Becas flacas (el retorno)
“Escribe esto”, había dicho mi amiga Ana, “he descubierto la estrategia del Gobierno para tener uno de los índices de desempleo más bajos en el país”.
“Suéltala de una vez”, le sugerí. Ana es una de esas chicas por las que vale la pena salir de la fila del cajero para ir a tomar un café, sobre todo por sus incontables historias sobre cómo sobrevivir en esta ciudad.
“Primero ofertan becas de licenciatura y maestría”. Sus manos se movían nerviosamente como si tuviera que explicarme todo a través del lenguaje de señas. “El Gobierno te hace creer que cualquiera que sea buen estudiante puede acceder a un financiamiento y recibe tu solicitud con la única condición que lleves tu carta de aceptación. ¿Qué pasa? Uno hace sus trámites para estudiar en Mérida, cada fin de semana, pide prestado a sus familiares, se endeuda con los amigos y empieza a tomar sus clases. Pasado el primer semestre de tu maestría, la fundación de becas no te ha pagado y cada vez que hablas te pone mil pretextos”.
“Sí”, dije, enterado de la experiencia de decenas de amigos, “preguntar por tu cheque en la fundación ‘Pablo García’ es como preguntarle al ejército iraní por un rehén norteamericano. ‘No va a ser liberado en mucho tiempo, amigo’, te responden”.
“¡Exacto! O te dicen: ‘Ya existe el cheque pero no está firmado’. ¿Eso qué significa?”
“Un cheque del Gobierno es como un cuadro de Van Gogh: se han pintados centenas, pero sólo valen los que tienen firma”.
“Bueno, pero volviendo al tema. Sucede que ya estás estudiando, la fundación no te paga y uno tiene que ver de dónde demonios consigue 3 mil pesos al mes. ¿Qué hace?”
“Vende su riñón”.
“¡No! Ni vendiendo tus órganos te pagas una maestría en este país. ¡Lo que haces es buscar trabajo como loco, aceptando la primera vacante que encuentres! Trabajas para estudiar y no al revés. A ningún becario le queda de otra. Por eso te decía que así se bajan los índices de desocupación: se otorgan becas pero no se pagan y eso obliga a las personas a conseguirse un empleo. ¿No me negarás que es una gran estrategia?”.
“Caramba, no lo puedo creer, pero parece lógico. ¿Cuánto tiempo han tenido sin pagarte?”
“Como seis meses”.
“¡Seis meses! Eso es una barbaridad, ¿cómo le haces para estudiar en esas condiciones?”
“Mira, al año ya no es tan difícil, terminas acostumbrándote a una vida austera”.
“Pero viajar a Mérida cada fin de semana te ha de salir un ojo de la cara”.
“Tienes una fijación con extirpar partes del cuerpo, ¿ya te han dicho?”
“Sí, una vez… pero mejor explícame cómo le haces para costearte los viajes”.
“Me hice novia del repartidor del Diario de Yucatán y él me trae y me lleva clandestinamente cada fin de semana. No sabes qué horror viajar en una camioneta, sin frenos, en la madrugada, rodeada de papel recién impreso o peor aún, junto a periódicos humedecidos que van de vuelta. Por pasar la noche ni me preocupo, duermo en la escuela, en una cama inflable; de alimentación, lo mismo, vivo sometida a la dieta del huevo”.
“Oye, pero es horrible que padezcas todo esto”.
“Déjate de eso, lo verdaderamente terrible es el trabajo que tengo que hacer entre semana aquí en Campeche. Entro a las dos de la tarde a un despacho contable, con un mundo de sueño por la digestión. El contador me carga de trabajo porque sabe que no puedo renunciar. Mis dos vecinos de escritorio se pasan toda la tarde bajando porno de Internet, mientras yo soy la que se mata haciendo las declaraciones fiscales. ¡Arrrrgh, qué coraje! Creo que ni los diseñadores gráficos de Playboy ven tantas mujeres desnudas en una pantalla durante sus horas laborales, aún cuando ése SÍ es su trabajo”.
“Me tienes sorprendido. ¿Por qué tienes que sufrir todo esto?, ¿dónde está el dinero de tu beca?”
“Nadie sabe, hablo por teléfono cada semana a la fundación y me contestan primero que lo van a checar. Mientras esperas te ponen la música de la película ‘El golpe’, ¿será algún tipo de mensaje subliminal? Pasan alrededor de tres minutos y finalmente escuchas una voz que te pide hablar el próximo viernes y así hasta el infinito”.
“Me pregunto en dónde se habrá gastado el Gobierno esos fondos”
“No lo sé, pero me imagino que algo tendrá que ver aquella dichosa Cápsula del Tiempo”
“¿Cápsula del Tiempo?, ¿de qué hablas?”
“Es un monumento por el 150 aniversario de la emancipación”.
“Dios, ¿cómo puede algo llamarse la Cápsula del Tiempo?, ¿quién lo propuso?, ¿Marty McFly?”
“No creo que su nombre sea parte de la Coordinación de Sitios y Monumentos Históricos, pero lo voy a investigar”.
“Hasta donde sé es una especie de glorieta conmemorativa. Lo más triste es que la susodicha Cápsula del Tiempo va a costar una millonada. Dicen que hubiera sido más barato hacer una reproducción del Monte Rushmore a la salida a Mérida con las cabezas de Pablo García, Juan Carbó, Tomás Aznar y Pedro Baranda”.
“Terrible. Entonces tú crees que ahí se fue tu beca”.
“Pues yo digo, ¿a dónde más?”
“La mera verdad, te admiro”.
“¡Arggggggh, pero qué tarde es! No me había dado cuenta. Todavía tengo que ir al trabajo y hablarle a mi novio para decirle lo mucho que lo quiero”.
Entrecomilló la última frase con los dedos.
“Eres toda una mártir de la educación superior. Tu nombre debe ser grabado en un obelisco en honor a todas las víctimas de los monumentos innecesarios. Estarías junto a cientos de pescadores, agricultores, ganaderos y automovilistas”.
“Sí, la verdad. Hace falta recordar por siempre esta tragedia”.
Entonces se marchó rápidamente sin dejar su parte de la cuenta.
(En la imagen: construcción de la llamada Cápsula del tiempo en Campeche, Campeche)
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Daniel Jimenez Santiago -