Claves para entender el cambio de año
Balances. Las personas están obsesionadas con saber si vivieron un buen año. Tras ver al 2007 como una transacción de dudoso provecho, recurren a la memoria para convencerse de que no dejarse morir ha sido al fin de al cabo un negocio rentable. Si se comparan las ganancias con las pérdidas, siempre se tendrán números rojos, pero la fiesta de fin de año da la oportunidad de hacer perdedizos algunos malos momentos, de inflar la nómina de personas agradables, de acrecentar el porcentaje de Interacción con los Viejos Amigos (IVA) y finalmente lograr que las cuentas cuadren a favor.
Propósitos (1). El día 31, uno se siente con la obligación de trazar objetivos a corto y a mediano plazo. Nada garantiza que se vayan a cumplir y no importa; los propósitos son como las tarjetas de Visión y Misión de las gerencias empresariales, las palabras de amor o la hoja de justificación en los proyectos de tesis: un género de ficción cuya musa mayor es la Prisa.
Propósitos (2). Dice un poema: “Cada que me propongo cambiar/ cambio de opinión”.
Bajar de peso. Nadie está conforme con su cuerpo. Menos en diciembre. Es como si los espejos se pusiera de acuerdo y proyectaran a fin de año la peor imagen de nosotros mismos: agotados, cachetones, con demasiada ropa de nuestra talla que nos queda chica. Es en ahí, frente al espejo, cuando uno se propone las grandes conquistas: el trabajo bien remunerado, la chica de sus sueños, el peso ideal. Cuando no logramos ninguna de estas tres cosas, dejamos el mal empleo en la oficina y la novia celosa en casa; pero no podemos abandonar el cuerpo en ninguna parte. Es como llevar el memorando de nuestros fracasos siempre a cuestas.
Felicitaciones por correo. La industria de fin de año no es la de los vinos sino la de los buenos deseos. El correo se nos satura de personas que hemos conocido apenas una vez y que nos desea el mejor de los años. Y lo más triste de todo es que de no ser por ellos -esos héroes de las bendiciones masivas- nuestra bandeja de entrada sería un lugar lúgubre y desierto, casi como nuestra vida.
Festejos. Una tradición muy mexicana señala que de acuerdo a lo que hagamos durante las primeras doce horas del año, podemos intuir cómo viviremos el 2008. Según mis observaciones la mayoría de las personas vivirá en el alcohol de enero a mayo, cortejará a una chica fea en junio, estará abrazada a un árbol en julio, romperá una botella y estará a punto de liarse a golpes en agosto, de septiembre a noviembre bailará con una señora que apenas conoce y pasará todo diciembre tratando de volver a casa.
Reuniones. ¿Con quiénes festejar el inicio del 2008? En el deseo de estar en las fiestas de todos se termina por no estar realmente con nadie. El asunto se complica más cuando se tiene pareja, pues habrá que dividir el tiempo (esas 10 horas que nunca darán para nada) entre las familias y los amigos de ambos. Los camaradas son especialmente cuidadosos en recordarte que no estuviste con ellos en la primera fiesta del año.
Viejos conocidos. Siempre vuelven en diciembre y enero. Se desaparecen por años (estudian maestrías pero nunca se titulan, se casan, se mudan de ciudad dos o tres veces, tienen hijos) y luego regresan a pedirte cuentas de tu vida: ¿qué has hecho?, ¿dónde trabajas?, ¿cuándo vas a casarte? Son implacables: proponen nuevas reuniones con la generación, nunca olvidan un apodo ni tampoco los momentos más vergonzosos de tu vida universitaria. A mitad de enero regresan a sus propias biografías cotidianas en algún lugar del país. Durante 11 meses no sabemos nada de ellos (pese a que nos piden nuestro correo electrónico y nos prometen añadirnos al messenger). En diciembre están otra vez de vuelta con el mismo arsenal de mala leche. Ya no sabemos qué más hacen, quizás sólo viven para regresar.
Reparaciones. Parece saludable hacer reparaciones en nuestras casas en enero; desafortunadamente nunca le atinamos a las prioridades. Pintamos primero la fachada, aunque sea la cocina la que esté a punto del derrumbe; ponemos alfombras, pero no reparamos el techo. Cuando las goteras empiezan a ser abundantes por el frente frío, nos justificamos: “Puse la tapicería precisamente para que absorbiera el agua que cae”.
Depresiones. En diciembre acontece lo que los economistas afectivos llaman el “aguinaldo emocional”: el cobro (en una sola exhibición) de todas nuestras tristezas no gastadas a lo largo del año. Cada quincena recibimos una dosis de abatimiento que es necesario derrochar, pero siempre hay un porcentaje que se va acumulando en nuestras cuentas personales. Ese saldo en contra sale a flote en diciembre, quizás un poco antes. A veces es tan grande que una sola botella no alcanza para acabar con él.
2 comentarios
Rodrigo Solís -
Este escrito es perfecto.
Vengo diciéndotelo un par de años, pero ahora sí, si en este 2008 no te vuelves asquerosamente famoso y con dinero suficiente en el banco para dejar de ir a comer hotdogs en la esquina con un servidor, te prometo que algún atentado terrorista voy a cometer, ya sea en alguna institución gubernamental o editorial. Será una bonita forma de protestar.
Brenda -
te mando abrazos,
p.d. si vienes al df llama para vernos, te juro que no me sé apodos tuyos ni anécdotas embarazosas!
brenda