Y Dios creó el spam
Cada que llega Semana Santa, me asaltan en principio dos preguntas sobre Dios: ¿Por qué tiene publicistas tan obsesivos?, y especialmente: ¿por qué utiliza a mis amigos para mandar sus propagandas por correo electrónico?
Pareciera que en el siglo de la Internet, el Creador de Todas las Cosas no quisiera quedarse a la zaga de los chistes feministas, las cadenas de los Ángeles o las advertencias de que Hotmail se cierra.
Es quizás por ello que sus parábolas aleccionadoras invaden mi correo, siempre antecedidas por centenas de direcciones, casi todas tristemente conocidas, y que en el fondo intentan decir algo como: “Eh, ve a cuántos decepcionarás si no sigues al Señor”. ¡Qué difícil es apretar la opción “Eliminar mensaje” en esas circunstancias! Es como ser el terreno rocoso en el que Jesús decía que no crecerían las semillas de su palabra.
Arrepentido por considerar Spam esas historias de fe, me propongo resarcir mis majaderías divulgando dos parábolas de vida y esperanza.
1. El barbero
Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y entabló una conversación con la persona que le atendió.
De pronto, tocaron el tema de Dios.
El barbero dijo: Yo no creo que Dios exista, como usted dice.
--¿Por qué dice usted eso?-- preguntó el cliente.
--Es muy fácil, al salir a la calle se da cuenta de que Dios no existe. O dígame, acaso si Dios existiera, ¿habría tantos enfermos?, ¿habría niños abandonados? Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. No puedo pensar que exista un Dios que permita cosas como el hambre y la pobreza.
El cliente se quedó pensando, y no quiso responder para evitar una discusión. Al terminar su trabajo, el cliente salió del negocio y vio a un hombre con la barba y el cabello largo. Entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero:
--¿Sabe una cosa? Los barberos no existen.
--¿Cómo? Si aquí estoy yo.
--¡No! --dijo el cliente-- No existen. Si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre.
El peluquero salió a ver y el cliente pensó en el diálogo que se daría a continuación: “Los barberos sí existen”, diría aquel hombre apenas entrara, “lo que pasa es que esas personas barbadas no vienen hacia mí”. Y esa frase sería una oportunidad inmejorable para que el cliente rematara: “Ese es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que las personas no van hacia Él; por eso hay tanto dolor y miseria en el mundo”.
Pero sucedió que segundos después, regresó el peluquero y dijo entristecido:
--Tiene usted razón. Si más hombres siguen las enseñanzas e imitan la imagen de ese líder barbado de afuera, al que llaman Jesús de Nazareth, los peluqueros dejaremos de existir.
--¡Exacto...!-- dijo el cliente-- Ése es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que... es que...
Entonces el cliente salió del lugar, mascullando contra ese tal Jesús por haber echado a perder todos sus argumentos.
2. Conversaciones con Dios
Rut llega a las 2 y cuarto de la madrugada a su casa. Sabe que sus padres están furiosos, pese que su tardanza tuvo que ver con armar un trabajoso proyecto cultural y no con salir con su novio, como ellos imaginan. Ya sabe lo que vendrá: algunos gritos, reclamos de pleitos anteriores, quizás su madre prorrumpa aquella frase de “¡Dios, por qué a nosotros!”. Sabe que la mejor estrategia es la serenidad; toma más aire y piensa un poco en los auténticos problemas: el financiamiento de la exposición, el viaje de los autores de la obra. Entra a la casa y los padres están en la cocina esperándola. Como si todo fuera parte de una obra de teatro en su vigésima representación, los parlamentos siguen tal cual Rut los supone. Incluso, su madre se desaparece a los diez minutos, como hace cada que quiere dejar a su marido controlar la situación.
--¿Y de qué es ese proyecto dizque cultural que estabas haciendo? --pregunta el padre, con ese tono irónico que devela su absoluta desconfianza.
--Una Semana de la Diversidad Sexual. Montaremos una exposición y proyectaremos películas sobre lesbianas, gays, transexuales y trasvestis.
Se escucha un vaso romperse en la otra habitación.
--¡Qué! --exclama el padre-- ¿Eres lesbiana o algo así?
--¡No! Sólo estoy apoyando a unos amigos.
--¡Amigos sodomitas, eso es lo que me quieres decir! En mis tiempos los hombres sólo nos tocábamos para celebrar una victoria en el fútbol.
--No exageres, papá.
--Sólo una cosa te voy a decir: ¡Romanos 1:26,27! ¿Lo has leído? Ahí condena Dios esas prácticas. Y no voy a permitir que mi propia hija promueva las perversiones como forma de vida.
--Tranquilo, papá --responde Rut, conservando aún la calma. Siente sed y gira para sacar un vaso de agua. Entonces siente una quemadura sobre su piel. La sorpresa le hace soltar el vaso y cae de rodillas. Cuando vuelve el rostro, ve que su padre le pega con una soga de hamaca sobre su espalda y reproduce en cámara lenta aquella portada de las Obras Completas del Marqués de Sade, que alguna vez Rut había encontrado en los puestos piratas de la Feria del Libro.
En la noche, Rut lagrima de coraje. No concibe que en pleno siglo XXI, haya padres que todavía utilicen cuerdas de nylon para reprender a sus hijos. Por otro lado, no había qué extrañarse: mañana en la junta de cursillos, su madre seguramente contará horrorizada el episodio a sus amigas y éstas lamentarán en conjunto la desdicha de la familia, como si se tratara de un coro griego. “Oh, desdicha, oh, desesperación”.
Mientras se convence en el silencio que es hora de independizarse de una vez por todas, su gato Plutón se acerca y le lame la cara. Antes de que ella decida si lo abraza o lo avienta a la caja de arena, el gato le habla en un español perfecto:
--Hija, te apoyo decididamente.
--Puta --dice Rut, asustada mientras se recoge a sí misma tapándose el cuerpo--. Ahora sí que he enloquecido.
--No te asustes. ¿Sabes quién soy Yo?
--Creo que eras mi gato.
--Ja, ja. En cuerpo sí, pero no en alma.
--¿Eres de esos seres que roban el ánima a los dormidos?
--No. Aunque a veces he tenido la tentación de usar ese método, el de la muerte inducida ha sido nuestro sistema predilecto desde Abel.
--¿Quién demonios eres entonces?
--Lo más alejado a tu pregunta, hija. Soy Dios.
--¡Dios santo! --exclamó Rut de la sorpresa.
--El mismo. Veo que sí me reconoces.
--Pero, Dios, qué haces en mi casa. Bueno, en realidad no tendría por qué extrañarme. Papá y mamá tienen imágenes tuyas en todas las habitaciones. Es como si Elvis visitara el Museo Elvis.
--Ya ha sucedido, hija, con Elvis precisamente. El año pasado.
--¿Pero qué haces aquí?
--Vengo a darte mi apoyo moral para que lleves a cabo tu proyecto.
--Dios, no puedo creerlo. ¿Te refieres a la Semana de la Diversidad Sexual?
--Asimismo.
--Pero es imposible. La gente que ha leído tu libro dice que repudias la homosexualidad.
--Las personas no saben nada de lo que en realidad pienso.
--Pero, Dios, mis padres pasan horas leyendo La Biblia. Ellos dicen que creaste al hombre y a la mujer para que se unieran en sagrado matrimonio.
--Lo sé, seguramente se refieren a Génesis 1:27, 28. Tuve problemas con la redacción de esos versículos. Me faltó o me sobró una coma en alguna parte, ya no recuerdo bien, y todo se malinterpretó. Ah, qué lío sobrevino después.
--Señor, ¿y nunca pensaste en hacer algo al respecto?
--Estoy preparando una versión corregida de las Escrituras. Sólo que ahora me asesora un corrector de estilo para las cuestiones de sintaxis. Se llama Jorge Luis Borges, no sé si lo conozcas.
--¿Borges, el ciego?
--¡Carajo! Creo que cometí el mismo error de la primera vez, cuando contraté a Homero.
--Este... Señor, será mejor que me especifiques a qué se debe tu visita. Es tarde y todavía me faltan algunas horas por dormir.
--Cierto, cierto. Fundamentalmente, he venido a ayudarte a organizar esa Semana de la Diversidad Sexual, con su exposición y su ciclo de cine.
--¡Genial! Eres mucho mejor de lo que pensé.
--Sí, generalmente.
--Eso me alegra mucho, aunque existe un pequeño problema. Supongo que oíste hace rato a mi padre. No me dejarán participar en la Semana, ni aunque les diga que Dios me dio su consentimiento.
--Harán como que la Virgen les habla. Los conozco bien. Mira, esto es lo que harás.
El gato se acercó al oído de Rut y le dio algunas instrucciones.
--Me parece muy astuto y a mí no se me hubiera ocurrido.
--Poseo información privilegiada, no lo olvides.
--Eso soluciona por lo menos el problema de la inauguración del evento, pero no me ayuda mucho con la clausura.
--Hija, no puedo andar resolviéndole la vida a todo el mundo, ¿quién crees que soy?, ¿San Judas Tadeo?
--Sí, sí, no te preocupes. Haz hecho lo suficiente.
--Sabía que te alegraría. Vaya que sí.
--Oye, Dios, antes que desaparezcas de nuevo, una cosa más. Necesito saber si algo es pecado o no.
Rut se acercó a las orejas paradas del gato y le susurró un par de palabras.
--Ay, hija, tengo 3 mil años disertando si lo declaro un pecado o una virtud.
La chica sonrió satisfecha incluso con esa respuesta.
--Que duermas bien, Rut.
--Igualmente, Dios.
Un segundo después, Rut se percató del error.
--Perdón, Dios, la cortesía, sabes.
--No te preocupes, a Moisés le pasaba todo el tiempo. Nos vemos pronto…
Y mientras el gato se confundía con la oscuridad de la noche, Rut pensó si esa despedida era también una palabra de amabilidad o algo más que no debería haber oído
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