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Tediósfera

Cultura que se ve

Cultura que se ve

No hace mucho, alguien intentaba convencerme de que mi futuro estaba en la televisión.  Puede ser, pero no me imagino frente a la cámara, actuando sobre una pantalla azul y fingiendo naturalidad. Quizás mi presencia sea más creíble como el tipo que coordina los segmentos o el camarógrafo que comparte chistes privados con el conductor. ¿Qué más podría hacer yo? La crítica política poco me interesa y aunque mi apetito de comedia se nutre con los noticiarios, tampoco quiero ser la voz del reportero que repite “lo que es un hecho” cada diez segundos.

La programación se satura de temas, imágenes y reportajes. Pareciera que ya todo está dicho en la TV local, que es otra forma de expresar que todo está por decirse. ¿Dónde encajaría yo? ¿Al lado del conductor de pantaloncillos cortos en el programa infantil, en el sillón púrpura junto a las chicas atractivas, en la mesa redonda que discute acerca del carnaval? No sé. Si me preguntaran, diría que me gustaría intentar la TV cultural, sobre todo para erradicar la idea de que hacer TV cultural significa entrevistar alfareros mientras se visitan municipios  al interior del estado.

“No importa cuántos canales extra ofrezcamos incluir en el Paquete Básico; siempre serán o educativos o religiosos”, dicen las letras pequeñas en el contrato de cable. Ante tal panorama no habrá más camino que el conformismo; en parte, porque una televisión cultural que privilegia los fines sobre los medios ha propiciado la idea de una cultura que no llega a verse como recreación. Lo paradójico del caso es que la TV es esencialmente entretenimiento y todo lo transforma en entretenimiento (las tragedias, la salud, las relaciones humanas, etcétera). Entonces, bajo ese esquema, la televisión educativa siempre será aburrida a los ojos del espectador promedio, que verá en ella una “pretensión que no se cumple”, un esparcimiento que no llega. Quizás la imputación más grave referida a los programas didácticos sea la caducidad de sus formatos: la mesa de discusión, el profesor que enseña fenómenos químicos sobre la mesa (muy cerca, se encuentra el pecado de realizar sus producciones con micrófonos ambientales). Decía un amigo la otra noche: “En la TV cultural todos los días son días de sábado, como aquellas tardes en que sólo hay partidos de segunda división”. Y en verdad,  ¿a cuántos les interesa ver en Canal 22 la representación de La flauta mágica con actores a los que le salen fantasmas?  “A muy pocos”, diría mi amigo y no le faltaría razón.

La nueva generación está increíblemente consciente de que la cultura no sirve para nada y que, en cambio, la educación lo es todo. En vista de esa disociación, los jóvenes limitan sus espacios didácticos a todo aquello que pueda redituarles líneas al currículo: el posgrado, el congreso, el seminario de actualización. La TV no entra tan fácilmente en ese fólder y sólo es útil si nutre ciertas conversaciones (la insistencia con la que hay que mencionar al Discovery Channel y sus divulgaciones científicas en las pláticas de sobremesa, por ejemplo). Fuera de eso, se trata de un vicio al que es preferible no contaminar con cultura.

¿Qué hacer con la TV? ¿Cómo llegarle a un público cuya idea de “libertad de elección” sólo puede ilustrarse a través del zapping? Los más recientes programas lucen una admirable falta de contenido, pero a razón de su estructura, su publicidad y la insistencia con que se les menciona en otros programas, tienen éxito. ¿Y qué hacer con la cultura? ¿Cómo dar a entender al auditorio que la intimidad vendida por la TV como novedad, ha sido tratada (igual de controlada, igual de aparentemente real) desde hace siglos por la literatura?

Me gustaría compartir un puñado de ideas para la pantalla chica; conciliar mi natural apetito de televisión con mis desnaturalizados propósitos culturales. Ignoro en qué medida profano ambos universos y, a pesar de que me redime el hecho de que los periódicos dediquen la misma plana a los espectáculos y a la cultura, quizás escribo a la espera de una indulgencia. Vayan pues mis seis propuestas:

 

Los diez casi vendidos: Una cámara escondida muestra la manera en que diez libros son manoseados, ojeados, movidos de sus estantes de una librería, pero nunca comprados. Una mezcla entre videoescándalo, reality show y ranking sugerido por JM. García Magaña.

 

Wilde on: Una compañía inglesa de histriones en traje de baño escenifican La importancia de llamarse Ernesto en Playa Tortugas, Cancún.

 

Enchúlame la página: Un grupo de correctores de estilo se encargan de subsanar los errores ortográficos y de redacción en una tesis universitaria. Especialistas en notas al pie, junto a peritos en el uso de nombres largos, dan coherencia a un proyecto de titulación. Al final, entregan un texto irreconocible incluso para el autor, que se sentirá merecedor de por lo menos una mención honorífica.  

 

Con saber: Un erudito personaje en overol, junto a tres bibliotecarias ataviadas con trajes regionales, responde a tus dudas mientras baila a ritmo de cumbia. Cada que el conductor llega a una respuesta correcta, un virtuoso ejecuta una versión tropical de las Variaciones Goldberg en un teclado Casio.

 

Un lugar… sin trámites: Un ex funcionario estatal habla con los televidentes sobre las diversas maneras de evitar los papeleos gubernamentales al final de la carrera. Caminos seguros para obtener la cédula sin que te digan que tu Licenciatura en Literatura no tiene registro en la Dirección General de Profesiones. Nombres a los cuales acudir, documentos que en verdad importan. Los minutarios nunca serán tan placenteros como después de esta emisión.

 

La hora del marxista superior. Decenas de revolucionarios recluidos en la antigua casa de León Troski debaten sobre los conceptos de “Plusvalía” y “Lucha de clases”. Cada domingo, Adolfo Sánchez Vázquez y Martha Harnecker comparten sus impresiones al respecto: “Carlos, siento que le falta sustrato a tu interpretación; sin duda, lo podrás hacer mejor la próxima semana”, “Me parece que tu protagonismo atenta contra la dictadura del proletariado…”, etcétera. Se expulsa al primero que se sienta tentado a comprar un Armani.

   

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