El largo adiós (sin Cableguía)
Nadie te pone más peros para romper una relación que tu proveedor de cable local.
“Quiero cancelar mi servicio de Internet”, digo enérgico y decidido. “Lo he pensado mucho. Esto no está funcionando”.
La señorita encargada de “Atención a clientes” deja su captura de datos a un lado. Tose antes de mirarme a los ojos.
“Me permite una identificación”, dice.
Se la doy. Después de leer mi nombre, su rostro toma una expresión de sorpresa. “¿Una ruptura? ¿Eso qué significa, Eduardo Huchín, qué me estás tratando de decir?”
“Que ya no podemos seguir así. Me siento engañado y defraudado. Cuando iniciamos tú sabías mejor que sólo podía pagar el paquete de 26 canales, pero luego accedí a tus seductoras propuestas y acepté la oferta de los 89 canales, más el servicio de Internet. ¿Con qué cara me vienes a anunciar un nuevo aumento?”
“Está fuera de mis manos. Lo sabes mejor que nadie”, me responde recuperando la seriedad del principio.
“Bueno, en ese caso, quiero cambiar las condiciones de nuestra relación. No quiero el Internet. He buscado un mejor proveedor”.
“Pero, Eduardo, ¿por qué me dices eso?”. Sin dejar de verme, saca del cajón el contrato que había yo firmado al principio de nuestra enlace. “¿Nada signfican para ti… mmm, a ver… ocho meses de relación?”
“Te digo que he encontrado a alguien mejor”.
“Mira. Las cosas no pueden acabar así como así. Te propongo algo: baja tu paquete básico al mínimo de 26 canales y dejamos la Internet, ¿te parece? De eso se trata salvar una relación, de que cada quien renuncie a algo. Tú cedes un tanto y yo otro poco”.
“Veo que no estás entendiendo”, digo. “No quiero el Internet, además de todos modos voy a cambiarme al servicio mínimo”.
“Okey”. Su voz adquiere un tono cariñoso. “¿Qué fue? Te escucho. ¿Acaso se trató de la señal que desapareció el domingo de los Óscares? ¿Eso te enojó? Déjame explicarte, no fue culpa de nadie. El canal de pronto interrumpió la premiación por unos minutos, fue un problema de TNT, te lo juro. ¡No tienes que llegar a esto, Eduardo, por favor!”.
“No, no es eso”. Empiezo a trastabillar y me preocupa. Mostrar debilidad ante una empresa es la antesala al fracaso. “La verdad es que…” Tomo el valor suficiente para darle un buen motivo. “Ya no me satisface tu velocidad de 128 kbs en Internet”.
“Vaya”. Ahora habla enojada, como si hubiera ofendido su dignidad personal. “Eres de los que quieren ir… más rápido. Claro, cuando me necesitaste, ahí estuve, dándote la conexión, el apoyo técnico en tus momentos difíciles. Si se iba la red, ¿a quién más recurrías? Siempre me tuviste al otro lado del teléfono para calmarte cuando los canales se bloqueaban, pero ahora que ya no puedo darte más, pues… me desechas. ¡Qué poca lealtad tienes!”
“¿Tú, hablando de lealtad?”. Ahora soy yo quien respondo con irritación. “¿Sabes lo que obtengo con mi lealtad? Acumular cablepuntos para que después me des una cantimplora con el logo de la empresa. Eso es todo”.
“Bueno, ¿entonces qué es lo que quieres de mí?, ¿que cambie mi programación y te dé más Kbs de Internet por el mismo precio?, ¿eso es o algo más? ¿Acaso que te permita una televisión adicional sin cobrarte? ¡Escúchame bien, yo pertenezco a una empresa respetable! Hay reglas que acatar, ¿eh? Sería incapaz de darte un solo canal más sin firmar un papel de por medio”
“En realidad quiero lo justo”, le explico. Para ese momento, quienes hacían cola para pagar sus mensualidades nos miraban con un dejo de vergüenza. “Hagamos cuentas”.
“Aahh. Ahora resulta que las relaciones pueden explicarse con las matemáticas”.
“Escucha”, digo mientras tacho números en el reverso de una de sus propagandas. “Son 26 canales que me das. Menos tres de tele abierta, son 23. De ahí, debemos de quitar los 5 canales de la televisión campechana, son 18. Menos uno de guía de programación, 17. Menos el Canal del Congreso, 16. Menos el canal Enlace, que es religioso, 15. Eso es todo el entretenimiento que recibo de ti: ¡15 canales! ¿Qué tienes que decirme al respecto?”
“¡Claro, eres de los que nada le satisface no importa cuánto des! Además tus cuentas están mal, porque por ejemplo esos canales campechanos no podrían verse sin el cable, así que no tienes por qué descontarlos”.
“¿Me quieres tomar el pelo? ¡Me estás hablando de cinco canales locales! Ya tengo demasiado manteniendo a cinco partidos en el Congreso del Estado”. “Bueno, piensa entonces en tu familia. Piensa en tu mamá, por ejemplo”.
“Mi mamá puede ver las telenovelas en la TV abierta”.
“¿Sin el canal diferido de Televisa? ¡Por favor!, ¿me tomas por una chiquilla o qué?, ¿crees que tu mamá sería capaz de perderse la repetición de Fuego en la sangre a las 11 de la noche? Estoy segura que haces todo esto a sus espaldas”.
Esa declaración me desestabiliza, porque es verdad.
“¿Y si así fuera qué?”, reviro. “Finalmente soy yo el que corro con el gasto”.
“Valiente hijo”.
“Okey, okey”. Intento ser conciliador. “No eres tú, soy yo, ¿bien? Soy un malagradecido, un mal hombre y un cliente irresponsable. No soy el tipo de persona que tú te mereces. Hagamos algo por el bien de ambos. Déjame ir”.
En la sala de espera, una decena de personas empieza ya a impacientarse. Ella las mira. Finalmente se da por vencida.
“Si eso es lo que quieres”.
De inmediato captura unos datos en la computadora, imprime un recibo de cancelación y me lo da.
“Bueno, eso es todo. Estamos para servirle. El siguiente”.
PD:
Y a propósito de los Óscares: Diablo Cody haciendo lo que mejor sabe hacer:
Ganar premios.
7 comentarios
Esme -
Y, no les ha pasado que en 80 canales, no haya "nada que ver"?
Eduardo Huchin -
Luz -
Yo generalmente digo cosas de las que después me arrepiento, pero en
fin, muy bueno.
Rodrigo Solís -
Giggles -
Jaja...
KurtC. -
Saludos
Ana Rosa Morales -
Un abrazo fuerte