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Políticos, un peligro para el léxico

Políticos, un peligro para el léxico

Los insultos -pese a su utilidad en los tiempos de cólera- tienen su lado perjudicial: limitan el vocabulario. No hay que ser muy observadores para darse cuenta que la palabra “chingar” puede tramposamente sustituir a cualquier otra palabra, ni muy puritanos para afirmar que de esa manera las conversaciones tienden a empobrecerse. Eso mismo sucede con otras formas de diálogo: a falta de léxico, todas las pláticas empiezan a ser una misma.

El reciclaje de palabras no es precisamente una muestra de salud discursiva entre los aspirantes a un puesto de elección popular. Se recurre a ciertas expresiones -cuya efectividad ya ha sido probada por anteriores políticos- en vista de que lo importante es aparecer en trípticos, pancartas y canciones, aunque no se tenga mucho que decir. En tiempos de campaña, los mítines se vuelven cada vez más un deja vu que amenaza con atraparnos. ¿Cómo sobrevivir al hartazgo, a la sofocante presencia de las ofertas políticas? A mi parecer, habría que prohibir una serie de vocablos para empezar a entendernos los candidatos y sus votantes. Obligarlos de esa manera a precisar sus ofrecimientos. He aquí un posible inventario de términos a excluir:

CAMBIO: ¿Qué diablos quieren transformar los políticos cuando hablan de “cambio”? No puede tratarse de “todo”, porque a menos que alguien proponga una monarquía, hay cosas del sistema político que no es siquiera deseable cambiar. La palabra “cambio” aglutina de forma demagógica los malestares de la ciudadanía, pero no los especifica; se atiene a que el votante ya sabe cuáles son; por lo tanto, como los enamorados se vale de los sobreentendidos y posiblemente anticipen el desencanto.

 

SERVIR: La “vocación de servicio” es una virtud tan difundida en la clase política que nos hace pensar que el altruismo no es tan difícil siempre y cuando se disponga del erario. 

 

PUEBLO, GENTE: Fuera del discurso, no es posible ni escuchar al Pueblo ni representar sus intereses; no existe tal “conciencia colectiva” sino una serie de grupos sociales en constante choque y colaboración (incluso una misma persona puede pertenecer a diversos grupos). No se equivoca quien dice que “La voz del Pueblo es la voz de Dios”, en tanto ambas han provocado demasiados malos entendidos. En ese tenor, nadie puede “saber lo que quiere el Pueblo” (como tampoco lo que quiere Dios), dado que la diversidad de sus miembros apenas permite atender a las mayorías. Los políticos dicen “Pueblo” para referirse a la porción de la sociedad que va a sus mítines.

 

UNIDAD, UNIDOS, JUNTOS: La palabra “unidad” ha servido para disfrazar las negociaciones de poder dentro de las organizaciones políticas. El “candidato de unidad” ha significado -a través de los años- la posibilidad de evitar conflictos internos, en pos de la imagen armoniosa de un partido. En las campañas actuales, la “unidad” ha sido convertida en un requisito para el desarrollo: “Juntos logramos más”, dice un eslogan. Los políticos han aprovechado la confusión entre “estar unidos” (una imagen monolítica de la sociedad en torno a un partido) y “ponernos de acuerdo en algo” (conservando la pluralidad, cediendo y exigiendo). En contraposición, la democracia tiene sentido, como ha escrito Jesús Silva-Herzog Márquez, “porque garantiza el derecho a la disidencia”.

 

FORTALECER, IMPULSAR, EFICIENTAR: Estas palabras son la materia prima de las promesas porque no es necesario explicar la manera en que un candidato pretende hacer todo eso. Pueden aplicarse a todas las actividades políticamente redituables como la pesca, la micro, pequeña y mediana empresa, el deporte, la cultura, la recaudación municipal (esos territorios donde siempre sobrarán ofrecimientos y faltarán estrategias). La demagogia llega a un punto enfermizo cuando en el discurso se habla por separado de “eficacia” y “eficiencia”, distinción que por cierto, salvo en el ITESM, nadie advierte. 

 

TRADICIONES (RECUPERAR, PRESERVAR): ¿Cuáles son los límites temporales de la identidad?, ¿quién puede decir cuándo comenzó y en qué año se detuvo?, ¿son las tradiciones especies en peligro de globalización o son formas vivas que se van adaptando a su medio? No se hacen muchas preguntas respecto a lo que se pretende salvaguardar como si todo fuera más que evidente. Sin embargo, los territorios de la tradición son engañosos en tanto pueden equivocarse con la nostalgia (esa fotografía inmóvil de la memoria). Asimismo, una vez manipulada, la identidad es una buena arma de proselitismo: siempre habrá la oportunidad de recalcar que el contrincante no es un legítimo campechano.

 

VIVIR MEJOR, TE VA A IR MUY BIEN: Salvo cuando decimos “pasó a mejor vida”, el estatus de “mejoría” es de una ambigüedad sospechosa. No obstante el eslogan cumple la primera regla de toda propaganda política: Vaguedad es contenido. 

 

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