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Tediósfera

Leer para vivir

Una coincidencia clásica

   Virgilio

Dejo el periódico donde trabajaba por la llegada de un señor llamado DANTE Parma. Como quiero seguir escribiendo y que me paguen por hacerlo, mi amiga Ana me recomienda que vaya a ver a otro diario, cuyo subdirector -llamado HOMERO Bojórquez- me dice que no puede resolverme y que mejor hable con el director, VIRGILIO Soberanis. Ayer fui dos veces y no lo encontré, pero en la noche Ana me pide que la ayude con un trabajo sobre La República de Platón (el capítulo X), que trata sobre la expulsión de los poetas de la ciudad ideal. Ahí, en alguna parte,  Sócrates reconoce su admiración por HOMERO, pero al mismo tiempo considera a la poesía una actividad sin provecho (DANTE, el del periódico, había dicho algo similar: “la cultura no vende” y había expulsado cualquier atisbo de cultura del diario donde antes yo trabajaba). A todo esto, ¿no fue VIRGILIO el guía de DANTE en el infierno? ¿Y no fue VIRGILIO quien sufrió el menosprecio de los siglos por haberse inspirado en HOMERO, tanto que Voltaire tuvo que salir al quite: “Se afirma que HOMERO creó a VIRGILIO; si así fuese, no hay duda que ésta es su mejor obra”? Me pregunto si el destino no me estará diciendo que tengo que volver a los clásicos ya… ¡Ahora!

 

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¿Sientes que algo le falta a tu página cinco?

¿No sales de la postura de siempre: “Sólo publico a columnistas políticos”?

¿Estás insatisfecho con tu vida editorial, porque tus articulistas acaban demasiado pronto sin llegar a despertarte siquiera la más mínima emoción?

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Eduardo Huchín Sosa
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Genios (una guía mínima)

        Writer 

Bases científicas.- La física sirve para explicar al genio y no al revés. Es decir: el problema de la genialidad se reduce, como todo el universo, a una simple fórmula de tiempo y espacio:
 

G= Ta Vcm

     R

 
Donde R es reconocimiento, Ta es Tiempo adelantado y Vcm es “Vivir en el culo del mundo”. Eso significa que la genialidad carece de reconocimiento, per se. Al ser el reconocimiento un valor cercano a cero, la multiplicación entre Tiempo adelantado y Vivir en el culo del mundo se hace enorme, casi cercana al infinito, lo que ofrece unas oportunidades bárbaras a los ensayistas (poco propensos a los reflectores), sobre todo a aquellos que viven en las provincias. Ya lo dijo el poeta: “Como todos los artistas de todas las épocas, escribo adelantado a mi tiempo”.


Etología.-
El genio es una condición inherente a cualquier autor, incluso hay quien ha afirmado que se trata de su primer síntoma. Lo esencial en el genio no son los libros; la obra, en todo caso, es un daño colateral del ejercicio solipsista del escritor. El genio se puede dar el lujo de no escribir por largas temporadas, dedicándose enteramente a “hacer biografía”, lo que en el medio artístico significa vestirse como un indocumentado, abrazar alguna que otra causa política, nunca abdicar ante la vida monótona del matrimonio y disparar hipodérmicas con veneno contra toda idea convencional que se presente. Su potencia sexual –con hombres o con mujeres, da lo mismo- ha sido declarada patrimonio natural por 9 de cada 10 parejas suyas (ocasionales, huelga decir). En fin que irradia semen y semántica todas las noches, porque nada le satisface tanto como vivir las páginas que escribirán los demás. Y lo más importante: la genialidad no se reserva el derecho de admisión. De modo que detrás de todo manco hay un Valle Inclán; de todo dandy un Wilde, de todo ciego un Borges, de todo exiliado un Sebald. Y no digamos, de un gordo un Chesterton, de un ermitaño un McCarthy,  de un borracho un Lowry.

 

Obra recuperada.- El genio desdeña por definición a sus contemporáneos (y a sus coetáneos, recordemos la ecuación). Escribe pero rara vez somete su creación al escrutinio de otros escritores. La crítica podría minar su obra mayor. ¿Qué hubiera sucedido con Fernando Pessoa asistiendo a los talleres del Fonca? Sencillamente no existiría ni siquiera el primer heterónimo. El mejor consejo que se le puede dar a un genio es escribir para el futuro. Que archive los poemas y los fragmentos reflexivos o inicie un diario. Si usted quiere desarrollar (y en el mejor de los casos, explotar) su genialidad, asegúrese de que nada se pierda, cree tres o cuatro cuentas de correo, donde sus albaceas puedan descargar su obra inconclusa. Envíese mails todos los días, con sus últimas correcciones; las fechas ayudarán a la edición crítica.

 

Piromanía.- El genio tiene que pasar por perfeccionista y no hay mayor imagen para la perfección que el fuego (como bien lo demostraron Jehová o Nabokov, unidos también por el talento para poner en aprietos a sus respectivos hijos). Pida que todos sus papeles sean incinerados, después de su muerte, pero asegúrese de que su amigo sea un tipo torpe, de preferencia pobre diablo, incapaz siquiera de tirar a la basura las reseñas ásperas sobre lo que usted ha escrito. Indispensable el sexo masculino. No confíe en las mujeres: ellas sí le harán caso. Vea lo que le pasó a Kafka con Dora Dymant.

 

Obra en marcha.- Construya capítulo a capítulo, día tras día, un libro fantasma, que sin embargo será la columna vertebral de sus Obras Completas. Las obras mayores tienen la prerrogativa de los Clásicos, que pueden o no ser leídos y en nada mermará su importancia en la literatura. En fin hable de su futuro libro en términos con los que un astrónomo describiría el Big Bang, por ejemplo. Deje rastros (un título, un personaje, una trama) en presentaciones, en entrevistas, en sus conversaciones con los amigos. El género WIP (Work in progress) marcará la literatura de este siglo.

 

Negación.- Nunca asuma el oficio. “No soy escritor”, diga una y otra vez. El genio considera al escritor una especie inferior, alguien que se esfuerza mucho pero alcanza muy poco, como esos gordos impedidos a adelgazar por causas genéticas. Usted reflexiona, sentencia, vive, es un alma atormentada. Nada de preocuparse por las banalidades de la técnica. Nadie debe confundir genialidad con destreza; al genio se le identifica más fácilmente en su prosa descuidada, pero llena de vitalismo o en esos poemas que tocan el dolor porque ignoran la métrica. Además, cada que usted diga “No soy escritor”, parecerá estar rodeado de un halo de humildad (una virtud que en estos tiempos es casi una extravagancia).

 

Demografía. La sobrepoblación de genios no debe preocuparle. Haga lo mismo que con los pobres (cuya ansia de reproducirse los emparienta con los poetas): viva como si no existiesen.  

 


Este texto ha sido, está o será publicado en la revista
Los Perros del Alba.

Los corridos de la Redacción

Acordeon

Antonio “El jefe de jefes de redacción” y Francisco José “El príncipe encartador” son un par de cantantes norteños asentados en el Sur de la República que han revolucionado la música con sus “corridos de la prensa y del corazón”. Sus canciones, que empezaron a ser populares en las áreas de impresión de los diarios, en poco tiempo llegaron a la sección de espectáculos, convirtiéndose así en un auténtico fenómeno. El grupo -del que un periódico afirmó “Más de 200 mil oyentes no pueden estar equivocados”- ha lanzado un material recopilatorio -Amor de última hora (paren las rotativas)- que concentra lo mejor de su carrera.

Se trata de un disco maduro, que va de la nostalgia más melosa (“Un domingo sin noticias”) al vil despecho (“No quiero ningún consejo (ni siquiera editorial)”). Eso no quita que toque temas sociales, como la falta de dinero (“Descuento por falta de ortografía”) o la crítica a un mundo gobernado por la prisa (“Corro, vuelo y reporteo”). Me detendré en algunas estrofas de sus canciones para compartir con los lectores el alcance de una lírica que ha traspasado el mero día a día y se ha vuelto parte de la cultura popular de este país.

 

Ella dijo, opinó,

consideró, afirmó,

aseveró y señaló

que no me quería.  

 

En respuesta, yo le indiqué,

opiné,  expuse, dije, expresé,

informé, di a conocer,

que ella era todo en mi vida

 

(De la canción: “Y ella finalizó”)

 

En el párrafo anterior escuchamos la historia de un reportero enamorado de una chica de Comunicación Social de una dependencia, cuyo amor no puede realizarse al estar ella empeñada en que gobernador del estado va todo con letras mayúsculas. Durante el solo de acordeón, él le explica las reglas del Manual de Estilo, que le impiden tomar esas libertades, pero ella termina por dejarlo e irse con un abogado de la STPS que la asesora en su liquidación.

Pero la antología de estos dos compositores parece tocar todos los temas. En “Me gustas cuando callas”, un precandidato entona una canción de amor a un periódico y “Mi informante secreto” relata las vicisitudes de un romance que no puede decir su nombre. 

Un claro ejemplo de la versatilidad de Antonio y Francisco José es el corrido “Más abajo del organigrama” que cuenta el triste descenso a los infiernos de un redactor en jefe que termina su vida de voceador bajo un semáforo. Esta decadencia lenta y dolorosa es descrita por los cantantes sin escatimar detalles, sobre todo en lo referente a los puestos cada vez menos importantes que ocupa el protagonista. En ese mismo tono melancólico, “La primera pre-impresión jamás se olvida” narra los recuerdos de un hombre que abandona un medio de comunicación al que vio nacer y que de repente, tras 15 años de cubrir la política local, tiene que enfrentarse a que su propio diario cambie de giro para privilegiar los choques en carretera, los deportes y las mujeres recién salidas de las albercas.

Una de mis predilectas del disco es “Errata inmunda”, debido a que se ocupa de un personaje tan insignificante como el corrector de estilo. En esta canción, un corrector llora su desgracia ante un comunicado de prensa con suficientes faltas de ortografía como para hacerlo pensar que leía una noticia en otra lengua romance. Van algunos de los versos:

 

Errata inmunda
boletín rastrero
escoria de la prisa
reportaje mal hecho


Desinformado

lenguaje de gobierno
con mala ortografía
cuánto daño me has hecho


corregirte es una hazaña

palabra ponzoñosa
nota de policía

te odio y te desprecio

 

(Y ese grito del final de “¡Lo estás corrigiendo, inútil!”, realmente es una joya).

 

Otra de mis favoritas cuenta la historia de una joven reportera que sospecha de su marido y cada noche lo acosa con sus celos (“Quién, qué, cuándo, dónde y por qué”). Es una canción hecha sólo de inquietudes, provenientes de alguien que quiere llegar al fondo del asunto, aunque también, en su interior, tiene miedo de saber la verdad. Esta es la única rola del disco interpretada por una cantante invitada (Lupita D’Aristegui, brillante por cierto). Sin embargo, si he de elegir un corrido de Antonio y Francisco José para escuchar en una isla desierta tendría que ser “Este amor va de principal (por favor lo cabeceas)”, descrita por un crítico musical como “una auténtica canción desesperada que dice en sus tres minutos y medio lo que a cualquier poeta diría en 20 poemas de amor”. Esta pieza está dedicada a una directora editorial, incapaz de ver en su jefe de reporteros al amor de su vida. Él le llora, según nos dice, “en todos los estilos de texto posibles”  y al final le confiesa: “Lo que quieras saber en mil caracteres te lo digo en cinco: te amo”. Qué puedo añadir, incluso ahora que escribo pensando en la canción, también lagrimo.

De esta manera, Amor de última hora (paren las rotativas) es el soundtrack perfecto para cualquiera que haya trabajado en un medio de comunicación impreso y sepa lo que es cubrir notas en días feriados, algo que bien resume una de sus canciones: “Desde que soy periodista extraño tanto vivir”.

Amor

Alguien ya no volverá a hacer cosas divertidas

foster

Hallan muerto a David Foster Wallace

 

NUEVA YORK.- Ensayista, cuentista, novelista... David Foster Wallace, uno de los principales representantes de la nueva generación de narradores estadounidenses (la llamada Next Generation), ha fallecido este viernes a los 46 años. Aparentemente se trató de un suicidio.

El irreverente escritor saltó a la fama en 1996 con la publicación de su magna novela ’La broma infinita’ (nada menos que mil páginas). La crítica estadounidense convirtió aquella obra —ambientada en un futuro donde las grandes corporaciones patrocinaban y daban nombre a los años— y, por ende, a su autor en un icono de la posmodernidad.

La novela, que transcurre en un centro de rehabilitación para adicción a las drogas y en una academia de tenis de elite, ganó la aclamación de Time, que la consideró una de las 100 mejores novelas publicadas en inglés desde 1923 por sus "diálogos dolorosamente divertidos y las (...) consideraciones y especulaciones de Wallace sobre la adicción, entretenimiento, arte, vida y, por supuesto, tenis".

Actualmente, el escritor impartía talleres de literatura en el Pomona College, cerca de la su hogar en Claremont, California. Según el departamento de policía de la localidad, la esposa de Wallace los llamó el viernes por la noche, diciendo que al regresar a su casa había encontrado a su esposo ahorcado.

Durante este año, el escritor había cubierto la campaña del candidato republicano a la presidencia de EEUU, John McCain, para la revista Rolling Stone. Las obras cortas de este atípico escritor también se habían publicado en todo tipo de revistas, desde clásicos como ’The New Yorker’ a ’Harper’s Bazaar’ y ’Playboy’.

A nuestro país, habían llegado algunos de estos exquisitos escritos con la publicación de ’La niña del pelo raro’ (una compilación de relatos), ’Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer’ (definida como ensayos y opiniones) y ’Entrevistas breves con hombres repulsivos’ (también, opiniones).

Foster Wallace utilizaba tanto en estos relatos y ’ensayos’ (en realidad, opiniones a caballo entre la reflexión y la ficción) como en sus novelas la misma prosa inteligente, ácida e innovadora a la que recurría para diseccionar la sociedad posmoderna.

Todos compartían ingeniosas reflexiones sobre la sociedad estadounidense actual (ya fuesen sobre la política, un simple partido de tenis o la televisión) y por ellos desfilaban personajes poseídos por todo tipo de miserias contemporáneas.

 (FUENTE: www.elmundo.es)

 

Anaquel 3

Anaquel 3

Da la impresión de que el ensayo se entromete en todo: habla lo mismo de poesía, que de narrativa, critica al teatro y a las artes plásticas, se vale de recursos del cuento y del poema en prosa, se sirve del diario y de la columna del periódico, inunda las revistas y los suplementos culturales, le ha echado el ojo al blog, pero sin dejar su territorio ocupado en los estantes de las librerías. Pone pausa a la actualidad y rebobina la historia. En fin que parece tener demasiadas ventajas sobre los otros géneros literarios. Por eso, apelando a la “equidad  de géneros”, escribí 11 pequeñas narraciones sobre ensayistas y la revista Luna Zeta en su número 26 ha tenido a bien publicarlas. Vayan ahora mismo por sus ejemplares. El texto se llama “El ensayista que no quería citar y otras historias”.

Libros, libros y más libros

Libros, libros y más libros

1.

Los libros constituyen el último escalafón de los gastos familiares. En la zona C del salario mínimo, las quincenas se acaban antes de satisfacer siquiera las urgencias, así que los libros –esos gastos excesivos- son apenas un lujo o algo que presta la SEP en los años de escuela. Visto de esa forma, una feria del libro es casi como una venta de cosas que no necesitamos. (Eso se aplica salvo en algunos casos extremos: Héctor Malavé y yo estuvimos cinco días comiendo las tortas ahogadas más baratas de Jalisco con tal de comprar ejemplares de Horkheimer, Saki o Nabokov en las librerías de Guadalajara).

Este año, la feria universitaria de Campeche fue recluida primero por los organizadores y después por el clima. El Cine-Teatro Renacimiento es un lugar extraordinario: tiene baños, está techado, es amplio y con un escenario donde los escritores pueden subirse a leer lo que se les pegue en gana. No obstante, está alejado del tránsito y parece siempre cerrado (el poeta Sergio Witz sugería poner unas edecanes Telcel afuera para invitar al transeúnte a pasar). Pese a los esfuerzos por ubicarlo a través de mamparas, hay que tener mucha voluntad para llegar al Renacimiento. En años anteriores, el ex templo de San José era un buen escenario por estar en el centro de la ciudad y porque demostraba que un libro es algo que nos sale al paso y nos obliga a detenernos.

A quienes nos gusta leer añoramos algunas ferias de hace una década, donde había todo lo que queríamos menos el dinero para adquirirlo. En ese entonces apenas podíamos acceder a Borges en cinco pesos y a Carballido en 15. En esas carpas situadas en la Plaza de la República, también nos rodeaba una multitud de nombres que no sabíamos que existían (Cormack McCarthy, Kurt Vonnegut, P. G. Wodehouse) y que cinco años después descubrimos quiénes eran y lloramos no haber comprado sus libros a precio de regalo. Bueno, quizás las cosas no eran tan buenas como las describo, pero la nostalgia de lo perdido nos hace pensar que se trataba de mejores épocas.

 

2.

Una de las cosas que uno agradece cuando recorre una feria del libro son los saldos, libros que no se vendieron en su tiempo y que ahora regresan a la tercera parte de su precio. Escoger un libro no supone menos misterios que encontrarse con una mujer: hay un detalle, un nombre, un título, una insistencia (hay portadas que nos miran desde el estante tantas veces que uno termina irremediablemente por caer). Para escoger un libro, uno recurre a ciertas estrategias. Hay tan poco dinero y tantas opciones que no queda de otra. Una es por el nombre de un autor (alguien dijo que Pirandello era un genio y eso mismo opinó otra persona de Ray Bradbury); está la adaptación cinematográfica (quien llegue a No es país para viejos de McCarthy, porque le gustó Sin lugar para los débiles, se hizo un gran favor). A veces nos gusta nada más la portada (Platonic Sex que exhibe la espalda desnuda de una mujer oriental podría ser un buen comienzo, aunque el libro nunca describa las escenas escabrosas que promete); por el tema (aquella crónica del 68, ese ejemplar sobre cómics de los setenta). Ah, y la que nunca me falla: porque la autora es guapa (así llegué a Candace Bushnell, antes de saber que había escrito Sex & the City).

 

3.

 

Cada que paseo de nuevo por un stand pienso en la economía. Es decir, pienso en las pérdidas de quienes nos ofertan lo “mejor” de su casa editorial.  Me preocupan los vendedores de enciclopedias que tratan de convencerme que ese libro gigante sobre cortes de pelo era lo que estaba buscando en la vida. Me preocupa el comerciante de juegos pedagógicos que no me ve pinta de padre de familia ni estudiante normalista. Me angustia el stand de publicaciones universitarias con tantos libros que no me interesa comprar. O ese cubículo del Inegi que a estas alturas no sé si vende algo o sólo es un escaparate para ver a un empleado con uniforme del Inegi teclear en su computadora a todas horas. Quizás falta el espíritu mercantil, seducir al comprador como si uno estuviera ofreciéndole en realidad un afrodisíaco. Una vez en un mercado ambulante en el DF, buscaba algo de comer entre puestos de naranjas y de tacos barrocos. Tenía tanta prisa que no había visto una mesa con libros que había cerca, pero el vendedor de ese puesto me llamó (en realidad me identificó como identifica a un pervertido el comerciante de películas XXX) y me puso en la mano la Historia universal de la destrucción de libros como si se tratara él de un narcomenudista y yo fuera, qué remedio, un adicto. El señor, un bigotudo curtido por el sol, me contó entonces una anécdota: hace unos 200 años Napoleón había dicho que era necesario destruir la mayoría de los libros porque sólo cada siglo nace un autor verdaderamente importante. “Los ministros de Napoleón le respondieron que no podía pensar eso, que en los libros estaba contenida la memoria de la humanidad y Napoleón respondió: Sí, pero es una memoria infame”.

Acto seguido: le compré el libro. Nunca he podido corroborar si el vendedor me mintió, pero la fascinación del momento valía cualquier engaño.

 

4.

José Gaos decía que “toda biblioteca personal es un proyecto de lectura”, por eso no me aflige comprar tantos libros que no sé si leeré. 

El libro infantil que aún no he escrito

El libro infantil que aún no he escrito

Quienes me conocen saben que uno de mis mayores sueños es escribir una novela para niños y que siempre he fracasado en el intento. Narrar para un público infantil exige virtudes que no poseo, lo que no me quita que llene cuadernos de bosquejos de lo que podría ser una buena historia.
Desde hace algunos años he pensado en un libro que lleve el sugerente título Marranacho y que cuente las peripecias de un cerdo con ese nombre. Descendiente de los no menos célebres Aquiles y Máximo Serdán, Marranacho emprende una aventura hacia Bahía de Cochinos, por algún motivo que nunca tuve claro.

Marranacho


Ya se imaginarán que con un argumento tan idiota no he pasado de la primera página y a lo más que he llegado es a conformar una mediana galería de personajes:



                  Nietzsche

 

                          Federico Marranietzsche

Pensador, autor del libro Cómo se filosofa a pezuñazos. Ha legado dos célebres frases: “El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el cerdo”; “¿Vais al cochino encebado? ¡No olvidéis el látigo!”, ambas provenientes de Ahumado, demasiado ahumado.

 

 
                           Freud

                                      Sigmund Fud

Psiquiatra, cabeza principal del “círculo de Viena”, que dio origen a las famosas salchichas, de las que después renegó por sus implicaciones fálicas. Su principal contribución fue el descubrimiento de la “cisti-psicosis”.



                  Marx

 

                             Puercarlos Marx

Filósofo. Se dice que conservaba en su refrigerador un bacon al que llamaba “Francis”. Es autor del grito bélico que llevara el ejército porcino en la famosa “Guerra del Cerdo”: “¡Cerdos capitalistas!” Marx afirmó que la sociedad actual se movía “en las láminas heladas de la báscula egoísta”.

 

                Rastro

 

                             Fidel Rastro

Comandante supremo de las fuerzas porcinas. Fue capaz de liderar una revolución sin ensuciarse las pezuñas y luego hacer jamón a todos sus críticos.

 

Nota: dispensen la falta de Photoshop.