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Tediósfera

El desfile del amor

El desfile del amor

Este domingo, un rayo cayó cerca de Presidentes de México y produjo un apagón en la unidad habitacional. Mi hermana, que vive ahí, aplicó su plan de contingencia para desastres naturales y se trasladó en 11 minutos hasta mi casa en San Francisco para ver el final de “Destilando amor”.

La telenovela cumplió con su público, pero más cumplió con Televisa, pues alcanzó 42 puntos de rating en un desenlace que duró más de dos horas y que fue su segundo final más visto en los últimos años, sólo por debajo de “La fea más bella”, transmitido algunos meses atrás también en domingo.
Casi simultáneamente, en otro canal, América Ferrara ganaba el Emmy a la mejor actriz de comedia, por su interpretación en “Ugly Betty”, la versión norteamericana de “Betty la fea”, producida por Salma Hayek y transmitida por ABC.
¿Qué conecta a estos dos sucesos? Básicamente, el padre: Fernando Gaitán, un libretista  colombiano que entre otras cosas escribió “Café con aroma de mujer” (la historia en la que se basó “Destilando amor”) y “Yo soy Betty la fea”, quizás el más espectacular suceso en la telenovela mundial, pues países como Alemania, Holanda, Israel o Rusia han hecho sus propias versiones del melodrama, mientras que casi un centenar de naciones la han programado en su edición original.
Es este mismo autor colombiano quien ha aportado las claves de por qué las telenovelas son tan exitosas en nuestros países: “Tienen un gran poder de identificación. Cambian por su contexto, pero no por sus historias. La telenovela es el mayor género de penetración. Ha llegado a sitios en Latinoamérica y muchas partes del mundo donde no ha llegado la literatura”.
Buenas razones las de Gaitán, porque si algo es cierto es que las telenovelas mantienen a un auditorio cautivo, incapaz de hacer otra cosa mientras el capítulo se transmite. El horario estelar de la televisión abre un mundo en cada casa donde está prohibido tener asuntos urgentes. Una llamada a las ocho y media de la noche el pasado domingo nos hubiera granjeado enemigos de manera innecesaria.
¿Tiene algo que decirnos la telenovela ahora que festeja sus primeros 50 años? Al parecer mucho, no importa si, como en la política, introduzca cambios sólo para que todo siga igual. La gente aún cree en la telenovela como cree en el amor, o para ser más específicos, cree en la telenovela porque aún cree en el amor.
Pero la telenovela, en especial la mexicana, es una misma historia contada cientos de veces: el periplo de dos apuestos enamorados que luchan por concretar su amor. Por ese motivo, pueden identificarse ciertos patrones:
a) Las mismas historias. En esencia hay pocos argumentos: la chica que asciende socialmente, la pareja de posiciones opuestas que se enamora, el villano lleno de poder que vive en la absoluta impunidad hasta el penúltimo capítulo en que es capturado, muere o se vuelve loco. Para Fernando Gaitán son seis las historias que sustentan al melodrama en la pantalla chica: “La Cenicienta”, “Romeo y Julieta”, “El príncipe y el mendigo”, “Cumbres Borrascosas”, “Crimen y castigo” y “Madame Bovary”. Vaya y uno pensaba que la televisión no transmitía cultura.
b) Sobredosis de sufrimiento. La mayor facultad de una actriz que aspire al protagónico es saber hablar mientras llora. A las heroínas de telenovela las persigue la tragedia todo el tiempo; son buenas, abnegadas y al parecer carecen del más mínimo sentido común. Incapaces de ver que alguien les está haciendo daño, hacen tantas obras de caridad como una asociación de beneficencia.  Aparte tienen cuerpo de modelos y son cortejadas todo el tiempo por tipos fornidos con profesiones respetables (ninguna chica se enamora del ganador de unos Juegos Florales, por ejemplo, aunque sí de algunos choferes). Fernando Gaitán asegura que si un melodrama consta de 200 capítulos eso significa que hay 200 noticias para la protagonista: dos buenas (cuando conoce al galán y cuando se casa con él) y 198 malas.
c) Paternidad no reconocida. Lo auténticamente extraño en un melodrama es que alguien sea el hijo verdadero del tipo al que siempre llamó “papá”. Todos los personajes tienen parentescos ocultos y nadie sabe cómo nacen los niños en las telenovelas porque siempre aparecen criados por otra persona. La paternidad es el máximo secreto y siempre se descubre 30 segundos antes de que llegue la barra de anuncios comerciales.
d) Los personajes hablan solos. Tengo la sensación de que la gente no se anda contando a sí misma cosas que ya sabe. Es decir, en ningún momento me pararía a mitad de la calle para decirme: “Escribo para un periódico”, como si recuperara la memoria después de un accidente en auto. Sin embargo, eso hacen los personajes de telenovela. Se dicen a sí mismos lo que piensan y peor aún, a veces hasta recapitulan la historia de otras personas. En casos más discretos, no por ello menos falsos, hablan con una imagen de la Virgen a la que le relatan los últimos diez capítulos del melodrama.
e) Villanos absolutamente despreciables. Más que amar, la gente quiere canalizar su odio hacia alguien. Por ello el señor que representa el papel antagónico no puede limitarse a abusar de las mujeres, ser un obstáculo para la felicidad de la protagonista o planear las desgracias ajenas con la minuciosidad de un relojero. Además de los malos momentos que hace pasar a todo mundo siempre tiene algún pendiente con la ley: es traficante de tequila adulterado, distribuye piratería, ha matado a decenas de extras, tiene dos actas de nacimiento, es rico, no paga impuestos, etcétera.
f) El mundo como debería ser. Cada que una telenovela quiere recetarse una dosis de realismo introduce el personaje de una bulímica que lucha contra su enfermedad o el de una mujer que sufre el maltrato de su marido. Pero eso no está sacado de la realidad sino de los boletines del DIF. La realidad es más compleja, más injusta y con frecuencia queremos no pensar en ella y por eso acudimos a la televisión.  A eso se debe que cuando la telenovela quiere ser realista, sólo extrae las raciones melodramáticas de la vida misma.
Finalmente uno se pregunta: ¿cómo puede tener tanto éxito un producto que ya sabes de qué trata? Es lo mismo que sucede con el porno: ya conoces de qué va y aún así te emociona llegar al desenlace. Ambos representan el placer de lo seguro. Quizás la respuesta la haya tenido el gato Garfield cuando dijo: el mundo no quiere amor, quiere estabilidad.

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