas de Thundercats que pedías al dueño de la tienda. Siempre terminabas llevándote sobres equivocados del álbum Tú y yo
               tuyyo

La felicidad a dosis diarias

La felicidad a dosis diarias

El pasado viernes, cuatro individuos de lo peor celebramos un año de vida del blog “Pildorita de la felicidad”: Rodrigo Solís, Wilberth Herrera, JM y un servidor. De principio habría que agradecer a toda la gente que nos fue a ver y aguantó más de hora y media a cuatro tipos que no hacían otra cosa más que hablar (si fuéramos metrosexuales, cantantes de ópera pop y saqueáramos al erario a través de un concierto y no a través de una beca, las cosas hubieran sido distintas y no habría nada que agradecer) y también al Instituto de Cultura que estuvo a unas horas de cancelarnos el evento, porque no se habían mandado invitaciones a personalidades de la política y la literatura, que por otro lado, de seguro no iban a ir.

“Pildorita de la felicidad” es un blog (esto es, para los no entendidos, una página de internet: www.pildoritadelafelicidad.blogspot.com) que abriga colaboraciones de los cuatro individuos arriba mencionados. Creada por Rodrigo Solís, muestra caricaturas, artículos, videos comentados y se ha vuelto un espacio para que los lectores comenten sus impresiones, nos ataquen, digan que somos feos, nos amenacen y con frecuencia, acoten los textos publicados. Sin quererlo, el blog se volvió un espacio de debate, donde los desconocidos entre sí daban opiniones y no había posibilidad de censurar a nadie.

La historia de este blog tiene que ver con una historia de acoso textual. En un principio, esto es hace un par de años, Rodrigo Solís tomaba las direcciones de las cadenas de internet (ya saben, esos avisos de que Hotmail cerraba, las oraciones de los ángeles o las agobiantes presentaciones power point que te envían los amigos que no tienen nada que decirte) y las integraba a una base de datos. De ahí, escogía cada semana un artículo suyo para enviarlo a esas direcciones. Cientos, miles de personas, recibían correos de un desconocido. La mayoría los borraba, pero eran tan insistentes (y con ese nombre tan llamativo, “Pildorita de la felicidad”) que alguno picó el cebo de la curiosidad. Semana a semana, muchos empezaron a hacerse adictos.

De los correos, se pasó a la página de Internet, que ofrecía más posibilidades que la simple letra escrita. Era un blog personal, actualizado con una frecuencia inaudita para el mundo de la literatura: casi una colaboración diaria. Con el paso de los meses, el blog se fue volviendo un éxito entre los cibernautas. Hablaba de Campeche, de la televisión, del Youtube, diseccionaba películas rarísimas, se burlaba de la vida; en fin que ofrecía todo eso que uno quiere a mitad de sus horas laborales, metido en una computadora, a fin de aliviar el exceso de oficios y contabilidades aburridísimas.

Un buen día, Rodrigo Solís nos invitó a colaborar en su blog. Así sin restricciones. De esa manera yo subí artículos, JM tiras cómicas y Wilberth Herrera comenzó subiendo notas y acotando videos del Youtube (esa interminable enciclopedia del genio y la estupidez humanos). Se comentaban noticias, se criticaba la realidad. El blog fue volviendo, otra vez casi sin proponérselo, un punto de encuentro de puntos de vista, con frecuencia coincidentes, pero nunca el mismo.

La presentación del viernes fue un recorrido por el espíritu del blog. Intentamos de algún modo reproducir lo que de fascinante ofrece internet a quien escribe: la interacción entre imágenes y comentarios. Como bien ha señalado Hernán Casciari, los nuevos lectores necesitan otros alicientes. Siempre escondiéndose de la presencia del jefe, el lector actual requiere textos dinámicos, pero que al mismo tiempo no sean vacíos. Lecturas para las horas laborales, algo de oxígeno para tanto encierro.  Pero sin estupidez, por favor, que para eso están los televisores en las salas de espera.

Uno de los atractivos de la presentación es que sus invitados supieron del evento a través de Internet. No hubo tarjetas en los escritorios de los funcionarios, ni siquiera una inserción en los periódicos. Quienes asistieron atendieron a un correo electrónico o al aviso incluido en el mismo blog y no fueron pocos los que se disculparon por no poder ir, ya que nos leían de alguna parte de Latinoamérica. ¡Y aún así hubo gente que viajó para vernos! El que llegó a la sala “Hernán Loría”, fue un público en su mayoría de Internet, los lectores de la página, que igualmente dejaban con frecuencia comentarios. Ellos no nos conocían en persona ni nosotros a ellos. Fue una cita a ciegas con un alto riesgo de decepción para ambas partes. No hubo desencanto, en realidad fue como reconocer a un puñado de compañeros de generación.

El que nadie intentara asesinarnos en esa hora y media en que estuvimos a merced de los asistentes nos da un buen diagnóstico de la noche. Creo que parte de la sospechosa calma en que se desarrolló todo fue la presencia de una piñata de Don Perro, protagonista de la tira cómica estrella de Pildorita y el rey indiscutible del blog (hubo más gente fotografiándose con él que con nosotros). Les dimos a los lectores lo que ellos querían -a Don Perro- y ellos nos lo perdonaron todo.

La inusual asistencia a un evento cultural que tenía todo en contra (fue en la Casa de la Cultura; afuera, una centena de padres de familia y niños clausuraban con bailables y gritos los cursos de verano; coincidió con el tercer juego de Piratas y el concierto de Motel) evidenció los alcances de un medio (como el blog) para congregar lectores, por no decir lecturas. Es pues un aniversario que, a diferencia de los que celebran las personas con sus velas en el pastel, se debe más a la terquedad que a la inercia.  Pildorita, pues, quedó no como una revista virtual o como una bitácora personal que fue invadida un día por otros tres tipos. Quizás se ha convertido en eso que anima toda literatura: la posibilidad de conversar con desconocidos que de repente se han vuelto familiares.  El blog es una tertulia imposible de seguir por otros medios. Felicidades mejor a los lectores por aguantar la dosis diaria que les recetamos.

 

En el 2000

En el 2000

De Huxley a Terry Gilliam el futuro parece un lugar donde es fácil cultivar el pesimismo. Gobiernos autoritarios, laberintos burocráticos, drogas para ser felices, diseño de bebés. En fin ese tipo de cosas que nadie hubiera querido que pasaran, hasta que uno se dio cuenta que comenzaron ayer.

Ni siquiera el mundo hipertecnologizado de Los Supersónicos era tan amable como parecía. Sí, había automóviles que se convertían en maletas y robots que nos servían el desayuno, pero uno tenía que programar sus propios sueños y los jefes eran unos calvos mezquinos que nos regañaban desde una pantalla gigante.

México es un país en el que los políticos gustan de hablar del futuro y para la inmensa mayoría de los mexicanos ese futuro se reduce a la próxima quincena, para los menos el siguiente trienio. Las visiones del porvenir no existen salvo en los programas sociales, las alianzas para la educación, las columnas de opinión en año preelectoral y en los partidos de la selección nacional. Pensamos en el mañana para mitigar el vértigo que nos produce un presente demasiado desolador.

George Orwell apuntó un año para su mundo futuro (“1984”), Ray Bradbury una temperatura (“451 Fahrenheit”) y el director Richard Fleischer un alimento (“Soylent green”).  Y aunque Kubrick había provisto un número emblemático (2001), para el resto de los mortales, la meta tendría que ser más redonda, digamos un año antes. Durante mucho tiempo soñamos con llegar al año 2000. Algo tenía que pasar en el 2000, decíamos, una catástrofe natural, una revolución sangrienta, la caída del PRI, lo que fuera. Entrar al nuevo milenio era como llegar a los 30, la edad perfecta para empezar de nuevo. Y es que pensando en ese México del año 2000, que parecía tan lejano, a principios de los ochenta se filmó una comedia que ha resultado con los años profética y con ello, quiero decir cada vez más divertida. Hay cintas que es preferible no volver a ver para no frustrar nuestro recuerdo de ellas. Con México 2000 me pasa exactamente lo contrario: cada que la veo, la disfruto un poco más.   

Estrenada en 1983 y protagonizada por Chucho Salinas y Héctor Lechuga, quienes hacían la mayor parte de los personajes, México 2000 retrata los sueños de modernidad que se gestaban en el país hace un cuarto de siglo, en los primeros años de la Madrid, a quien no se le escatiman referencias (en la República del futuro, “si usted le pide un préstamo al banco, el banco le paga a usted los intereses por poner a trabajar el dinero estéril”, dice uno de los personajes, aplicando lo que ellos llaman la “teoría de la Madrid”).

Absurda, sarcástica, continuamente crítica, la película dirigida por Rogelio A. González es un recorrido por un mundo perfecto en el que los problemas de los mexicanos se han extinguido a fuerza de voluntad y el país se ha vuelto un ejemplo para el mundo, que no duda en copiar nuestras costumbres (ver a holandeses celebrando las posadas es una de esas imágenes inolvidables del cine nacional). Con un presupuesto mínimo (los autos del futuro son apenas carritos de golf), la cinta brilla en sus diálogos mordaces, en su mala producción, en sus referencias a los sueños que el país tenía hace 25 años y a lo deprimente que resulta pensar que poco han cambiado desde entonces.

Para Lechuga y Salinas, éstas son las cosas que habrían de suceder en el 2000:       

1. El partido de los campesinos gana las elecciones. Los tzotziles hablan alemán, inglés y francés, además de comunicarse por un tipo de celular (que en ese tiempo no existía) con sus clientes extranjeros, que no dejan de pedirles granos. La Secretaría de Agricultura funda la Universidad del Campo para “asegurar la autosuficiencia alimentaria de los mexicanos”.

2. Uno de los personajes está viendo en la tele una película de ciencia ficción que se llama “Nosotros los pobres”. “Oye Papá”, cuestiona, “lo que no entiendo es qué es ser pobre”. “No lo entenderías”, le responden.

3. La hija de Chucho Salinas está exenta en sus exámenes porque “es muy estudiosa”. “Como todos”, responde la muchacha, “lo que pasa es que los estudiantes no tenemos otra cosa que hacer más que estudiar”. “Lo mismo de siempre”, dice a su vez Héctor Lechuga. En otra escena, cuando los habitantes de este México nuevo llevan a sus hijos a la escuela, puede apreciarse un letrero que dice: “Domingo próximo, clases como siempre, a petición de maestros y alumnos”.

4. El DF cuenta apenas con 2 millones de pobladores, las avenidas nunca tienen tránsito, los policías pasan meses sin poner una infracción. Además se levantan cosechas en muchas zonas de la capital: trigo en la colonia Algarín, jamaica y sandía en la Hacienda de San Jerónimo, tamarindos en Tlascoaque.

“Mucha de la fruta que ustedes están comiendo viene del DF”, dice Chucho Salinas.

“¿Te acuerdas esa avenida donde estaba el Reloj Chino?”, le pregunta después a Héctor Lechuga.

“Bucareli”, recuerda el otro, “y ¿ahí qué cultivan?”

“Papas… en toda la avenida”.
4. Héctor Lechuga tiene en brazos a su nieto y recrimina a su hija que vea en él a un futuro futbolista y no algo más prometedor: “Este niño va a ser Presidente de la República”, dice orgulloso el abuelo.

“No puede”, responde la mamá, “su padre es suizo”.

“Mi vida, ya reformaron el 82”, dice Lechuga. (Lo más increíble de todo es que eso ¡sucedió en la realidad! y fue la reforma que hizo posible que Vicente Fox ganara las elecciones… en el 2000)

5. En el futuro, el Presidente viaja en transporte urbano y le cede su lugar a otros ciudadanos, porque “en un camión todos somos iguales”. En lugar de usar la radio, alumnos de conservatorio que hacen su servicio social tocan música clásica para los pasajeros. “¿Quieren algo de Brahms o de Sibelius?”, pregunta el chofer. Todos prefieren a Sibelius, a excepción del primer mandatario, a quien no le queda de otra que respetar una decisión democrática. “Sibelius, Sibelius Pérez, torero, torerazo”, entona el jefe de Estado. “Ah, señor Presidente, cómo será usted cabrófilo”, dice el chofer, “ése es otro Sibelius”.  
6. Los estadunidenses cruzan de espaldas mojadas el Río Bravo y terminan trabajando en puestos de tacos ambulantes (eso sí, servidos con la higiene de un cirujano: en este México futurista los taqueros usan guantes de látex y tapabocas).
7. La Selección mexicana le gana siempre a Brasil. Chucho Salinas, al saber la noticia, sentencia: “Siempre les ganamos, funcionó el sistema Trelles Heroles”.
8. Los informes de Gobierno duran un minuto, a fin de que nadie pierda el tiempo que puede aprovechar trabajando (otra profecía cumplida en el último informe de Vicente Fox).
9. Los ancianos no quieren jubilarse y prefieren seguir laborando. En el 2000, sólo existen dos asuetos: el 16 de septiembre y el Día del Compadre.
10. La Orquesta Sinfónica Nacional hace giras continuas, pero no a Londres o a Berlín sino a “Escárcega, Campeche y Chinconcuac”. 


Para descargar la película, clickea aquí.



Para Fernando. Este post se valió de información de los blogs de Beto y Josué Barrera

 

Y para los que no recuerden esta cinta:  

   

El campo mexicano en el año 2000.



     

La primera infracción en mucho tiempo.

¡Por mi madre, blogueros!

¡Por mi madre, blogueros!

Monumento a las madres de seis dedos en Palizada, Campeche

Mi mamá tiene una gran virtud: sabe distinguir al culpable de la película desde el primer vistazo. Pero también tiene un gran defecto: no tiene empacho en hacérnoslo saber a quienes estamos a su lado. Todo misterio, todo atisbo de suspenso, se derrumba en la escena más trivial, digamos la de dos tipos desayunando. Ver una película con mi mamá es como tratarle de contar un cuento policíaco al padre Brown. La tentativa está destinada al fracaso.

Así son nuestras madres. La línea que separa lo que amamos de ellas de lo que nos saca de quicio puede ser sumamente delgada. Así han de pensar ellas: que aquello que les causaba gracia de cuando éramos niños es lo más odioso ahora que tenemos treinta años.

Hoy es Día de las Madres, una de las celebraciones más estresantes del año, porque nadie sabe a ciencia cierta qué regalar. Todo electrodoméstico parece remitir la idea de esclavitud, toda tarjeta es convencional, todo vestido tiene el riesgo de quedar enorme, las flores ni pensarlo -son el último recurso-, una foto familiar es tan complicada. Y cada año que pasa es más difícil. A los cinco, las huellas de unas manos sobre la cartulina son suficientes, a los seis una canción bien aprendida la hace llorar (un niño medio pronunciando “Tú eres la tristeza de mis ojos” pone fácilmente a lagrimar a todo un auditorio). ¿Qué hacer a los 23 años, a los 34, cuando hemos perdido toda inocencia, los kilos han ganado la batalla y somos incapaces de darle a nuestras madres siquiera un nieto que haga las gracias por nosotros?

El amor maternal ha poblado al mundo, es verdad, pero también es culpable de que existan canciones como “Señora, señora” o frases tan vergonzosas como la que Manuel Acuña le escribe a su amada Rosario: “Y en medio de nosotros, mi madre como un Dios”.  Desde Edipo Rey sabemos que la relación madre-hijo puede dilapidar a una relación de pareja o viceversa. Baste saber que el otrora rey de Tebas terminó sin ojos y desterrado; lo cual puede leerse como una metáfora del matrimonio o de las consecuencias de pensar en la madre y la esposa como la misma persona. Con los siglos sobrevive la idea, pero cambian los protagonistas: para la época actual, nada como el rompimiento y la reconciliación de Cristian y Verónica Castro para representar el drama familiar que prosigue a una boda. “¿Ves? Una mujer que separa a una madre y a su hijo no puede ser sino una perra”, oí que le dijo una señora a otra en el puesto de revistas. “Una así me hace falta”, respondió entre dientes la vendedora.
El imaginario mexicano ha desarrollado la idea de la maternidad apegada a la resignación, la lucha y con frecuencia, el perdón. Los Tigres del Norte hablan de hijos que son “malos, pobres y perdidos” y que dejan a sus madres por mujeres que más tarde los traicionarán. Después del solo de acordeón, dichos vástagos vuelven a brazos de sus progenitoras porque “sólo ella los comprende”. La música vernácula ha sido eficaz para pretextar a hijos borrachos que demuestran su amor a destiempo y peor que eso, a deshoras. Las vecinas que reclaman cada que pones el estéreo a todo volumen son las mismas que exigen los decibeles de un concierto de Metallica cuando su prole les lleva serenata. 

¿Y qué dicen las mujeres al respecto? Denise de Kalafe habla de las madres como si encabezaran una tribu: “guerrera invencible”, “luchadora incansable”, “que peleaste con uñas y dientes, valiente en su casa y en cualquier lugar”. Aquellas que lagriman con “Señora, señora” aman el prototipo de la mujer que lidia con el mundo a fin de sacar adelante a su familia. Loable imagen, sin duda alguna, pero no del todo favorable para los demás, pues como bien han demostrado las dirigentes sindicales, las líderes de colonias y el sector femenino de los partidos políticos, combatir por los hijos no excluye joderse al resto del mundo.

Y es que la relación de las hijas con las madres lleva a otras reflexiones. En las telenovelas mexicanas dos mujeres se odian a muerte hasta que descubren una semana antes del desenlace que son madre e hija. Al contrario de Edipo Rey, el melodrama mexicano deja un buen sabor de boca a sus millones de televidentes: el sólo vínculo -y las miles de lágrimas derramadas por dos actrices que se piden perdón- sirve para redimir los 364 capítulos anteriores, lo cual también puede servir como metáfora del 10 de mayo, uno de los pocos días en que dos mujeres experimentan la felicidad del parentesco.

“Nada tan hermoso como la madre propia; nada tan terrible como la madre ajena”, dice un amigo, a quien siempre le tocar viajar en el avión junto a mujeres jóvenes que no sueltan a sus bebés. Y es que hay momentos en que imposible no pensar que las madres se exceden en sus funciones: en el cine universitario (donde no puedes entender el acento de Daniel Day Lewis, porque un párvulo llora detrás de ti), en la salida del colegio (con el tráfico detenido desde hace media hora), en la entrega de calificaciones (mientras una señora cuestiona un raspón en el codo de su hija), en el recado telefónico incompleto (“Te llamó tu amiga la del nombre raro, Romira… no, Artemisa… tampoco”), frente a la pira de cómics incinerados (la saga de Spiderman que nunca más conseguirás), delante del médico o el sacerdote (“Y no toma las pastillas que le recetó”, “Y tiene ya un mes sin ir a misa”), en los tiempos muertos de la maestría (demasiados detalles anatómicos para narrar un parto), entregando tu currículo en todos lados (con la consecuente llamada de tres sitios distintos de presentarte a trabajar al día siguiente).  

Así es. Finalmente mi madre tiene otra gran virtud y otro gran defecto: siempre se las ingenia para leerme.

 

 

 

No hay permanencia voluntaria

No hay permanencia voluntaria

Los cines en Campeche son como los maridos infieles: se oyen cosas terribles de ellos hasta que se van. La noticia de que la construcción de The Home Depot dejará a la ciudad sin sus únicas salas por año y medio ha despertado una crisis precisamente entre quienes nunca iban al cine.

Por años, vi a mis amigos revisar los periódicos tan sólo para decepcionarse de que tal o cual película se había retrasado una semana más; los vi regresar de las últimas funciones, como si acabaran de perderlo todo en una pelea que sabían de antemano arreglada; presencié sus quejas sobre los tonos celulares, sobre el exceso de niños durante los filmes sobre superhéroes. También presencié sus abandonos. Se habían vuelto cinéfilos que ya no iban al cine, pero ante la noticia, fueron los primeros que reaccionaron como si les acabaran de anunciar una veda de sexo de ocho meses.

No me extraña que la mayor crisis por la ausencia de cines provenga no del hecho, sino sólo de la posibilidad de que ya no estén. Nada tan placentero como sufrir lo inminente antes de tiempo. ¿Cuántas películas de “La Roca” nos perderemos?, ¿qué haremos en esas tardes en que la mejor opción era una tonta parodia americana?, ¿moriremos de un exceso de tiempo libre?, ¿no habrá más remedio, como supuso un amigo,  que volvernos todos drogadictos por falta de distracciones?  

“Ya no voy a tener donde ir a platicar”, dijo una amiga. Y era verdad. Con el cine hollywoodense los mexicanos nos volvimos, más que espectadores, cronistas cinematográficos. Juan Villoro ha observado que el público nacional es incapaz de ver un perro en la pantalla sin decir: “Mira, un perro”. Como los comentaristas de futbol, nos habíamos convertido en expertos para describir lo evidente y no habíamos tenido el mínimo pudor de compartirlo en un radio de diez butacas. Duele admitir que hubo cintas tan malas que sólo fueron soportables gracias a la señora de al lado que de repente empezó a hablar de su marido al que cada vez quería menos. En la pantalla, el beso se prolongaba un segundo más y abajo –en el amor a ras de suelo- las cosas eran harto más complicadas. Con justicia pudimos decir que a veces fue divertido ver una cinta con tantas notas biográficas al pie.   

Lo más paradójico es que la audiencia campechana no va a sufrir la ausencia de cine sino sólo de la experiencia cinematográfica. Es decir, del ritual de consumir ficción. Y es que el cine es la última distracción con tantos protocolos. Nada tan fácil como abrir un libro o localizar un DVD en el estante; incluso bajar una película de Internet consume horas que no tenemos que padecer frente a la pantalla. El cine es una experiencia social. Hay que vestirse para la ocasión, avanzar en filas, guardar hasta donde sea posible la urbanidad y las buenas maneras; supone encontrarse con gente que no conocemos y también con amigos que hace mucho tiempo no veíamos. Como imagen del mundo, representa lo mejor y lo peor que tiene la incursión de las multitudes en el entretenimiento: uno se siente menos solo, sí, pero hay demasiados tipos empeñados en reírse al primer atisbo de un chiste. 

Bien ha escrito Guillermo Sheridan: “Cuando uno va al cine lo hace impulsado por la nostalgia de las primeras veces que fue, y esa nostalgia suele estar más presente que la inmediatez del espectáculo”. Razón no le falta. El público común sabe menos una historia del cine que de las salas de cines. Después de oír a tus papás, queda la impresión de que asimilaron más los lugares que las películas: hablan del Renacimiento, el Colón, el Jardín, el Lumiére, el Estelar, los Alhambra, con bastante precisión aunque con regularidad confundan Rey de reyes con Quo Vadis?. Finalmente, su mayor síntoma es opinar sobre las salas como si se tratara de amigas metidas a la actuación: “Comenzó bien, era entretenida, lástima que acabó haciendo porno”.

Los cines –los edificios que albergaban la pantalla y las butacas- han concentrado por años los horrores que el cine -el séptimo arte- redimió. A lo largo de nuestra vida, hablamos de salas que ya no existen, pero que ejemplicaron en su precariedad (el suelo pegajoso, el nido de murciélagos, el tuberculoso del asiento de atrás) nuestras ansias auténticas de ver una película, cualquiera que ésta haya sido. El Día de la Independencia, Tornado, Armageddon y otros desastres simulados tuvieron el encanto de suceder en las primeras páginas de nuestras vidas. Algo tienen esas historias que son puro buen recuerdo. Como los amores adolescentes, preferimos evitarlas años después para no advertir nuestros malos gustos. 

Con el tiempo llega una edad en que las únicas proyecciones a las que puede uno acceder son las de su nostalgia. La memoria cinematográfica de mi papá, por ejemplo, provino de su habilidad para entrar al cine Renacimiento sin pagar. Ahora, en una plática de sobremesa, puede citar películas, hablar de actores, recordar palmo a palmo la carrera entre Mesala y Judá Ben-Hur y todo tendrá un solo escenario: el viejo cine frente a los portales. Y lo entiendo, pasar junto a unas salas abandonadas nos despierta la misma desesperanza de nuestra habitación en ruinas. “Sucedieron tantas cosas ahí”, decimos, como para aceptar que la ficción era un poco más real cuando éramos niños.

       FIN

Fijaciones

Dime qué eres y te diré qué lamento clamas: 


 Burton
Antiemos           "¡¡¡Tim Burton!!!!"


Cliff
Metaleros        " ¡¡¡ Cliff Burton!!!"

AMLO

Complotistas          "¡¡¡ Halliburton!!!"

Un evangelio de última hora

Un evangelio de última hora

La corrección de notas del periódico supone cierta disposición al milagro. La errata sucede siempre para los ávidos de encontrarlas, pero necesita también de la misma suerte que advierte el fotógrafo ante un suceso inesperado. Desgraciadamente, la decencia del editor lleva a desechar horrores, a mejorar redacciones, a eliminar frases. Siempre he querido encontrar errores de dedo en la Biblia, pero a lo más que he llegado es encontrarlos en las notas religiosas de los medios impresos.
Esta semana los reporteros cubrieron los días santos. Pienso que si hubieran vivido en los auténticos tiempos de Jesús, los corresponsales quizás habrían titulado sus notas: “Llama Cristo a no creer en falsos mesías” (el de Política), “Primer suicidio de Semana Santa: se cuelga apóstol” (el de Policía), “Se cotiza delación de salvadores en 30 monedas” (la de Economía), “Panes ácimos, vino y cordero ofrece Jesús en recepción de última cena” (la de Sociales).  Por fortuna, nuestros periodistas sólo pudieron cubrir las representaciones de la Pasión y las homilías de cada misa. Hubo quien llamó al obispo Ramón CASTO Castro, en lugar de Castro Castro, con lo que convirtió a una autoridad católica en un pugilista de medio pelo: Ramón “El casto” Castro. No obstante y sin mucho problema, hallé dos pasajes memorables que podrían servir para dar una nueva luz sobre los Evangelios.

 El presbítero recordó a los fieles varios pasajes bíblicos, como el de Juan el Bautista, quien pese a su grandeza reconoció la gloria del Mesías cuando dijo: “El que viene detrás de mí es mayor que yo y no soy digno de desatarle sus agujetas”

 (¿Eso qué significa, que la palabra Converse viene en realidad de “converso”?)

 Castro Castro pidió a los católicos que se alegren y entren en comunión con el Señor, para regocijarse de que la promesa ha sido cumplida y de que las pruebas hayan sido dadas para creer y no perderse. “Cristo vive”, confirmó el obispo.

 (De buena fuente, según la Diócesis)