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Tediósfera

Las preguntas de la vida

Las preguntas de la vida

¿Qué se pregunta ahora la gente?, me dije. En la antigüedad griega, el mundo parecía reducirse a unas cuantas cuestiones como qué es el alma o si serían permitidos los efebos en el Mundo de las Ideas del que tanto hablaba Platón. Los hebreos pensaban: ¿faltará mucho para la liberación de nuestro pueblo? y los egipcios ¿qué hace una langosta muerta en mi recámara? 

La historia del mundo también debería ser la historia de sus preguntas. La aparición del método científico por supuesto cambió la forma de enunciar una duda. Si antes nos preguntábamos “¿por qué hay tantos murciélagos en la UAC?”, después del método científico deberíamos hacer la pregunta de este modo: “Determinación de la flora y fauna propicia para la aparición de murciélago en los jardines de la Universidad” y además publicar nuestra respuesta en la Gaceta Universitaria. 
 

Los periódicos, a través de los sondeos, se preocupan por saber las respuestas que tiene la gente ante determinadas preguntas: ¿está de acuerdo con la Ley del Issste?, ¿apoyaría la reforma del artículo 61? Al parecer a nadie le preocupa rastrear las dudas de la población: qué se cuestionan las personas en sus momentos de insomnio, en la soledad de una banca del parque, mientras se transportan en camiones urbanos. A pocos les ha interesado saber qué les inquieta a los ciudadanos; además parecería poco serio abordar a los entrevistados diciéndoles: a ver, señor, necesito que me haga un favor: pregúntese algo. 

A todos, en determinada parte de nuestra vida, nos ha interesado saber si vivir vale la pena, de si vamos a encontrar pareja algún día, de si pagar 70 mil pesos por un Ikon de medio uso es o no una tomadura de pelo. Siempre recurrimos a la indagación cuando estamos a las puertas de una decisión importante, que involucre el honor y sobre todo, el dinero: ¿debo o no apostar por el América la próxima temporada?, ¿compro un Melate o dos?, ¿será hora ya de exigir a la Fundación Pablo García que me pague mi beca de posgrado?

Pero eliminemos también esas cuestiones. Sobre todo porque preguntarse cosas que tengan que ver con dinero no es una auténtica preocupación, sino una resultante de este mundo excesivamente monetario en el que vivimos. Dejemos fuera el dinero; concentrémonos mejor en otras cosas.  

Sobre esas “otras cosas” quise hacer una investigación. Enlistar, aunque sea a pequeña escala, el motor indagador de la gente común. Durante mucho tiempo, estuve pendiente de las conversaciones ajenas y propias. Viajé en camión, no desestimé los cafés repletos, las filas en los restaurantes de comida rápida, o los “minutos del cigarro” en el trabajo. Escuché atentamente lo que las personas platicaban entre sí, en busca de dudas individuales. No la típica pregunta que te hace un jubilado a las afueras del banco de cómo sacar dinero del cajero, sino algo más inútil y más personal: ese tipo de curiosidad que tienen los niños pequeños, donde todo es por qué, dónde y qué es eso. Descubrí que para la gente adulta y consciente es más fácil afirmar algo de sí que compartir sus dudas, quizás porque comunicar una duda revela también una forma privada de pensar.

Tras horas de estudios de campo en distintos momentos de mi vida, recopilé algunas preguntas. Las apunté al llegar a casa y a veces hasta hice claves en mi brazo para no perder la idea. La calle fue muy útil y el azar ayudó también. Sería muy difícil reproducir el contexto en que estas preguntas fueron enunciadas, así que las reestructuré para que pudieran entenderse de manera independiente.

De la Universidad al parque público, de la biblioteca a la cantina, de la salida de misa al supermercado, rastreé lo que la gente alcanzaba a preguntarse en momentos poco decisivos.  Hice el mapa cartesiano de una ciudad que igual existe porque duda.  No enumeré la lista para jerarquizar las ideas, sino sólo para fines organizacionales.

Las 20 dudas más interesantes que encontré fueron las siguientes:  

1. ¿Será posible encontrar una recopilación pirata que no tenga la palabra “Perrón”?
2. Si hay tantas tiendas llamadas “La bendición de Dios” o “La Divina Providencia”, ¿existe relación alguna entre los abarrotes y la fe? 
3. ¿Por qué, en las cumbias, la palabra “bailar” siempre rima con “gozar”?
4. ¿Por qué los fanáticos de los gimnasios siempre usan playeras turísticas de “Cozumel México”?
5. ¿Por qué a los negros se les llama “gente de color” si técnicamente el negro es la “ausencia de color”?
6. ¿Por qué las taquerías se nombran siempre con la palabra “Amigo”?
7. ¿Por qué las canciones tropicales interpretadas por los tecladistas de la región siempre hablan de comida?
8. ¿Por qué, en las películas del Santo, el científico secuestrado siempre tiene una hija de buen cuerpo?
9. ¿Por qué las cumbias plantean relaciones contra natura, como la de “La jirafa enamorada de un monito”?
10. ¿Podría encontrarse algún premio de facultad universitaria que no tenga el nombre de una película?
11. ¿Será posible que la única expresión que conozcan los tecladistas para referirse a su auditorio sea la de “público bonito”?
12. ¿Por qué todos los meseros que usan pañoleta en la cabeza creen que son simpáticos?
13. ¿Por qué en las máquinas de baile hay siempre algún tipo bailando fuera?
14. ¿Es Elio Roca un personaje secundario de Los Picapiedra?
15. ¿Llegará el día en que los hombres laven las ollas cuando les toque lavar trastes?
16. ¿Por qué los carruseles tienen las caras de artistas ochenteros que ya se volvieron cristianos?
17. ¿Podría ser que los ortodoncistas no usen los motes de “muñeca” o “guapa” para referirse a sus pacientes?
18. ¿Por qué siempre hay un marino en las presentaciones de libros?
19. ¿Por qué el personaje “Woodstock” de Snoopy se traduce en México como “Emilio” y no como “Avándaro”?
20. ¿Habrá otra forma de poner la palabra “propósito” en los boletines gubernamentales sin que la anteceda la palabra “firme”?  

 

1 comentario

david chávez -

Buenazo también este post!!!

Ahí te agrego a un jueguito, instucciones en www.texticulario.blogspot.com

saludos!!