Blogia
Tediósfera

Las cuentas claras

Las cuentas claras

Extraña que un país que invierte tanto en educación tenga resultados tan magros a la hora de ponerla en práctica. Los exámenes vienen y van y sólo confirman nuestras peores pesadillas: no sabemos ni pensar ni escribir ni calcular.  Es más ni siquiera son necesarias pruebas del OCDE: una revisión de correos reenviados, pláticas por messenger y cuentas que nunca cuadran en los restaurantes son suficientes.
Todavía el sábado el mesero había gritado ante todo el restaurante:
“Y acuérdense para la próxima que se deja 10 por ciento de propina”.
Su mirada era la de un dealer al que no se le acaba de anunciar nuestro ingreso a Oceánica.
“¡Eso no puede ser!”, exclamó Wilberth, poseedor de conocimientos utilísimos, como todas las estadísticas de Charles Barkley en la NBA.
Con la discreción posible para el caso, nos sentamos de nuevo en la mesa.
“Pero si yo dejé como 20 pesos de más”, nos hizo saber Orlando. 
Extendimos una servilleta, alguien sacó un bolígrafo e hicimos cuentas por un cuarto de hora. “En efecto, falta dinero”, dictaminó Luis Antonio.
“¿Pero cómo?”
Nos dimos un tiempo necesario para procesar cada uno los números de su propio consumo.
“Mmm. ¿A cómo me dijiste que eran los tacos?”, me preguntó José Luis, una mente económica tan brillante, que en la primera media hora estuvo aconsejándonos sobre qué arancel era más barato en caso de volvernos importadores.  
“No sé qué pediste si de harina o de maíz”, le respondí.
“Ah, ¿eran dos tipos de tortilla?”, dijo sorprendido. Respiré profundo, ni siquiera quise saber qué criterios usaba para tasar sus mercancías.
“¡No puedo creer que el guacamole cueste esto!”, se indignó Sonia, ex novia de todos los ahí presentes, mientras observaba el menú. Parecía estar revisando las pólizas de un seguro médico.
“Un momento”, dije, “¿alguien tuvo la molestia de ver los precios de la carta antes de ordenar?”
“¿No es de mal gusto eso?”, me inquirió Andrea, quien con frecuencia me ayuda con mis declaraciones en ceros para Hacienda. “La mayoría de mis compañeros de contaduría tapan los nombres de la carta y ordenan según lo que cueste cada plato. Es algo muy penoso. Casi todos terminan comiendo crema de elote”.
“Eso no es nada”, interrumpió Pedro, su novio, a quien había conocido en un seminario sobre la miscelánea fiscal del 2002. “Yo vi a tu maestro de Derecho Mercantil buscando camisas en la tienda y a cada rato le decía a su mujer: ‘Ésta tampoco me viene’”
“¿Y qué con eso?”
“Nada. Que revisaba los precios no las tallas”.   
Andrea encogió los hombros, como cuando se habla de un familiar en la quiebra.
“Bueno”, retomé el centro del problema, “el caso es que la propina no es suficiente y hay dos opciones: acompletarla, aún si eso significa empezar a desconfiar de nosotros mismos porque alguien no dio su parte como era debido, o huir vergonzosamente y no volver a pisar Videotaco hasta la próxima semana santa”.
“Eh, no es para tanto”, murmuró Luis Antonio, “el empleo es muy volátil en Campeche. Ya sabes, tu electricista a la semana siguiente es el tipo que te pone ejercicios en el gimnasio. Tú despreocúpate, que el mesero quizás no pase de la quincena”.
“Pero eso es peor. Ahora ya no voy a saber en dónde va a estar el día de mañana”.
“Tienes razón, pero ahora ya me quedé sin ideas”.
“¿Y si ponemos una queja?” Esta vez los ojos de Wilberth parecían contener la llamarada de un platillo exótico. “Vamos con la gerente, decimos que nos atendieron mal y que todavía tuvimos la decencia de dejarles algo de propina”.
“¿Serías capaz?”
“¿Que si no? Ningún tipo con pañoleta en la cabeza me despierta respeto ni consideración algunos”.
“Espera un momento”, le reprendió Luis Antonio, “¿ya viste la plaquita que tiene el mesero sobre su uniforme? Es decir, ¿ya te fijaste cómo se llama?”
“¡No!”, dijo Wil, mostrando la indignación del que no se detiene en conocer quién le sirve su comida. De cierto modo, era como intimar con las secretarias de la escuela. Para WIl cuando un mesero se vuelve tu amigo es que en realidad no tienes a nadie que cene contigo.
“Para tu información se llama Tony Sabido. ¿Quieres una referencia más carcelaria que ésa? Por su nombre, juraría que tiene por lo menos un tatuaje de la Santa Muerte en la espalda. Ponle una queja y mañana tendrás a un grupo de Zetas forzando la cerradura de tu casa y no precisamente con una ganzúa”.
“Bueno y ¿ahora?”
José Luis tronó los dedos.
“Ya, decimos en voz alta que estudiamos en los maristas”.
Todos nos miramos con la expresión de que era la cosa más estúpida que habíamos oído en una noche en que no habrían sobrado cosas estúpidas por decir.
“¿Qué?”, intervine, “¿eso te va a hacer inmune?”
“No, pero así es más creíble que no sepamos sacar el diez por ciento”.
“O que seamos unos codos”, añadió Orlando.
“O mejor que eso, que no nos dé pena ser unos cínicos”, cerró Luis Antonio. “Puede que funcione, es una salida digna”
“Un momento, un momento”, dije, “¿cuál es tu concepto de dignidad?”
“Cualquier cosa que te ayude a no pasar vergüenzas”.
Así lo hicimos, con absoluta naturalidad porque en efecto habíamos estudiado todos en la escuela marista. Hablando de un ficticio reencuentro de generación, salimos del restaurante y cruzamos la avenida del malecón hasta el área del estacionamiento. Según nuestro plan, habíamos sobrevolado la humillación, por lo menos de manera aparente. Cuando descubrimos que nadie había llevado carro, con la esperanza de que otro le diera un aventón, caímos en cuenta de que finalmente nuestro pretexto decía la verdad. Y era auténtico en sus tres vertientes.

8 comentarios

rodrigo solis -

Francamente hasta la fecha cuando camino por el malecón sigo teniendo pánico cada que paso por Videotaco, temo que un día me reconozca aquel mesero de la pañoleta y me persiga hasta botarme los dientes. Se que no lo hará, hasta que vaya de la mano de alguna mujer y entonces sí, los planetas se alinearán y el mesero me gritará: “miserable”, “muerto de hambre”, u otra lindeza que me avergüence tanto a mí como mi acompañante (sobre todo a ella), para después frustrar mi ida al Motel Kalá.
Por cierto, ¿has pensado en lo injusto que es el porcentaje de la propina? Es decir, es una imbecilidad que la propina se base en relación al consumo, por ejemplo, aquel día éramos como 25 en la mesa, y se puede decir que el mesero estuvo en chinga, más sin embargo, en la mesa de a lado pudo a ver estado el príncipe William y pedir un taco de diamante que costara el triple de toda nuestra cuenta. Esto quiere decir que el mesero del príncipe William solo por llevar un taco ganará mas propina que el pobre infeliz de la pañoleta (que dicho de paso era un hijo de puta confianzudo).
En fin, estos y más temas son los que escribiremos para el show que protagonizará Wil.

Alejandro Vargas Salazar -

cómo siempre un honor leerte. Si que eso de las cuentas es desastrozo y cuidado con las cuentas de los bares o antros, es la cosa mas derrochadora (si te quedas al final) a finiquitar la cuenta. Es una desparrama de dinero.
Los problemas en las sumas son problema de las calculadoras...hemos dejado tanta carga a ellas que hoy en día nos cuesta trabajo 7*8

Laura Trujillo -

¿Por qué me suena tan familiar todo esto? Exactamente Eduardo, este es y será siempre un problema a la hora de repartir la cuenta. Aunque a veces hay quien es tan justo, que deja exactamente el 10% de propina. Y si, si lamentablemente siguen enganchándonos impuestos por servicios y demás. La propina será algo que dejará de existir.
Te agradezco el texto. Me has hecho reir en demasía. Saludos

p -

La cosa es que si hiciéramos eso saldrían a relucir nuestras carencias cívicas, porque todos ordenarían con la intención de reventarse a los demás. Eso sí, aumentaría la derrama económica en México (o por lo menos en los restaurantes).

Eduardo Huchín -

Quizás el problema de las cuentas no es matemático, sino político: en México somos incapaces de redistribuir la riqueza de forma justa. Yo siempre dejo de más en las cuentas y siempre falta dinero. Quizás un pago a tasa única -dividir toda la cuenta entre el número de comensales- es absolutamente injusto, pero en algunos casos ha resultado más tranquilizador.

p -

http://en.wikipedia.org/wiki/Missing_square_puzzle

El triangulito del que hablaba. La explicación matemática es que ese triángulo lo dibujó una bruja oscura, que por hacerlo fué encerrada en una cueva en Acapulquito. Las olas del mar poco a poco han ido desgastando los barrotes de su prisión, y la próxima semana santa (cuando todos estemos en la playa) va a quedar libre...

p -

No es por nada, pero *sospecho* que es imposible dividir con éxito la cuenta de un restaurante (éxito = pagando cada quién exactamente lo que consumió y su parte proporcional de la propina). Por lo menos yo siempre he terminado pagando de más o haciéndome pendejo para que no se den cuenta de que pagué menos. A lo mejor dividir una cuenta con precisión es una de esas imposibilidades matemáticas, como aquél triangulito hecho de varias figuras que cuando las reacomodas puedes formar el triángulo pero le falta un pedacito (¿ya saben de cuál hablo?)... o a lo mejor tienes razón y que seamos incapaces de hacer algo tan fácil como unas cuantas sumas y divisiones es consecuencia de que hayamos recibido una educación tan mediocre. Para que veas, eso sí es un hecho: en la educación en México cada quien se rasca con sus propias uñas.

wilberth herrera -

Muy bueno.Eduardo, ¿te acuerdas? y todavía el muy cabrón se burló en mi cara cuando pedí thé, cuando los demás pidieron cerveza. Me dijo : ¿No quieres tu chocomil" y son la "K", el analfabeto de mierda.
En definitiva, ese hijo de puta mesero, todavía me revolotéa en el estómago. ¿Quién carajos se creyó?
Le dejamos 80 pesos de propina, el dijo que era el 10% y la cuenta era de $912 pesos. Aunque no fue el 10% sí que fue mucho. Puta, si me dieran 80 pesos diarios sacaría mi ford lobo doble cabina en menos de un año. Además, nisiquiera nos dio nota de recibo, que es cuando se debe dejar el 10% reglamentario.
Pinche Videotaco, además son recareros. 45 pesos un par de gringas, con tortillas de maís "tía Rosa" ya ni la joden.

Un saludo , juro que me calmaré en dos días.