La generosidad de los extraños
Sé que todavía hay mucha gente que considera la Internet un medio de perversión, decadencia y donde nada es lo que parece. Posiblemente tengan razón, porque ¿en qué otro sitio encontramos tanta mentira, en qué otro lugar puede reproducirse tanto el impudor, quién puede competir con la red de redes en la propagación de calumnias, horrores y enconos? ¡Un momento! ¡En el mundo real!
Mejor veámoslo de este modo: la Internet ha reproducido apenas las grandes virtudes y también los grandes defectos de esta pobre humanidad. Sirve lo mismo para la codicia que para la generosidad. Mueve millones de dólares y siempre está en la mira de los hombres poderosos que buscan a toda costa aprovechar sus bondades para ganar más dinero. Sin embargo, del lado contrario, sirve igual para darles un puntapié a esos mismos multimillonarios en su loca carrera por encabezar la lista de Forbes. ¿Cómo? No sólo a través del software libre sino de los archivos compartidos y otras formas de consumo que no causan más gastos que una red rápida y el tiempo disponible.
El siglo pasado estaba marcado por todo aquello que no podíamos tener: ni buen cine ni buena televisión ni buena música ni buenos cómics. La educación sentimental de la provincia se sustentaba en lo que había en la tienda de discos, lo que se permitía programar la radio o la televisora, y las revistas que llegaban a los estanquillos. Dependíamos de demasiada gente que velaba por intereses más propios del negocio que del gusto: qué CD vendía más, qué serie de televisión tenía rating, qué publicaciones podían agotarse en poco tiempo. Las empresas del entretenimiento ejercían sus propios monopolios, pues podían fijar precios a los discos, los libros, las revistas, según sus criterios y no existía competencia, salvo la piratería, que estaba siendo combatida inútilmente a través de operativos policíacos y advertencias ñoñas. (Las letras chiquitas que dicen “La piratería se castiga con cárcel” son tan ineficaces como las contraindicaciones de los medicamentos).
Sí, se nos decía, la piratería es un negocio que beneficia al crimen organizado. Finalmente es comprar un disco con un proveedor que no aporta regalías ni al artista ni al productor. Están matando a la música, nos regañaban, y a la industria fílmica, también. El argumento era: la piratería representa pérdidas millonarias a las empresas legalmente constituidas, que pagan impuestos y el dinero por un CD va a manos de no sabemos quién.
Con la Internet, esos argumentos se caen a pedazos: no les estás pagando a nadie (ni a la empresa ni a los piratas). ¿Que dejas de comprar discos porque mejor bajas las canciones del LimeWire? ¡Por supuesto que no! Sigues comprando los discos que te gustan. Lo único que ha hecho la red es evidenciar la cantidad de artistas plásticos de los que no vale la pena escuchar más que una canción.
¿La TV te agobia con su programación infestada de chismes sobre actores secundarios, malas telenovelas, series de entretenimiento que no entretienen? ¿Es lo único que existe sin salir del paquete básico del cable? ¡No! Ahora ya puedes conseguir series de forma gratuita, películas de arte de cuya existencia no saben los videoclubs o que igualmente transmiten censuradas (y peor que eso, dobladas) en la televisión.
La Internet ha cambiado la forma en que asumimos los riesgos. Leemos reseñas, páginas de comentarios que nos llevan a su vez a otras páginas. Leemos. Ahora más que nunca estamos obligados a leer. Tampoco es que Internet no tenga sus bemoles, sus inconvenientes, sus puntos en contra. Pero es indudable que está cambiando la forma en que consumimos el cine, la televisión, la literatura y la música.
Así como la Internet ha potenciado nuestras peores mañas también ha servido como escaparate de una de nuestras más grandes virtudes: la generosidad. Gente, que sin cobrar un solo centavo, fragmenta series en archivos manejables, los sube a la red y los deposita en direcciones que cualquiera puede bajar y volver a pegar. Personas de diversas latitudes que se toman el tiempo necesario para traducir las series americanas o inglesas (estupendas dicho sea de paso) o los ánimes japoneses y subir a la Internet los subtítulos para acceder a ese universo vedado para quienes no somos políglotas. Nadie les paga, no trabajan para compañía alguna (bueno, a lo mejor sí, pero hacen esta actividad fuera de todo lucro). Es más, ni siquiera usan sus nombres propios, sino apenas un seudónimo que los identifique.
De aportación en aportación, la comunidad de personas que comparte música, cine, televisión y literatura por Internet va creciendo con la misma vertiginosidad con que el mundo produce música, cine, televisión y literatura. Gracias a la generosidad de los desconocidos es posible conseguir discos que no llegan a las tiendas (dejemos a un lado lo comercial, pensemos en jazz, bandas sonoras, rock sudamericano, música orquestal contemporánea, los Klazz Brothers tocando la Sinfonía 40 Mozart a ritmo de mambo); también es posible leer las grandes obras del cómic, algunas ni siquiera disponibles en México (el premiado Maus de Art Spiegelman o Watchmen de Alan Moore, considerada una de las mejores novelas en lengua inglesa del siglo XX) a través de un programa utilísimo (el CDisplay) que reproduce la forma en que leemos historietas. Del mismo modo es posible conseguir películas que en provincia estarán sólo dos días en cartelera o que de plano no van a llegar (documentales, cintas europeas y asiáticas, filmes mexicanos de culto), además de la mejor televisión que no es precisamente la más difundida (auténticas maravillas como The Office, Coupling o Curb your enthusiasm), con la ventaja de que no habrá cortes comerciales ni estaremos sujetos a la programación de un canal.
¿Es ilegal? No lo sé, posiblemente lo sea. Pero para muchos ha sido la única forma de acceder a lo que de arte todavía tiene la industria del entretenimiento. Además pensemos esto: las empresas comúnmente apelan a las leyes del libre mercado para justificar que violan las otras leyes; sin embargo, sucede que a veces las leyes del mercado se les vuelven en contra. Entonces piden aplicar la ley a secas.
Ahora vamos a lo verdaderamente importante:
Para bajar a los Klazz Brothers & Cuba Percussion tocando la Sinfonía 40 Mozart a ritmo de mambo en Classics meets Cuba: Aquí y Acá.
Para bajar Watchmen: Aquí y Acá.
Para bajar Maus de Art Spiegelman: Aquí.
Para capítulos de Coupling: Aquí.
Para capítulos de The office: Aquí.
Para capítulos de Curb your enthusiasm: Aquí.
4 comentarios
p -
Por otra parte, con eso de que ya no existe Videoclub Rioli (un verdadero TESORO de Campeche, y el lugar que iluminó mi infancia y adolescencia), ya no hay un lugar al que podamos ir a rentar pornos de Cicciolina o E.T.
Pd. Muchas gracias por el link de Watchmen.
wilberth herrera -
Creo que todos bajamos música, peliculas y de más. Como diría el psicólogo Monroe: "¿Díganme, que hay de malo en preparar una bolsa de palomitas y sentarse a reír como un idiota al ver Tom y Daly?"
Rodrigo Solís -
Giggles -
¡Por eso amo RapidShare!