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Invitación al Quijote

Invitación al Quijote

El Quijote es uno de esos libros que todos merecemos leer y que todos tenemos terror de que nos obliguen a leer. Los Clásicos, como Dios, inspiran temor y respeto (quizás más lo primero que lo segundo). Tanto incienso, tanto elogio acumulado como polvo con los años, tiende a veces a sembrar dudas sobre la vitalidad de una obra. Cierto, al leer un Clásico hay que tomar en cuenta el peso de la época, las palabras tan distintas, el contexto de los personajes, el cúmulo de comentadores que nos hablan desde sus propios libros y que intentan explicarnos lo que nosotros no vemos al primer encuentro. Pero un libro trascendente, y no hay duda que el Quijote lo es, nos habla también desde nuestro propio tiempo. Nos dice cosas completamente legibles para cualquier época y cualquier idioma. Es siempre nuestro contemporáneo.

Lo mismo para el cuerpo que para la lectura, el grosor nos angustia. Los libros obesos, a menos que sean de Macroeconomía o Contabilidad, parecen inútiles por definición. Si incluso al Lazarillo de Tormes lo vemos con desconfianza, qué decir de las ochocientas o mil páginas del Quijote. Vaya flojera. Y todavía con esas letras tan pequeñas y tan pegadas las unas a las otras. No temamos confesar que cada que vemos letras pequeñas pensamos en los Testigos de Jehová haciéndonos leer la Biblia a las puertas de nuestras casas un domingo en la mañana. Y sí, después de la asociación mental, empezamos a bostezar. 

Pero el Quijote es más que un libro reverenciado hasta el cansancio por nuestros profesores, que dicho sea de paso, tampoco lo han leído. Es un libro divertido. Y es un libro que contiene escenas maravillosamente escatológicas que harían parecer una monja a Tom Green o a los hermanos Wayans. Porque Cervantes tuvo la genialidad necesaria (como también la tuvo Rebelais) para que los gases intestinales o los vómitos fueran materia literaria, incluso para una época, como la actual, en la que la mayoría de la gente cree que lo literario es sólo lo que “dignifica” (y para quienes lo escatológico es propiedad privada del cine basura). Olvidan estos señores que los seres humanos tenemos cuerpo y que nuestro cuerpo comúnmente nos somete a sus propias exigencias. Y eso no lo ignoró Cervantes ni Quevedo (ni tampoco lo ignoró Montaigne, capaz de decir que “cagan los reyes, los filósofos y también las damas”). Por eso el Quijote contiene lo más sublime y lo más terreno del hombre, las contradicciones entre lo que se quiere ser y se es. Entretenido y aburrido, como la vida; solemne y ridículo. Es un libro cruel y también lleno de nobleza, uno de esos textos donde uno no puede ser ya el mismo después del punto final.

Los libros que cambian vidas no hablan de juventudes en éxtasis ni desentrañan el misterio de quién se ha llevado nuestro queso. No brindan recetas para ser exitosos ni son instructivos para la familia, ese electrodoméstico cuyo funcionamiento no acabamos nunca de entender. Los grandes libros tan sólo nos dicen algo al oído y nos hacen volver a la realidad irremediablemente contagiados por sus palabras, convencidos acaso de que leer no es evadirse, de que sin ficción la vida sería una terrible mentira. Se regresa de los Clásicos como se regresa de hacer el amor: agotados, tal vez, pero con una amplia sonrisa.

¿Es bueno hablar de Cervantes en estos días, un año después del éxtasis que supuso la celebración casi unánime por los cuatrocientos años de su imprescindible novela?  Puede ser, pero no del todo. Más importante me parece contribuir al contagio de otra lectura inservible para el semestre, de un texto que ni siquiera te mejorará el vocabulario (a menos que empieces a decir yantar en lugar de comer). Esta invitación se propone apenas favorecer a ese inexplicable proceso en que un título (un lomo grueso en el anaquel) se vuelve un libro.

Es mucho pedir, quizás, enfrentarse de principio a fin (y sin parar) al mayor monumento a la imaginación que se haya escrito en nuestra lengua; pero, como dice J. M. García Magaña, para comenzar sólo se necesita una cosa: comenzar.

  

2 comentarios

RICARDO AGUIRRE BAHENA -

CREO QUE CERVANTES SI OLVIDÒ UNA EXIGENCIA DEL CUERPO: LA FORNICACIÒN Y LA PUTERÍA, POR ESO ME RESULTA RARO, AL MENOS ESO, QUE PONGAS A CERVANTES Y A QUEVEDO JUNTOS, POR ESO DE QUE NO OLVIDARON LAS EXIGENCIAS DEL CUERPO, SIN DUDA, QUEVEDO NO LO OLVIDÒ, PERO CEVANTES SÍ.

Leticia -

Indudablemente el miedo a los clásicos nace por la gran ignorancia de los propios maestros que ante su desconocimiento nos enredan en problemas de libertad literaria, jajajajaja...en fin, algún día tenemos que comenzar...un saludo desde la montaña...ciertamente espero el tiempo oportuno para con toda tranquilidad leer el Quijote