La copia más fea
Televisa tiene el gran talento de convertir en basura los argumentos ajenos o en el peor de los casos, elevarlos al nivel de los propios. La última de sus hazañas fue extender carta de naturalización a “Betty la fea”, aquella hija de Fernando Gaitán, cuyo logro paralelo a divertirse sin transgredir las reglas de la telenovela, fue presentar una Colombia lejana de la narcoviolencia. Ahora, libre de modismos sudamericanos, llega “La fea más bella”, a ritmo de banda y con la misión de subir la autoestima de las televidentes. Un mensaje positivo, dado que según la productora Rosy Ocampo, “nos dimos cuenta que la mexicana se siente inferior”. Pese a las buenas intenciones que siempre ha mostrado la televisora (causas sociales, como cumplir sueños a través del canto. Me refiero a sus propios sueños de rating), algo no funciona en el melodrama. No sus repercusiones comerciales (que han demostrado ser altísimas), sino a nivel de contenido, incluso me atrevería a decir a nivel literario; una valoración inútil para muchos, ya que la literatura parecería salir sobrando en las telenovelas de Televisa, salvo cuando se trate de apuestos maestros de Letras a los que nunca se les oye mencionar siquiera un libro.
Pese a ello, ninguna narrativa está exenta de juicios literarios, aún sea televisión, aún se trate de cine. Algo no funciona en aquellas películas que olvidamos con rapidez a pesar de Charlize Theron en látex negro. Entonces, ante la decepción, se apunta hacia el papel y pensamos que quizás sea el guión el que falle. Lo mismo sucede con “La fea más bella”; hay algo en su entramado que evidencia una mala mano que adapta, un desafortunado intento de calca.
Pensemos un poco en la historia original: los personajes de “Betty la fea” habitaban la cotidianidad bogotana en la medida en que parecían reales. En la versión mexicana, todo roza la farsa, la carcajada que quiere exigirse a falta de comedia. Generalmente convencida de que el humor tiene que ser obvio (a través de las risas grabadas o con la pronunciación exagerada de AMLO), la televisión mexicana teme contar “chistes que no se entiendan”. Por ello, los personajes tienden a la caricatura: para dejar claro que se trata de un asunto de risa. No dudo que en el futuro, el consorcio de Chapultepec termine por poner subtítulos que digan “Lo anterior fue un chascarrillo” para significar alguna situación cómica.
En tanto los productores no confíen en la sutileza creerán todavía necesario evidenciar el ridículo. Bajo la tiranía de lo elemental, la fealdad de Bety se vuelve esperpento; la histeria del jefe, extrema gesticulación. Un solo ejemplo: Nicolás, el amigo de la fea ahora renombrado como Tomás, no es una conjunción de soberbia, inteligencia, vida parasitaria y antisocialidad, sino que termina reducido a un idiota. Los personajes se aplanan a favor de que “La fea más bella” parezca efectivamente obra de Rosy Ocampo.
José José es un caso triste, porque corona la fallida estrategia de volver actores a los cantantes. En su desempeño, la personalidad sobreprotectora de Don Hermes (divertida y molesta, finalmente conmovedora) no llega a ser sino una repetición memorista de parlamentos. Afincado en su voz de eterna laringitis, el “Príncipe de la Canción” mata la vivacidad de uno de los personajes clave de la historia.
Tengo una hipótesis: las telenovelas de Televisa presentan a estrellas disfrazadas de personajes y no a seres de ficción interactuando entre sí. De tal modo que se buscan actores que interpretándose a sí mismos se parezcan a los personajes. Jaime Camil no se comporta sino como Jaime Camil con otro nombre (habría que añadir que se trata de un histrión con el talento necesario para que el cinematográfico hermano de Zapata también se parezca a Jaime Camil). Televisa siempre ha utilizado esa estrategia: cuando la intención es vender celebridades, las telenovelas sólo le sirven como escaparate.
Volviendo a la historia original, habría que acotar que uno de sus mayores encantos eran sus personajes secundarios. Gaitán supo habitar su telenovela de tipos humanos (con dosis exactas de tristeza y euforia, de locura y sensatez) que hacían de “Bety la fea” una narración verosímil: las compañeras de la oficina, el vigilante, el mensajero, los abogados e incluso el modisto (un agrio comentador más cercano a Horacio Villalobos que al afeminado sin personalidad en que lo ha convertido Sergio Mayer). En la versión mexicana, estos personajes apenas llegan a la parodia (que quizás sea la definición exacta de lo que representa el humor para Televisa).
Hay masoquismos comunes como ver una película y compararla con el libro que la originó. Ejercicios que terminan por constatar que ninguna copia es mejor que su original o que toda buena adaptación supone una evidente trasgresión. En el caso de “La fea más bella” es difícil no pensar en los actores nacionales intentando calcar a sus homólogos sudamericanos. Una aspiración que, reconozco, me irrita.
Cuenta Borges que alguna vez presenció un pésimo montaje de Shakespeare y que al salir del teatro estaba en verdad extasiado con la grandiosidad de Shakespeare. Quizás eso haya sucedido con Fernando Gaitán (los puristas me exigirán guardar las distancias): escribió una historia tan entrañable que, a pesar de versión mexicana, es capaz de reventar los ratings.
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que bien! -