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Tediósfera

No distraiga al operador

No distraiga al operador

Este sábado tuve una revelación: ninguna nueva Ley de Transporte va a servir en Campeche mientras los choferes de la ruta Directo-Plan Chac-Issste-Universidad piensen que la luz roja es para avanzar y la verde para detenerse. En cuatro ocasiones, el autobús ha recorrido apenas unos centímetros hacia el paso peatonal precisamente porque no puede cruzarlo. Es una estrategia inútil, pero los conductores experimentan una felicidad idiota con hacer ese movimiento cada que el semáforo marca rojo. Es la historia de cada día en la parada frente al mercado principal "Pedro Sáinz de Baranda" de esta ciudad. Minutos interminables de espera del pasajero, quien termina por aceptar la manera en que los camiones se zarandean pero no avanzan, un poco como nuestros políticos debatiendo el petróleo.

Son las cuatro y cuarto de la tarde, el calor es insoportable, y de mi parte no puedo pensar otra cosa que no sea el reloj checador del trabajo. Abro los ojos y la única imagen que obtengo es la de un conductor que se echa aire con una franela.

-En un ratito más nos vamos – dice, pero esa sonrisa lo delata. De inmediato hace bufar su unidad como si montara un toro a punto de saltar al ruedo.
El chofer de Directo-Plan Chac-Issste-Universidad es uno de esos burócratas del transporte: amodorrados, sudorosos, obesos y que hacen perdidizas las monedas pequeñas. De esos que saben que la resignación es el estado natural del pasajero.

Me planto a esperar un poco más. Los cláxones de los otros camiones me recuerdan que la orfandad está vedada para quien conduce.

-Cinco minutos nomás, cinco –asegura, pero con tranquilidad toma uno de esos periódicos con accidentes en la portada y lo abre sobre el volante. Mientras lee, su ayudante grita la ruta, colgado en la puerta, desgarrándose la garganta inútilmente, sobre todo porque en ese lugar no se estaciona ningún otro camión que no sea Directo-Plan Chac. Como en toda burocracia, el chalán desquita un sueldo con un oficio que no le sirve a nadie.

(Mientras las oficinistas adoran leer los romances maltrechos de las celebridades, los conductores de camión prefieren los parabrisas destrozados. El chofer pasa cada página de su periódico y adivino el deleite que le producen las tragedias ajenas. Las historias de amor terminan con “Y fueron felices para siempre”; las de los choferes con “para el deslinde de responsabilidades”. Las señoras que pueblan las dependencias recrean cortejos épicos que no podrán vivir; los conductores las colisiones que no desearían).

El sopor es la condición natural de estos sábados. Algunos vivimos en el tránsito continuo, cumpliendo un horario laboral en momentos en que las personas decentes están echadas en sus casas viendo la televisión. Para quienes no tenemos otra opción que trabajar los fines de semana, los trayectos en transporte público son un infierno. Ver tantas luces verdes desaprovechadas es como ver a la Selección fallar penales. Un triste destino nacional.  

-Así son los choferes, qué le vamos a hacer- dice una señora a la que no quisieron devolverle el pasaje. Durante años, he oído estrategias para mejorar el servicio de transporte colectivo, pero resulta tan ilusorio como querer reformar al sindicato de maestros. No puede someterse todo a la mera voluntad de los implicados ni a sus cursos de buenos modales. Los concesionarios podrán firmar cien compromisos, pero mientras no haya otras opciones de transporte barato, sabrán (como lo intuye el marido abusivo) que volveremos a ellos una y otra vez.

Por otro lado, ¿sirve quejarse? Los camiones están diseñados para no ser identificados (incluso hasta los señores que los manejan se parecen demasiado entre sí), para que nadie pueda señalarlos con exactitud cuando presente una denuncia. Es lo que sucede, por ejemplo, con esta unidad, aún detenida tras los cinco minutos prometidos por el conductor. Puedo describir sus stickers de Pokemones que nadie recuerda, la afición por el Cruz Azul del dueño (los señores que no pueden vestir a sus hijos de sus equipos favoritos compran calcomanías de niños disfrazados con el Photoshop); puedo hablar del diagnóstico que hacen sus letreros del periodismo y la educación mexicanos (“Censores trabajando” y “Todos los niños pagan”) y de las siluetas de mujeres que coronan el reproductor de discos compactos (ahora apagado, no sé si por desgracia). Puedo incluso indagar en la fe del concesionario a través de sus calcomanías religiosas (según Santo Tomás, Dios es “el primer motor” y no dudo que sea sólo Dios quien pueda mover este camión). En fin que revisando sus escondrijos es posible determinar las historias que rodean a este microbús, todas ellas totalmente inútiles al momento de poner una demanda contra el servicio.

Cuatro camiones de Directo nos han rebasado, hartos ya de la espera. Los envidio. Nuestro chofer los ve pasar sin preocuparse demasiado: confía en que su persistencia le proporcione dos o tres incautos más que se suban al camión, creyendo que ya está a punto de partir.

Cuando he leído otro capítulo más del libro que traje para el camino, siento la sacudida que significa pasar el paso peatonal. El viento (no importa si caliente, no importa si polvoso) me golpea la cara y respiro de tranquilidad, como quien ha pasado ya la noticia favorable de un diagnóstico médico. El camionero avanza a toda prisa –atravesando semáforos en amarillo, sin detenerse a recoger gente que le pide parada en las esquinas- supongo que para compensar el tiempo perdido en el mercado. A dos cuadras de llegar a mi destino me pregunta: “¿A dónde vas, chavo? Es que yo hasta aquí me quedo”.

Sólo hasta entonces me doy cuenta que me he quedado solo en el microbús. Sin esperanzas siquiera de que me devuelva mi pasaje, desciendo al camellón, incrédulo de tanto cinismo. Con sus logos borrados y un número incompleto (cero cuarenta y algo), del microbús sólo alcanzo a ver las placas: “200-423-B”.

Corro inútilmente pues un descuento por impuntualidad me espera. Eso le falta a los diputados que debaten la Ley de Transporte: trabajar los sábados (no regalando balones, no dando declaraciones en el aeropuerto, que no para eso les pago) y llegar siempre tarde por culpa de un camión.

7 comentarios

Karol -

ough...no se si reir o llorar...me recordaste cuando tenia que usar esa ruta, siempre la deteste y cuando por azares del destino me tocaba agarrar "presidentes" gritaba de jubilo como si hubiese ganado la loteria...
Ahora mis suplicas son otras (por ejemplo...no tener que llevar de nuevo el auto al taller y si es así, que el mecanico se apiade de nosotros...)

KurtC. -

"(incluso hasta los señores que los manejan se parecen demasiado entre sí)"
jajajaj, ciertamente es como si los comprarán en la sección de conducción de Soriana o algo así, que estuvieran colgados como trajes.

mario a. -

los camioneros seguirán haciendo de las suyas hasta que no pongan al frente de la policia a una persona que no tenga compromisos con ellos...actualmente, los camioneros se CAGAN en los policias porque saben que pasa nada, cada vuelta en el mercado le dan al poli $10 o $15 y ya con eso tienen el derecho de gritarles y hacer lo que quieran, es culpa de ambos pero que tal cuando la policía ve a un motociclista sin casco??? tambien en el reglamento de tránsito (ya obsoleto) es obligatorio el uso del cinturon de seguridad y ahi la policia no hace nada....ni modo, vivimos en Campeche.....

Laura Angélica -

Mi querido Poeta, leer lo que escribió me hizo sentir de nuevo todas esas penalidades que le suceden a los que utilizamos el transporte público, me vi en la necesidad de tomarme un par de aspirinas para mitigar la migraña. Cruda realidad! El transporte público es una basura! Esta burocratizado por los millonarios subsidios que les otorga el gobierno.

Daryl -

Al parecer es el mismo tormento tanto en Carmen como en Campeche. Lo unico que aquí no solo se pasan las luces rojas sino cuando pides parada en vez de orillarse se quedan en medio de la calle, con el temor de que al bajar del camión un carro te lleve "de paseo". También están los que llevan música del Buki y no escuchan la parada o los que no tienen cambio y te dicen que luego te lo dan y tú por las prisas te olvidas y ya no te lo dieron o también los que no esperan ni a que te bajes bien y sales volando con todo y todo. Casi puedes oir las risas de los infelices... grrr!!!... Y si, todo esto realmente me pasó.

rodrigo solís -

Wil es un caballero. Cada día lo noto más serio y refinado en sus comentarios. Una joya de escrito. Por fortuna yo tengo mi Ferrari que me saca de estos apuros. Si te ganas el premio de periodismo (te aseguro que así será) ojalá te compres uno como el mío. Es la mejor inversión que puedes hacer. Ya sabes, hay que dar el siguiente paso, de otro modo no nos dejarán de ver como los perros que somos.

wilberth herrera -

Los camioneros son burócratas frustrados. O en todo caso, no tuvieron la palanca idónea o fuerte para perrear un trabajo burócrata.
A mí me ha pasado eso de, "a dónde vas" hijos de su reputamadre, de su repùtamadre hijos, y es que el problema de los camioneros, como de casi todos los trabajos de gobierno, trabajan con la mentalidad de que están haciéndonos un favor. Qué condena la de nosotros.
Con este post, notamos que tienes una afición por el submundo vasto de los transportes urbanos. Ya llevas un sinfin de escritos sobre el transportes y el camión es una elemento que no faltan en tus relatos, que se ha convertido en un contexto muy común y muy táctil. Te felicito. Comparto ese gusto.
Un tip, cuando te preguntó el camionero "Adonde vas, chavo" le hubieras contestado, "a casa de tu puta madre" y te bajabas. Hubiera sido un gran final.
Saludos