¡A otro niño con ese cuento!
Para Gabriela
La recientemente concluida Feria Internacional del Libro de Guadalajara rindió, entre otras celebraciones, un homenaje a La peor señora del mundo de Francisco Hinojosa, el libro infantil mexicano más leído. Y no era para menos. El cuento en cuestión, una galería de atrocidades perpetradas por una mujer que tiene asolados a su familia y a su comunidad, pasó numerosas dificultades antes de convertirse en un clásico indiscutible. Al principio, los padres lo miraron con desconfianza, lo mismo los editores, quienes estimaron en su primer tiraje 2 mil ejemplares. Quince años después, cada una de sus reimpresiones supone al menos 10 mil ejemplares.
El triunfo del libro de Francisco Hinojosa cuestiona por principio la enorme brecha que suele existir entre los gustos de los padres y de los hijos. Los niños quieren monstruos y los padres, moralejas. La historia de La peor señora del mundo, cuyo tema principal es la relatividad del bien y el mal, no podía ser fácilmente digerible por ningún adulto que busque una enseñanza en cada cuento. Y es que al parecer, generaciones enteras que han llegado a la procreación no han podido librarse de las versiones endulzadas de cuentos como la Caperucita o la Sirenita, cuyas historias originales son profundamente explícitas o mejor que eso: crueles.
Sólo volviendo a ser niños podemos entender por qué les encantan esas historias que a los padres sacan ronchas. ¿Cuántos padres podrían comprarle a sus hijos un libro llamado Cuentos en verso para niños perversos del siempre sorprendente Roald Dahl? ¿Cuántos permitirían la lectura de Cuánto cuenta un elefante de Helme Heine, relato que en apariencia enseña matemáticas valiéndose de los balones de caca de un paquidermo, pero cuyo auténtico fondo es la comprensión y aceptación de la muerte?
Pensemos en un tema, digamos el amor. Yo sé que muchos adultos lagrimaron con Titanic o aún podrían pensar que el amor es aquello que late entre los dos protagonistas de la telenovela Pasión, ambos guapos y de pelo largo. Pero ¿así lo ven los niños? En 2002, el Fondo de Cultura Económica y la UNAM crearon un sitio en internet para que los niños y los autores de cuentos infantiles colaboraran en la creación de una historia. Uno de los productos de dicho experimento fue Carmela toda la vida, una historia de amor como ninguna otra, escrita entre pequeños de toda Latinoamérica y el escritor colombiano Triunfo Arciniegas. ¿Hay criadas que se enamoran de ricos, piratas que aman a elegantes damas, adolescentes que protagonizan romances mientras luchan contra la anorexia? ¡No! Hay una enana calva llamada Carmela que busca novio a como dé lugar, así sea un marinero, un ciclista o un sapo. Pasan los meses y por fin se casa con el único ser capaz de amarla: el dueño de un circo. No obstante la felicidad de Carmela se ve interrumpida porque el león se come a su marido y ahí comienza a vivir una serie de peripecias que por supuesto no les voy a relatar.
¿Es una historia de fenómenos (en el relato todos parecen serlo) apto para nuestros hijos? Bueno, de principio, fue escrito por niños lo que le da un valor incalculable, y finalmente Carmela toda la vida viene a demostrar que los pequeños tienen mejores gustos literarios que sus padres: no recurren a los lugares comunes y afrontan temas como la fealdad, el desamor o la búsqueda –siempre destinada al fracaso- de la felicidad.
Los grandes autores infantiles han sido aquellos que han respetado la inteligencia de los niños y no los han visto como potenciales ciudadanos a los que hay que educar. Como si la realidad se tratara de un cuarto de juegos al que fuera necesario cubrir de hulespuma, los padres han buscado proteger a sus hijos del mundo. Nada de sufrimiento, ninguna apología del capricho, nada de historias que festejen los malos hábitos. Pero los niños no quieren eso.
Hace más de una década la Corporación Psicológica norteamericana emitió un índice de temas que consideraban dañinos para ser tratados en un cuento infantil. Entre estos temas se encontraban el sexo, la muerte, la violencia, la política controvertida, la guerra, el derramamiento de sangre, la religión, los temas feministas o machistas, las piscinas, las vacaciones costosas, las armas nucleares, la evolución, la cerveza y la hechicería. Obviamente que cuando este comunicado fue distribuido, pocos se imaginaban que precisamente un aprendiz de brujo llamado Harry Potter protagonizaría la saga de libros más vendida de fines del siglo XX y principios del XXI.
Lo que encierra este tipo de prohibiciones es evitar que los niños entren a un mundo en crisis. Pero como bien saben los lectores de literatura, sin conflicto no hay historia. Juan Villoro ha afirmado que todo cuento infantil es un “juguete filosófico”, porque los niños vuelven una y otra vez a las preguntas básicas de la vida (¿quiénes somos, por qué estamos aquí, de dónde venimos?). Creer que los infantes no construyen dudas a ese nivel es no conocerlos. Así pues, en un escenario donde los padres buscan cuentos “con valores”, historias edificantes y consecuentemente aburridas, a nadie debe extrañar que aún pensemos que los niños no leen o no les interesan los libros.
4 comentarios
Celestina Terciopelo -
Efren -
:-P
Señora Venganza -
Fawne -
Tengo tu libro "¿Escribes o trabajas?"
Es muy bueno.
Me gustó el texto "A otro niño con ese cuento"
De cualquier manera. Sólo coemntaba para decirte que me alegra que existan personas tan inteligentes como tu.