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Tediósfera

Extras: como la vida misma

Extras: como la vida misma

Ricky Gervais es un gordito británico que ha sido músico de pop, representante del grupo Suede y comediante de bares. No obstante, alcanzó una apabullante celebridad después de escribir, producir, dirigir y actuar la serie The office, auténtica revolución catódica  que se ocupó con rapidez un sitio entre las obras cumbres de la comedia por televisión, en ese monte Olimpo a donde --se dice-- ningún inglés había accedido desde los Monty Python.

La serie (creada junto a Stephen Merchant) fue emitida por la BBC entre los años 2001 y 2003 y consta de 12 capítulos y dos especiales navideños. Concebida como un falso documental sobre una pequeña empresa de papel, The Office prescinde de las risas grabadas y de ese perfecto rompecabezas argumental donde todas las historias se conectan hasta la irrealidad (y cuyo máximo exponente es Seinfeld). La vida es más simple, más amarga, pero también es propensa al ridículo. The Office retrata el infierno confortable del trabajo, la imposibilidad de proyectar ante los demás una sana imagen de nosotros mismos.

Después del éxito de su pequeña obra maestra (hay quien la considera la mejor serie de todos los tiempos, al grado de dar origen a una versión estadounidense mucho más exitosa que la original), el dúo Gervais-Merchant concibió Extras, la historia de un actor del montón, Andy Milleman, que hace hasta lo impensable por conseguir una línea en cualquiera de las películas donde participa. Ver la primera temporada nos hace descubrir que no estamos ante una comedia: Extras es un trago amargo que no podemos pasar sino a carcajadas.  

Milleman (interpretado por el mismo Gervais) es eso que podemos definir un perdedor. Sin pareja ni futuro, amigo de otra extra que no hace sino echar las cosas a perder cada que abre la boca, representa fielmente esa imagen de aquello que no desearíamos ser, pero que ineludiblemente terminamos siendo: alguien del montón. Su humor ácido e incorrecto es una forma de supervivencia ante un mundo que es horrible en la realidad y en la ficción (no olvidemos que trabaja a fin de cuentas en esa “fábrica de sueños” que es el cine).

Dentro de una industria cuya principal función es engañar al auditorio, el set de filmación pareciera simbolizar una especie de limbo en donde nada es absolutamente real ni ficticio. En cada capítulo de la serie, participa un actor reconocido (estrella mayor o venida a menos, como Kate Winslet, Samuel Jackson o Les Dennis) representándose a sí mismo, o mejor dicho, exagerando la peor parte de su personalidad. Engreídos, superficiales, prejuiciosos, los héroes del celuloide también son seres horribles a los que es mejor no conocer de cerca, a riesgo de vivir el peor de los desencantos.   

Del lado de la gente común la cosa no mejora. Si el mismo protagonista es un tipo indeseable, pero con quien es posible identificarse, no puede esperarse mucho del resto de los personajes. Darren, el representante de Andy, es desesperantemente inútil y menosprecia en todo momento la capacidad de su representado. Torpe e ineficiente, resulta incapaz no sólo de buscarle un papel a Andy sino incluso de recordar por qué demonios lo citó a las seis en su oficina.

Maggie es la mejor amiga del protagonista;  su vida en los platós fácilmente se reduce a querer encontrar una pareja dentro de la industria, así sea el escenógrafo o el tipo de Recursos Humanos. Todas sus relaciones se echan a perder por una particularidad que termina siendo catastrófica: el chico que le gusta tiene un pie más corto, uno de los actores es guapo pero negro, el de los decorados le dice obscenidades por teléfono. No es que ninguna de estas cosas le disguste, pero en el fondo el detalle se vuelve enorme e incómodo y por alguna otra razón, termina por ser definitivo.

Humor triste es el de Ricky Gervais; gracioso, sin duda alguna, pero al que no puede separarse de su tamiz de incomodidad. “Algunas escenas transitan la línea entre lo terriblemente divertido y lo insoportablemente vergonzoso”, ha escrito Daniel González y no le falta razón. No es exactamente “pena ajena” lo que experimentamos al ver las irremediables maneras que tenemos los seres humanos para equivocarnos y luego tratar de remediarlo, pero es algo muy cercano.  

¿Qué hay, pues, detrás de esta serie que no es una mera sucesión de chistes, que no trata de inculcar lecciones de vida? Precisamente eso: que se parece demasiado a la realidad sin caer en la tentación de abandonar su carácter de fábula. Es decir, las series tradicionales y las telenovelas muestran la vida como debiera ser: la pareja llega al altar después de muchas dificultades, los protagonistas aprenden algo nuevo después de un capítulo lleno de equívocos graciosos, se resuelve un misterio, un villano recibe su merecido. En Extras nadie aprende nada, seguimos cometiendo los mismos errores una y otra vez, decimos  cosas que era mejor mantener calladas, hacemos comentarios desafortunados, nos cuestionamos cosas estúpidas (Maggie llama por teléfono a Andy tan sólo para preguntarle: “¿Qué preferirías: un brazo biónico o una pierna biónica?”). En fin que Extras resume el apotegma del Gordo Tony de Los Simpsons, quien después de ver un sangriento episodio de Tom y Daly declara: “Es gracioso porque es real”.

Así, el humor de Gervais y Merchant transita del delirio a la amargura como una película cambia los ángulos de su toma. Después de cada capítulo uno no puede afirmar categóricamente que ha pasado un rato divertido, pero tampoco puede decir lo contrario. Finalmente, Extras es como la consabida pregunta “¿Eres feliz?”, a la que habría que responder: “Sí, pero no todos los días”. 

  

Un fragmento del episodio con Samuel Jackson.


A petición de P, he eliminado el extraordinario monólogo de Andy Milleman dentro de un reality show. Esto en el capítulo de navidad de Extras.

 

5 comentarios

Eduardo Huchín -

Aclaración: el fragmento que puse proviene de un episodio de la primera temporada (donde aparece invitado Samuel Jackson). El monólogo en un reality show, que he quitado, proviene del capítulo de navidad de la serie. Inexplicablemente, la compañia que editó las dos temporadas de Extras para México no incluyó ese capítulo final (una obra genial) de hora y media, por lo que la única manera es bajarlo de Internet. Otro punto más a favor de la piratería.

KurtC. -

Haré caso y veré la serie. Tampoco veré ese cacho que pusiste por recomendación de "p".

Saludos!!!

Eduardo Huchín -

A lo mejor, la primera temporada de Extras concentra la idea original del programa: retratar al don nadie, al actor del montón. Pero por lo menos a mí me fue imposible no identificarme con la segunda temporada, donde explora uno de los grandes dilemas del creador: ceder o no al éxito mediano, seguir o no alimentando un programa (pero podía ser igual un libro, un estilo, una música) que no era lo que uno quería.
Debo reconocer que la segunda temporada de Extras me ha perseguido como un fantasma que me plantea muchos dilemas. Y que por eso la disfruto siempre.

p -

¡Noooo! ¡Quita el monólogo! ¡Es lo mejor del programa y tal vez lo único que he visto en televisión que me ha hecho llorar! ¡Nadie debe verlo si no ha visto el episodio completo!

Excelente escrito Eduardo. Por lo menos en su primera temporada, "Extras" es el mejor programa de televisión que he visto. La segunda no me terminó de convencer. Todo cambió demasiado.

rodrigo solís -

Excelente Eduardo. Te dejo el link que subió Hernán Casciari. Dura más que el último video que pusiste. Vale la pena, aunque claro, los que lo vean les arruinaré el final de Extras. En fin, olvídenlo y no vean el link que puse.

http://www.youtube.com/watch?v=m9Sxo03lTa4