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Marketing político para el 2009

Marketing político para el 2009

Scott Adams es un caricaturista norteamericano, creador de la tira cómica Dilbert, sobre las desgracias de un ingeniero en informática en una empresa de software siempre al borde de los despidos. Adams ha sacado al mercado algunos libros (El principio de Dilbert, Manual Top Secret de gestión empresarial de Dogbert) que destacan por su humor ácido sobre la realidad laboral, pero sobre todo porque son productos de agudas observaciones sobre el mundo, las relaciones interpersonales y la ineptitud. En uno de sus títulos –El futuro de Dilbert-, el dibujante estadounidense ha acuñado un concepto que, aun proveniente del mundo empresarial, es más que nunca aplicable a la telaraña política que nos espera  gracias a un año electoral a la vuelta de la esquina: el “confusopolio”.

Los “confusopolios” vendrían, según Adams, a sustituir a los monopolios. De principio, sabemos que las empresas como los sindicatos, ansían a ser únicos y a tener al consumidor en sus manos con el fin de tener mayores libertades para cometer abusos y dar menor calidad a precios altísimos. Para lograr eso, crean barreras que impiden a otros competidores acceder a esos mercados (como sucede con Microsoft que vuelve incompatible su plataforma Windows con ciertos programas, como si se tratara de una transfusión sanguínea y no de la instalación de un software).

Sin embargo, los monopolios no son para siempre. Como sucede en la política, la hegemonía está destinada al fracaso: uno, porque mucha gente se da cuenta que no se necesitan demasiadas habilidades para entrar al negocio sino apenas gente cándida a la cual engañar y dos, porque hasta los consumidores más lerdos se hartan de recibir lo mismo con un costo más alto cada vez. Ante la proliferación de opciones, es donde entra el concepto de “confusopolio”.

  Dilbert

Scott Adams define al confusopolio como “el grupo de empresas con productos similares que confunden al cliente adrede en lugar de competir entre sí a base de precios”.

Lo mismo sucede en el panorama político: los que antes eran priístas se afilian al PAN o defienden encarnizadamente el petróleo desde el Frente Amplio Progresista. Surgen nuevos partidos, unos se asocian con otros en ciertos estados, pero pelean a muerte desde el Congreso de la Unión. Los partidos sin candidatos acuden a candidatos externos, que son priístas que no alcanzaron la nominación. Unos renuncian a su militancia de 20 años y otros les abren los brazos si son capaces de garantizar el 2 por ciento de la votación total.

¿El resultado? Que los productos de cada partido se parecen demasiado unos a otros. Uno no sabe distinguir a los candidatos porque incluso sus propuestas se circunscriben a una sola palabra: el “desarrollo” de Campeche.  Para qué complicarnos, el progreso incluye casi siempre los mismos ingredientes y eso apenas cambia con nombre del fabricante. Sucede lo mismo cuando tres empresas quieren producir galletas: usan harina, azúcar y conservadores. La diferencia es apenas una ilusión del marketing.

En tanto los partidos ofertan candidatos imposibles de distinguir entre sí, ¿de qué forma abordarán los priístas, panistas, perredistas, convergentes y petistas la elección y promoción de su candidato? Como se trata de un ejercicio de predicción, ejerceré mis habilidades futuristas para prever lo que sucederá en el 2009. Veamos algunos ejemplos: 


 
 

a) Las diferencias físicas. Se acabaron las épocas en que todos los aspirantes parecían salidos de un cuento de Las mil y una noches. A partir de ahora, las campañas del futuro estarán definidas por la variedad de los empaques. Si el partido en el Gobierno postula a un flaco de pelo chino, la oposición se verá obligada a postular a un gordo calvo. Descartadas esas dos opciones, el tercer candidato se dejará crecer la barba o se hará rastas. Algún partido será más listo y postulará a una mujer con arracada en la nariz para hacer la diferencia. El último partido se las verá negras y quizás por eso recurra a un chaparrito de bigotes, lentes, overol y un garfio. Pero para evitarnos complicaciones, conviene postular a nuestro candidato antes que todo mundo lo haga.  


             
 

b) La buena suerte. Muchos han usado esta habilidad política para llegar a la tribuna legislativa, las alcaldías o los departamentos de Comunicación Social, de modo que ¿por qué pensar que puede ser diferente este año? Estar siempre en el momento adecuado en que el hombre de las grandes decisiones del partido apunta con su dedo hacia el próximo afortunado es una de las destrezas mayores del servicio público y posiblemente la mayor virtud para cualquiera que aspire a ser candidato en el 2009.


  Amway
 

c) El sistema Amway. Ahora que el IFE ha recortado las publicidades a los tiempos oficiales, hay menos oportunidades de recurrir al marketing para promover a nuestro candidato. Pero existe el siempre efectivo sistema de las pirámides comerciales: productos que a nadie benefician pero que crean redes de consumidores que a su vez se vuelven vendedores en algún momento y ni siquiera saben por qué. De ahí que el año que viene serán los propios electores los que promuevan entre sus conocidos a determinado candidato y reciban beneficios por agregar a más promotores a la pirámide. Un método que, sospecho, ya se venía haciendo pero que ahora será más importante que nunca. Así como los promotores hablan maravillas de un complemento alimenticio que lo previno del cáncer, nuestros nuevos vendedores políticos narrarán las ocasiones en que el candidato le regaló una silla de ruedas a su abuelo o donó sangre para la operación de su sobrino. 


     Boletas
 

d) Impulso al abstencionismo. Que el número de votantes represente digamos el 20% del padrón electoral beneficia a los partidos, quienes ahora tendrán que esforzarse menos por convencer a la gente de apoyarlos. En unas dos décadas, cuando sean necesarios apenas mil votos para conservar el registro, los partidos vivirán su edad de oro. Para promover el abstencionismo, los partidos se descalificarán entre sí, se acusarán de desvíos de recursos, promesas incumplidas y uso indebido de los programas sociales. Se trata de una estrategia para la cual no será necesario investigar mucho, porque probablemente cualquier acusación que se haga al aire resultará cierta.  Una vez difundida la idea de que los políticos son todos unos ladrones, la gente ni siquiera tendrá la molestia de levantarse de la cama el primer domingo de julio y los únicos desafortunados serán los funcionarios de casilla. 

 
        Congreso

e) Marketing “telaraña”. El concepto no es mío sino del propio Adams, pero creo que puede servir. A nivel comercial, la técnica “telaraña” “implica dificultar al extremo la anulación  o devolución del producto hasta tal punto que resultará más fácil quedárselo sin más”. Al fin de al cabo son los partidos los que hacen las leyes electorales y ¿quién garantiza que no usen esa prerrogativa para eternizarse en sus respectivos gobiernos? En pocos años, los legisladores aprobarán reformas donde el valor de las votaciones populares sea cada vez menor y se pueda ocupar una curul por dos décadas sin que nadie se dé cuenta. En unos años, será ley que cualquier puesto público sea asignado por un grupo de ancianos y no haya posibilidad de revocar a nadie salvo si todo el distrito electoral está dispuesto a bailar en una fila de conga. 

2 comentarios

KurtC. -

Sería curioso ver a todos los miembros de los curules bailando en el palacio de San Lázaro al ritmo de un son que no conocen su nombre, pero bien felices.
Las nuevas leyes vendrán en las Zucaritas o los huevitos que compras por 5 pesos y que traen un chicle, un globo o demás chucherías.

Saludos!

rodrigo solís -

Yo apoyo al candidato que baile conga o en su defecto, Lambada “el baile prohibido”.