Encuentros cercanos
De niño, yo pensaba mucho en los extraterrestres. Era la época en que mamá doblaba cucharas y la niña que me gustaba seguía las trayectorias del agua con una vara de zahorí. La tv dedicaba inquietantes programas a misteriosos vestigios, como las figuras de Nazca o el astronauta de Palenque, que sólo admitían explicaciones a partir de lejanas visitas de civilizaciones avanzadas. Vi Cocoon y no volví a meterme a una piscina en diez meses. El cielo se volvió el amplio escaparate de mis miedos.
Quince años después, el asunto vuelve con persistencia anómala. Un familiar cercano me habla de abducciones con el mismo temblor sudoroso con el que antes hablaba de su colonoscopía; la prima de mi novia descubre una mañana a sus queridos perritos poodle cubiertos de “una materia dulce y pegajosa” y uno de mis vecinos se ha encerrado indefinidamente en su baño a la espera de un ser llamado “Aldebarán”. El caso más patético es la de un tipo apodado el “Spider” que llegó al taller mecánico de la esquina pidiendo “tres motores de volcho o, en su defecto, cinco de licuadora” para construir una nave espacial. Ciertamente, no es la primera vez que “miramos al cielo en busca de alguien”, pero es, sin duda, hasta ahora cuando la expresión pierde todo sentido religioso y alcanza los bordes ridículos de una redención astronómica.
En 1947, Keneth Arnold describió a un objeto volador diciendo que tenía “forma de plato”. A partir de entonces la astronomía y la gastronomía tendieron a confundirse en ese punto. Con total entendimiento de la aerodinámica del frizby, los platillos volantes unificaron, como ninguna otra cosa, los criterios acerca de cómo deberían verse las naves de los extraterrestres. Un modelo que repercutió en la desconfianza con que empezamos a observar cualquier cuerpo suspendido en el espacio. Los expertos coinciden en la enorme posibilidad de las ilusiones ópticas (en las confusiones comunes: venus, globos meteorológicos, etcétera); pero los creyentes dejan menos dudas acerca de su tenacidad: si de algo están convencidos, es de la total miopía de los escépticos.
Desde las mutilaciones bovinas hasta las extravagantes figuras geométricas encontradas en los maizales, el turismo ovni parece empeñado en dejar evidencias cada vez más semióticas de sus estancias. Christopher Buckley (que ha escrito un hilarante libro sobre el tema: la novela Hombrecitos verdes, publicada en español por Sexto Piso) se burla de los millones de estadounidenses que están convencidos de que su gobierno les oculta información sobre visitantes de otras galaxias. Nuestros vecinos del norte han desarrollado una notable predisposición a la amenaza, a tal punto que la palabra alien refiere lo mismo a los extraterrestres que a los inmigrantes. La protección es el gran negocio americano, y su prosperidad depende igualmente del desarrollo tecnológico como de su capacidad para inventarse enemigos. En México no estamos exentos de creer en inteligencias superiores (algo que Samuel Ramos hubiera atribuido a nuestro complejo de inferioridad) y, por ende, siempre nos complace encontrar noticias acerca de algún avistamiento inexplicable.
Por otro lado, las apreciaciones de Freud respecto a la importancia del sexo en nuestras vidas parecen probar con el fenómeno ovni su auténtico grado de universalidad. Las abducciones con fines reproductivos son el último rostro de la imaginación amorosa. Los numerosos relatos femeninos que hablan de una plena satisfacción sexual debido a que “ellos tenían tentáculos” me hacen pensar en el fin del cuerpo tal como lo conocemos. ¿A dónde iremos a parar? El erotismo que ahora requiere de lenguas bífidas reúne a tantas entusiastas, que posiblemente termine mereciendo una línea en el Informe Hite.
Con frecuencia, la ola de secuestros por platillos voladores se circunscribe, tanto en hombres como en mujeres, a personas poco dadas a la seducción; como si el rango de su credibilidad dependiera de la ausencia de atractivos. (Uno se pregunta por qué los extraterrestres no han raptado a Pampita, por ejemplo.) Un científico postuló hace poco que debido a esa cualidad, los árboles cercanos a la zona del secuestro tienden a desaparecer: probablemente sirvan para fabricar bolsas de papel marrón. No obstante, puede ser que el concepto de belleza que maneja el turismo extraterrestre sea tan parecido al norteamericano que incluso la voluptuosidad se mida también en términos de exotismo. Teniendo en cuenta sus pasiones por el ganado, no me extraña que los alienígenas sean capaces de cualquier desviación.
Zach, un abducido que ha tenido relaciones con una “nórdica” humanoide de dos metros, declara: “Es difícil estar eróticamente involucrado con un extraterrestre.” Pero también asegura que, de alguna manera, esta intrusión ha enriquecido sus momentos íntimos: “Cada vez que mi esposa y yo miramos las estrellas, no puedo evitar ponerme romántico.” Su actual pareja humana, Sally, sabe que Zach no puede cumplir con sus obligaciones amorosas después de la consabida abducción semanal; por lo tanto ha tenido que redefinir sus conceptos de “monogamia” y “envidia del pene”. ¿Qué es lo que más te gusta de tu amante? Zach responde: “Definitivamente sus senos. Bueno, quiero creer que se trata de senos.”
“Alien para amar” dice una playera en el aparador de una tienda. Los seis mil millones de personas que pueblan este planeta no nos libran de sentirnos a veces solos. Pero cuando las luces en el cielo despiertan la emoción de una cita concertada, el asunto es de pensarse.
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