Campeche insólito o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba
Para Berman, que lo pidió
A las 11:30, el ulular de sirenas hacía creer a los transeúntes en una marcha. Dos mil desalojados después y 150 efectivos de seguridad más tarde, mucha gente aún pensaba que se trataba de un simulacro. Luego llegó el Ejército y algunos curiosos preguntaron todavía que dónde era el desfile. Ése es el problema de la pasividad: las pocas cosas que suceden en Campeche no dejan de parecer irreales.
Diez minutos antes, el C-4 había recibido una llamada de alerta: una supuesta bomba había sido colocada en el interior del Palacio Municipal lista para estallar. Las recientes explosiones en la Ciudad de México daban cartas de verosimilitud a la amenaza y un inusitado operativo de desalojo se puso en marcha en el Ayuntamiento y sus alrededores. La calle colindante fue cerrada por elementos del cuerpo de bomberos, mientras 90 niños eran evacuados del edificio contiguo, en su primera salida al parque en todo el año escolar.
Ambulancias de la Cruz Roja y unidades de Rescate recorrían las calles aledañas. A los pocos minutos un comando especializado en bombas entró al inmueble en medio de ese tipo de hermetismo que en Campeche sólo significa “nos acaban de avisar”, “no sabemos nada” o “así estaba cuando llegamos”. Mucha gente aún custodiaba el Ayuntamiento, a la expectativa de que sucediera algo que diera sentido a la movilización. Tantos policías, tantos carros de bomberos, tantas ambulancias y tantas muestras de histeria sólo habían acontecido en la ciudad en forma de sábado de carnaval o concierto de Chayanne, así que no dejaba de ser atrayente el operativo que buscara un artefacto explosivo en el interior de un edificio público.
Mientras pasaban los minutos, se iba formando la fotografía exacta del Campeche noticioso: su espectáculo es la inminencia. Durante hora y media, reporteros y camarógrafos buscaban retratar el ambiente de lo que no pudo acontecer, la cara de una ciudad donde toda noticia sabe a conjetura.
¿Qué hacía una veintena de hombres uniformados ahí dentro? Entre el murmullo, los altos mandos observaban a una distancia prudente a su personal. Se sabía que el operativo estaba estructurado dentro de una lógica perfecta: sólo fueron enviados los agentes reprobados en el psicométrico. Unos estudiantes de Derecho, en un acto temerario, proporcionaron a los medios una conversación grabada entre dos oficiales:
“Comandante, los chicos de la unidad antibombas no se creen capaces de hallar el artefacto”.
“¡No me extraña! ¡Las horas de clase sobre desactivación de explosivos fueron cambiadas por Introducción a Derechos Humanos! ¿Qué me dicen ahora, señores diputados?, ¿es lo que querían?, ¿que se pusieran a desalojar con cortesía a los adultos mayores?”.
“¿Qué hacemos, señor? Ya pasamos demasiado tiempo revisando los mismos estantes y no tenemos ni el mínimo indicio”.
“Creo que es hora de hablar a un profesional. ¡Quiero línea directa con Willys ‘el Duro de Matar’ Mendoza!”
Fin de la grabación.
Para la una de la tarde la histeria ya era historia. La ausencia del explosivo estaba más que comprobada y las fuerzas policiales tenían algo mejor que buscar: quién había iniciado la broma. En un principio, las pesquisas arrojaban tres perfiles de sospechosos: el anarquista de arrabal, el anarquista de ampliación y el anarquista de invasión. Después de rastrear la llamada, el gracioso fue localizado en la Ampliación Esperanza mientras cantaba “Remember, remember the 8th of November”, con música de Kpaz. A las ocho de la noche la Policía presentó al nervioso autor de la psicosis: un veinteañero de nombre Luis Felipe Ehuán.
Pese a todo, nadie puede acusar a este lavacoches de falsa alarma. La alarma que suscitó fue auténtica, como el entusiasmo de los medios y la indignación posterior. El Centro Histórico se movilizó como nadie lo hubiera imaginado, los reporteros se sintieron corresponsales de guerra, el alcalde pidió no especular y los titulares al día siguiente parecían una calca recíproca. Un telefonazo había provocado todo eso. Había metido a la ciudad en el dulce escaparate de la sorpresa.
2 comentarios
Eduardo de Gortari -
Omar Baqueiro Espinosa -
Solo para comentarte que por casualidad me encontre tu pagina (geocities) que cuenta con tu libro en linea. Y aunque ya lo habia leido cuando fue publicado (mi hermano se encargo de eso) es ahora que estoy lejos de Campeche que me ha dado gratos recuerdos y risas.
Por lo que he visto en tu pagina (de geocities) y esta, es aqui en donde escribes mas frecuentemente.
Bueno, sin mas que decir te mando un saludo y espero que Campeche siga siendo ese lugar en el que 'no pasa nada'.