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Tediósfera

Ría Mística

Ría Mística

Por muchos años en Campeche, la Ría fue la hendidura de la cual quejarse, aunque ya no doliera. La fisura de la vergüenza, una imagen del interior, como si esta ciudad expusiera en sus desechos la vida que corría por sus venas.

Yo tengo otras imágenes de ella: la primera, la del lugar amoroso. No es difícil explicarlo: del otro lado de la avenida vivía una compañera de la prepa que me gustaba; por algunos meses pensé en la Ría como en el escenario de nuestros encuentros (los puentes tienen ese halo romántico, de filme neoyorquino, aunque sepamos que abajo habitan seres inclasificables). Tampoco es difícil suponer el desenlace: la telenovela de mi adolescencia se quedó sin protagonistas cuando la chica y yo acabamos siendo amigos, en la triste frontera donde no hay emociones para el tacto. Por semanas, miré el desagüe con nostalgia; busqué el silencio para experimentar los primeros masoquismos de la memoria y su pregunta incontestable: qué sucedió. Sin embargo, es bien sabido que los cruces sin semáforos son la válvula de escape de los automovilistas y los cláxones me devolvieron a una realidad donde no cabía el ensimismamiento. Para cientos de conductores, el puente de la Ría sólo proporcionaba motivos para pensar en la maternidad ajena en horas pico.   

Pensé en otras historias. En el día memorable en que el microbús se detuvo ante un tumulto de curiosos. El motivo llevaba la rúbrica de una cinta de terror: un cocodrilo andaba suelto en la Ría. Pensé en Alligator y en otras fantasías cinematográficas que trataban de animales recorriendo nuestras alcantarillas. En los tiempos en que asistía a la escuela marista, encontré con frecuencia a personas lanzando anzuelos en esas aguas. Siempre tuve interés en saber qué especies se criarían en tal hábitat.

A la Ría también llegaron los desechos de palabras. La recorrí muchos meses con la atención puesta en los mensajes sobre el concreto. El ayuntamiento le apostó a la blancura, pero los jóvenes vándalos creyeron más en la libertad ganada a gritos de aerosol. Como en la prosa de Bukowski, la obscenidad deliberada se encontró con la literatura: “Puto miedo”, dice un letrero escondido en la multitud de nombres y firmas, con los trazos indecisos de quien está al borde de algo. Yo aventuro dos o tres hipótesis. Me quedo con la que más habla de mí.  

El cruce con la calle catorce, me recuerda, por otro lado, los ensayos del grupo de rock; la casa de la esquina donde podíamos escuchar las conversaciones de los taxistas porque el amplificador de guitarra captaba las ondas de radio. La ventana del cuarto de ensayo, esa dosis de realidad que yo tomaba entre canción y canción, tenía al desagüe como única  fotografía, el póster panorámico que no acababa de irse. Desde el segundo piso, las aceras daban impresiones de absoluta simplicidad: cuatro líneas de cemento recorridas a diario por seres indefensos (quizás por eso los superhéroes ven la ciudad desde las azoteas: porque, desde arriba, todos damos la impresión de necesitar ayuda). Yo tocaba como si aportara el soundtrack de la película, como si la música fuera el único suceso importante en la cada vez más aplastante rutina de los otros.

Hoy contemplo alambrados, máquinas, trabajadores. Las vértebras gigantes de una futura tubería. En este tramo interrumpido, con lodo en los zapatos o la mirada puesta en un árbol caído, Gabriela y yo hemos sentenciado: “Campeche es la maqueta de una ciudad que aún no se construye”. La frase es inexacta, odiosa y apasionada. Terminada la adolescencia, uno extraña hasta las marcas del acné y eso me sucede también con el desagüe en cuestión. Apenas si puedo pensar que es feo, mal oliente e innecesario (tres virtudes, vaya coincidencia, de quienes no somos metrosexuales), pero reconozco por igual que su progreso desfigura mi paisaje cotidiano. Lo siento: en la lenta ciudad donde vivo, la nostalgia de cada generación se atiene a cualquier cosa que esté a punto de desaparecer.  

Una vez cubierta la Ría, tendrá nombre de avenida, lo cual no deja de ser triste para quienes hemos usado la palabra “Ría” como referencia todos estos años. De manera oficial la avenida llevaba ya un nombre, ciertamente injusto, porque en México, la geografía urbana obtiene por decreto sus nomenclaturas (la cotidianidad es más práctica: usa cualquier cantidad de trampas para sortear la falta de ubicación). Para mí la Francisco I. Madero será siempre la Ría, la ruta del camión que he transitado por años. Su historia será también el compendio de postales desde el transporte urbano: el diario deambular de los estudiantes de secundaria, la sucesión de comercios que nunca alcancé a recordar cuando los necesitaba. El autobús nos familiariza con una ciudad que excluyen las guías turísticas (a medio camino entre el tedio y la fealdad) mientras hace vibrar nuestro rostro apoyado en la ventana. Concibo este artículo, con la mirada repartida entre el mundo de afuera y el de adentro. Cerca de mí, letras temblorosas hablan de un Romel al que nunca conoceré a pesar de su nombre escrito en todos los respaldos, el conductor sube el volumen de su reproductor de casetes, la chica del último asiento me comparte sus audífonos y la sinfonía del hombre común parece componerse de ejecuciones que nada tienen que ver unas con otras.

Pido parada. El tope del parque (“Francisco I. Madero”, otra vez) ha sido hasta ahora mi aliado cuando se trata de que un autobús se detenga. Caigo sobre un charco. El busto irreconocible del héroe (viví engañado toda mi infancia pensando que se trataba de un músico) contempla mi ridículo desde lo alto. El lugar es oscuro, con juegos infantiles en el abandono (un columpio en la penumbra es eficaz sólo si aparece en Poltergeist). Cerca, niños practican futbol en un campo improvisado. Las bancas transmiten las vibraciones del asfalto; sobre ellas, parejas buscan sacudimientos interiores. He caminado cientos de veces la misma trayectoria de regreso y hasta ahora el escenario me hace imaginar una ciudad donde sólo lo feo es entrañable. Llego a la puerta de mi domicilio. Antes de meter la llave por la cerradura, me convenzo de que es necesario escribir un réquiem. Los zapatos enlodados sobre el tapete son la última señal de un paisaje que se ha ido conmigo a casa.

8 comentarios

Fernando -

Esta es una verdadera joya perdida. Bueno para mí. Desde el título hasta el último punto. Es como ese disco que vengo a escuchar ya que está fuera de catálogo. O esá buena película que ya todos vieron y comentaron.

La ría está cerrada hoy, pero esto sigue pareciendo genial. Justo hoy un compañero de trabajo que recién ha llegado a vivir a la ciudad y pregunta dónde diablos queda ese bar que tanto le han platicado llamado "la barra" (antes video taco), el de las meseras sexys. Todos le responden "coño, es el que está por la ría" y me late que no lo ayudamos mucho.

Y hablábamos el otro día de nostalgita.

Lo mejor de lo mejor máster en esta nueva temporada de tu vida.

martin -

sus comentarios son exelentes, es hora de sacar las ideas del closet, y sacar esa mentalidad pobre que existe en campeche.

Gamaliel -

muy bueno, que esperas para escribir un libro, pero de campeche y sus romances en sus sitios misteriosos y maravillosos. yo se que se venderá

Sandrax -

Jejeje muy cierto... y de paso aprovecho felicitarle por algunos de sus escritos que he tenido el gusto de leer en alguna revistilla de la Elite campechana (que dijo?)
SAludos

Mara -

De verdad que a pesar de todos sus defectos y virtudes, de su amor y desamor y aunque nos vayamos a vivir al fin del mundo siempre seguiremos añorando a nuestro Campechito.. por lo menos a mi me pasa...
Excelente escrito..Felicidades

Denise -

Excelente relato, muy bien descrito Campeche la frase "a medio camino entre el tedio y la fealdad" es una exacta descripcion de como viven los Campechanos que no se atrevieron a abandonar "la maqueta no construida".
Pero aun asi todo el amor para Campeche y los Campechanos que me dio mucho amor y felicidad en mi adolescencia. Y sobretodo por el honor de la sangre y del apellido.

Didhier -

"Excelentemente" escrito!.. me encanto "la ciudad lenta donde vivo"..ah mi Campechito tan lindo..pero que lastima de gente..Saludos de un campechano tapatio!

Bacardit -

¡Felicidades, muy buen escrito!