Simpatía por los débiles
Para Rodrigo, Wil, Flor, Emilio,
Fernando y demás amigos fanáticos
Lo mejor que tiene el futbol es su capacidad para retratar la vida. Eso y las aficionadas suecas. Eso y la capacidad para reencontrarte con tu país en un estadio lejos de casa y descubrir que después de todo “Cielito Lindo” no era una canción tan mala.
La presente Eurocopa de naciones nos ha enseñado entre otras cosas que los jugadores que pasan más tiempo en el spa que en los entrenamientos tienden a desaparecer en el campo de juego. La derrota no de Portugal sino de Cristiano Ronaldo redimió a cientos de miles de gordos televidentes a quienes les incomodaba ver a sus esposas celebrando las victorias lusas como si la patria de Pessoa les hubiera dado más felicidades que un hombre guapo seguido a detalle por el camarógrafo.
Los partidos internacionales tienen un especial sabor en México. En los mundiales, ocultamos la pasión por la corrección política: le vamos a la Selección Nacional aún cuando empiece a alinear a cuatro naturalizados y esté dirigida por un serbio. Llorar y sufrir junto a la oncena mexicana es una forma de apostarle al país a pesar de los números adversos y la historia. Es nuestra metáfora de la vida que nos ha tocado. En los torneos europeos tenemos otras preferencias. Es la oportunidad de irle a un equipo sin sentirse obligado por el acta de nacimiento.
Uno de los grandes momentos de mi infancia viene del mundial de Italia 90. Camerún derrota al campeón Argentina uno a cero, una buena parte del partido jugando con diez hombres y al final con nueve. Fue una de esas lecciones de heroísmo que uno obtiene mientras devora frituras. En ese momento, las familias mexicanas supieron a quién irle en un torneo donde la Selección nacional no asistió.
Cada que David vence a Goliat algo se compone en el mundo. Una simpatía profunda albergan los equipos que van abajo en las apuestas, como si sus victorias alcanzaran para todos. Cuando el supuesto débil vence al favorito podemos pensar que a veces el azar suele jugar de local en la guerra, el amor y las copas de futbol. La enseñanza que dan estas gestas contra la estadística es que si nada ha sido escrito todavía, vale la pena disputar cada partido.
Esta copa tuvo dos agradables sorpresas: Turquía venció a Croacia y Rusia a la espectacular Holanda, a quien muchos ya veían campeona de Europa. Holanda parece jugar un estilo de ensueño, pero la magia no siempre perfora la red en el momento necesario. Como ha escrito Juan Villoro recordando la historia de la Naranja Mecánica: “Se diría que la gran Holanda de 1974 y 1978 no llegó al triunfo mundialista precisamente porque lo tenía todo para ganar, y una secreta ley de las compensaciones exige que los campeones tengan raspaduras”.
El placer de las jugadas bien ejecutadas termina finalmente eclipsado por el cúmulo de emociones que despiertan las victorias épicas. Si 300 espartanos contienen a un enorme ejército persa eso es Historia (o una película, usted decida); si los persas logran la victoria de una manera fácil, eso es un dato más en los libros. En el lado del futbol, que ganara Holanda hubiera sido cumplir los pronósticos; cuando Rusia metió su tercer gol estaba devolviendo a la fanaticada el amor por las proezas.
Ignoro por qué los equipos en desventaja nos despiertan tantas alegrías. Esos turcos de los que no confiarías si te estuvieran ofreciendo una tarjeta de crédito obraron tres milagros consecutivos, como diciendo “los vientos del estadio juegan a nuestro favor”. Primero dejaron al anfitrión Suiza fuera de la copa; después dieron la vuelta al marcador contra la República Checa en los últimos cinco minutos del partido y finalmente echaron de la copa a Croacia, en una fase de penales que vino a demostrar que México no es el único país cuyos jugadores confunden el tiro a la portería con el despeje de media cancha.
No hay heroicidad más celebrada que remontar el marcador adverso. Turquía lo hizo en sus tres victorias, quizás por eso ha despertado el furor en tantos televidentes. Son un equipo que necesita verse en problemas para sacar la casta, para hacer aflorar el futbol. Su lección es la de la oncena a contracorriente: son capaces de llegar a semifinales en una copa disputadísima después de estar en el lugar 21 del ranking de la FIFA. Para darnos una idea de lo que eso significa, México ocupa el lugar 17.
Desde una patria, como la nuestra, cuya Selección sólo se luce con países que no sabíamos que jugaban al futbol, las victorias de equipos como Turquía llegan incluso a pertenecernos. Y eso no sólo porque sus jugadores se parecen a todos tus amigos yucatecos sino porque en cada triunfo recuperan la terquedad que suele animar a los héroes. Porque quienes no tenemos ni técnica ni talento con un balón, necesitamos de historias hechas a base de puro arrojo y azar. Es un poco la filosofía detrás del “Sí se puede” de la porra mexicana.
Mañana los turcos se verán las caras con una potente Alemania, el país que ha sabido como nadie convertir la tragedia en marcadores favorables (no por nada es la misma tierra de Wagner y Beckenbauer). Baste recordar lo dicho por Gary Lineker: “El futbol es un juego sencillo en que 22 jugadores disputan un balón y al final siempre gana Alemania”. Turquía reporta nueve bajas y posiblemente alinee a su tercer portero como jugador en la cancha. Más que nunca tiene las probabilidades en contra, pero también más que nunca cuenta con nuestras simpatías a favor. Mañana sabremos de qué estuvieron hechas esas ilusiones.
Actualización del 25 de junio, a las 4:51: Turquía rompió su patrón (metió el primer gol) y fue vencida -irónicamente- en los últimos minutos. El marcador final fue 3-2. De todos modos cumplió uno de los mandamientos de la épica: caer con dignidad.
2 comentarios
KurtC. -
rodrigo solís -
Ah, que grosero, lo olvidaba, gracias por la dedicatoria.