La rebelión de las máquinas
En el futuro descrito en la novela Ubik de Phillip K. Dick, los electrodomésticos son máquinas inteligentes, a las cuales es necesario pagar para que realicen las funciones más básicas (abrir la puerta, soltar el agua de la regadera); y no conformes con ello, se dan en lujo de humillar al propietario cuando éste es un perdedor que no tiene siquiera una moneda que echarles.
Es lo que podríamos llamar la “rebelión de las máquinas”, algo que comúnmente asociamos a un grupo de robots persiguiendo humanos y que vislumbramos todavía en algunas décadas más. Pero, ¿no vivimos ya en ese mundo descrito por Dick? Probablemente y para comprobarlo, a continuación nombraré una serie de dispositivos tecnológicos a los que uno no debe enfrentarse a menos que sea absolutamente necesario.
1. El iPod. Es incontrolable desde el nombre. ¿Por qué tiene que albergar una letra mayúscula en medio? Lo ignoro, pero escribirlo de otra manera cuenta casi como una falta ortográfica. No sé si se han dado cuenta, pero el reproductor de Apple posee un software autoritario que te dice qué música escuchar y actúa con un sadismo nada humano: pone canciones incómodas y su método aleatorio escoge siempre la melodía más dolorosa cuando acabas de terminar una relación. ¿Programarlo, domarlo para que haga lo que uno quiera? Imposible: el manual del usuario es tan inútil como un contrato de seguros y nadie de tus amigos aceptaría que tampoco sabe cómo manejarlo y por eso todo el tiempo dicen que escuchan Scatman John por pura nostalgia.
2. El mouse. Hay quienes por desidia, no hemos cambiado el mouse “de bolita” de nuestros trabajos. Los ratones de ese tipo son una especie difícil de domesticar. Tareas tan simples como leer un documento, lo hacen ver a uno como un enfermo de Tourette tratando de dominar los arrebatos de su mano derecha. Con un mouse de bolita uno termina por ganarse la fama de temperamental en la oficina.
3. El cajero automático. Tiene razón Jerry Seinfeld cuando dice que sacar dinero del cajero nos hace ver como simios en una prueba de laboratorio. Condicionados al sonido de billetes acomodándose, hemos adaptado nuestras cenas y comidas fuera de casa a la cercanía de un cajero. Gracias a esas máquinas adineradas –que no conformes con tener más capital que nosotros, aparte nos piden donativos-- hemos perdido la fascinación del efectivo. Para la sociedad actual, tener más de 10 billetes en la cartera nos hace ver como despachadores de la gasolinera.
4. La máquina de galletas y fritangas. No importa qué hagas en tu vida, no importa que seas cerillo de supermercado y que con regularidad cargues un arsenal de monedas en el bolsillo; siempre llegará el día en que sólo tengas el dinero exacto para unas galletas Canelitas y el paquete se quede atorado a medio camino entre el vidrio y tu mano. Sólo entonces sabrás que no ha sido un buen día para salir de casa.
5. La puerta automática. El peor golpe para la autoestima de una persona es que la puerta del súper no se abra. El que ni siquiera los sensores sepan de la existencia de uno podría situarnos en la antesala del suicidio. Acostumbrados los humanos a luchar por sobresalir en la vida, la opinión contundente de una máquina llega a ser mortal, sobre todo si se tiene un historial de ex compañeras de la preparatoria que ni siquiera te recuerdan.
6. Los reproductores de películas. En la década de los ochenta no había videograbadora que no atrapara la cinta de una porno vista en la clandestinidad y con los padres tocando la puerta del cuarto. En la época actual, la tecnología digital no ha resultado tan provechosa para librarnos de los momentos más horribles: escenas que se congelan, comerciales y advertencias legales que no pueden adelantarse, originales que marcan “Disco erróneo” son los estigmas del formato DVD. Todavía en los tiempos del VHS, los métodos de reparación estaban a nuestro alcance: todos los problemas se centraban en que las cabezas estaban sucias. Ante eso, uno sacaba el videocassette, abría la pestaña del aparato y soplaba en su interior; o más elegantemente, tomaba un cassette antiguo, ponía alcohol en la cinta y lo hacía reproducir. En el mundo digital, nada puede ser explicado de manera tan simple y cualquier reparación depende de un técnico abusivo.
7. El automóvil. No se equivoca quien afirma que comprar un carro es casi como parir un hijo. Por ello, que alguno de los dos se enferme produce tantos desvelos en las personas. Lo peor de los carros es que sus organismos son casi tan misteriosos como los del cuerpo humano para un médico medieval. El mecánico observa largamente la maquinaria como si fuera un forense en un capítulo de CSI. El “extraño ruido” siempre obedece a una pieza de la que nunca hemos oído hablar y que no puede conseguirse por lo menos en un mes. Cada que el mecánico pide una semana más para tener al carro “en observación” nos sentimos como quien está a punto de perder una patria potestad.
8. El reloj checador. Siempre ha verificado nuestra huella digital, a pesar de los restos de sudor en su ojo lector. Pero sucede que una mañana el mensaje es el mismo: “Intente de nuevo por favor”. A la decimoctava ocasión, es oportuno aceptar que por fin las compañías han encontrado una forma sutil de despedirnos.
4 comentarios
rodrigo solis -
Estoy seguro que estás guardando un escrito para dedicárselo integro a estas maquinas del infierno.
p -
KurtC. -
Elem -
Es verdad que se han convertido en una herramienta poderosa pero, tengo que tratarlas con mucho cariño para no sufrir de su rebelión.